Comencé a pintar por puro aburrimiento de estar encamada… Realmente no se si mis pinturas son o no surrealistas, pero sí sé que son la más franca expresión de mi misma, sin tomar jamás en consideración ni juicios ni prejuicios de nadie. He pintado muy poco, sin el menor deseo de gloria ni ambición, con la convicción de, antes todo, darme gusto y después ganarme la vida con mi oficio”.
«De los viajes que hice, viendo y observando todo lo que pude, magnífica pintura y muy mala también, saqué dos cosas positivas: tratar de ser siempre yo misma, y el amargo conocimiento de que muchas vidas no serían suficientes para pintar como yo quisiera y todo lo que quisiera.
Confesaba Frida Kalho lejos de saber entonces que, cien años después, iba a convertirse en todo un mito, en un icono de la creación como lucha, de la fuerza femenina. Generación a generación, la pintora mexicana sigue sorprendiendo, impregnando la retina de imágenes y símbolos ante los que no cabe la indiferencia. En esto coinciden artistas y escritoras, dispuestas a desvelar ahora las claves de su potencia, el secreto de una huella indestructible.
Existencia torturada
«Frida Kahlo fue capaz de convertir en arte lo que, para la mayoría de los mortales, es el pozo negro, el lado estéril de la existencia», señala Ana María Moix, en el prólogo de los textos de la artista publicados por Lumen, en una edición realizada por Raquel Tibol que da cuenta de la existencia torturada, de las luces y las sombras de quien supo hacer frente a través de la creación a la enfermedad, negándose con firmeza a la incapacidad a la que la condenaban sucesivas circunstancias adversas: la poliomielitis que padeció a los seis años y que afectaría para siempre a su pierna derecha; el accidente que sufrió con 18 cuando el autobús en el que viajaba chocó con un tranvía, atravesándole la cadera una barra de hierro; los sucesivos abortos y las más de 30 intervenciones quirúrgicas que nunca la salvaron de esos opresivos corsés de yeso con los que tanto se autorretrato.
Frida Kahlo sufrió, pero, lejos de amilanarse, convirtió el dolor en un arte, la pasión y las turbulencias sucesivas con Diego Rivera, los encuentros y desencuentros, la ternura y los celos, la complicidad y las infidelidades mutuas, en un estímulo desde el que expresar sus más hondas emociones. De ahí que su biografía se convirtiera en el centro de su obra.
De ahí que sus circunstancias vitales se impongan muchas veces a su arte. «Es una pena que la persona prevalezca sobre la obra, que abunden los textos sobre la artista más centrados en sus circunstancias que en su trabajo», señala la escritora Juana Salabert, apuntando a la necesidad de que este centenario ayude a poner las cosas en su sitio, a mirar más profundamente a la artista, refrescando la perspectiva. «En cierto modo, ella prefiguró la poscontemporaneidad, el culto al adorno, a lo superficial, a lo kitch, señala. «Y lo que me sigue impactando es cómo fue capaz de retratarse a sí misma con tanta ironía, casi sin piedad, pero a la vez con una extrema sensibilidad».
Salabert recuerda que la artista se definía como «una gran ocultadora», para referirse a «su necesidad de disfrazarse, de verse no a través del otro lado de un espejo sino de muchos», mientras que, en la misma línea, otra escritora, Luisa Castro, alude a su capacidad para «reflexionar sobre sí misma proyectándose hacia los demás con una fuerza expresiva impresionante».
Esa fortaleza, esa potente carga vital, explican, en opinión de esta autora, la vigencia de Kahlo, «una creadora atrevida, avanzada, cada vez más valorada por las nuevas generaciones, con cosas frescas que decir frente al discurso más conservador, más ensombrecido de Diego Rivera, a quien ella tanto admiraba y veía como un maestro, no consciente de cuánto lo superaba en originalidad».
La relación tan conflictiva con su pareja, «una relación que la ahogaba, que no la dejaba salir a flote», es recordada por la escultura Esther Pizarra, quien admira ese perfil de «mujer luchadora, que se atrevía a exponer sus ¡deas políticas en tertulias masculinas, en una época en la que no era lo habitual». «Frida Kahlo fue un referente para las mujeres, reconocido mucho después de su época. Ella representa el despertar femenino», prosigue Pizarro, parándose ante «el cuerpo femenino fragmentado, enfermo», que tanto representó la pintora mexicana, ante «su enorme vida interior, que la conducía a un continuo estallido».
También al «cuerpo destrozado, perforado, dañado», ha aludido la escritora mexicana Margo Glantz, en un artículo de reciente aparición en el que analiza la maternidad frustrada de Frida Kahlo, lo que la lleva a elegir permanentemente en sus pinturas símbolos de fertilidad. «En sus obras hay una gestación y una fertilidad constantes, proliferan los frutos, el cabello, el color y los autorretratos… La proliferación selvática en Frida es la maternidad que no se dio en la vida y se da en los cuadros, ramificándose en los árboles, en los frutos, en la cara, en forma de vellosidades múltiples», reflexiona la autora. Y le da la razón el propio Diego Rivera cuando se refería a ella como «la única mujer que ha expresado en su obra de arte los sentimientos, las funciones, la potencia creativa de la mujer».
«Una cinta de seda alrededor de una bomba», así, con esta frase tan hermosa, calificaba en su día André Bretón la pintura de Kahlo, una pintura que los surrealistas quisieron apropiarse, aunque la artista nunca se reconoció dentro de su onda. «Algunos críticos han tratado de clasificarme como surrealista, pero no me considero como tal (…). En realidad no sé si mis cuadros son surrealistas o no, pero sí sé que representan la expresión más franca de mí misma (…), confesaba la pintora, quien incluso llegaba más allá en su aversión a un movimiento en el que muchos la inscri-ben: «Odio el surrealismo. Me parece una manifestación decadente del arte burgués. Una desviación del verdadero arte que la gente espera recibir del artista».
No es la técnica lo que atrapa a la artista Marina Núñez, sino la capacidad narrativa de Frida Kahlo. «Lo que de verdad me interesa es lo que cuenta, la plasmación de su vida cotidiana de una manera tan hiriente que llega a resultar casi subversiva», afirma, y la visualiza sentada, con el pelo cortado alrededor a cuchilladas. «Es una imagen de uno de sus cuadros que tengo clavada», confiesa, convencida de que es en el carácter autobiográfico de su obra, «en esa manera memorable de contar sus historias», donde radica su extraordinario poder, ese poder para lograr que el espectador retenga sus símbolos, sus imágenes, sus colores…
Una vida de cine
En los últimos tiempos hemos asistido a la mitificación de Frida Kahlo. El cine y los biógrafos se han ocupado de ella, consiguiendo que llegue a todo tipo de públicos, interesados por una vida efectivamente de película; pero por más que su vida se anteponga, nadie puede negar el impacto de sus creaciones, capaces una y otra vez de poner los pelos de punta al observador. «Frida Kahlo es una gran creadora de imágenes», corrobora en la idea Marina Núñez. «Es increíble -dice- su forma de autorretratarse, resaltando lo feo, ella que era tan guapa; desmitificándose a sí misma en un ejercicio creativo muy saludable».
La narratividad es también lo que admira otra artista, Carmen Calvo, quien destaca cómo «ese mundo tan personal se mantiene vivo pese al paso del tiempo» y valora, pese a no tenerla entre sus preferencias, «su inteligencia y su discurso coherente en una época en la que la situación de las mujeres era bastante complicada».
«Lo que está claro es que en su momento Frida Kahlo se salía de la norma y hoy es imposible permanecer impasible ante una sensibilidad tan extrema, ante una manera tan rotunda y tan visual de expresar los tormentos interiores», señala la escritora Clara Sánchez, quien, de nuevo, incide en cómo la creadora ha conseguido que sus circunstancias tan especiales, su enfermedad, sus aparatos, su inconfundible entrecejo, permanezcan fijados en la mente de distintas generaciones. «Todo formaba parte de ella.
No disimulaba, no escondía nada, se mostraba en lo más rudo de sí misma para hablarnos de la dureza de la existencia, de la necesidad de luchar para sobrevivir, del hecho de que lo que nos va haciendo no es sólo lo confortable sino también el dolor. En Frida lo encontramos todo: lo placentero, lo doloroso, lo bueno, lo malo…», reflexiona la autora, ahondando en lo que es una auténtica lección de vida.
Frida vivía la vida con bravura y, aunque no me siento cercana a esa bravura, sí reconozco que esos rasgos tan marcados los recuerdo totalmente nítidos, con cierto encogimiento. Debo reconocer que me sobrecoge tanta autenticidad, tanta verdad surgida de la propia experiencia», prosigue Sánchez, quien alude a cómo hemos ido asistiendo al nacimiento de un ¡cono, «algo que sólo se da cuando alguien es capaz de fijarse en la mente de tanta gente, tanto tiempo después de su época».
«Frida Kahlo es, de modo simultáneo, mito, poderosa realidad artística, leyenda, vida plena, la santa Juana de una época pródiga en personajes-límite. Su reivindicación intensa es claramente individual y es parte de la recuperación de su atmósfera primigenia, el Renacimiento mexicano, el descubrimiento de un país por los extranjeros y los nacionales (…), la batalla contra la incomprensión de un medio burgués y moralista, la adopción de conductas beligerantes», ha dicho de ella el escritor mexicano Carlos Monsiváis, quien insiste en los contrastes de una creadora que no pintaba, según sus propias palabras, sueños sino realidades, de una mujer atrapada entre la alegría y la pena, entre las ganas de vivir y el deseo de dejar de ser para parar el sufrimiento.
«Espero alegre la salida y espero no volver jamás», llegó a anotaren su diario quien intentó suicidarse en varías ocasiones sin éxito. Frida Kahlo dejó definitivamente los pinceles el 13 de julio de 1954. Algunos de sus amigos creyeron que por fin logró su propósito, pese a que no fuese eso lo registrado en el parte médico.
De su carácter, de su fuerte personalidad, de su lucha permanente da cuenta su último cuadro, en el que grabó sobre un suculento trozo de sandía: «Viva la vida», expresión de su alegría vital pese al carácter dramático de su existencia.
«Comprendí demasiado tarde que mi amor por ella había sido lo mejor de mi vida», confesó tras su muerte un abatido Diego Rivera, un seductor que se dejó seducir por la mujer y la creadora, que la amó y la hizo sufrir. La suya fue una relación tortuosa, una lucha entre dos temperamentos explosivos. Cien años después, el tiempo ha situado a Rivera a la sombra de Frida, algo que ninguno de los dos hubiera imaginado.
Nota: Las fotografías de Frida Kalho fueron tomadas por Nickolas Muray que la retrató entre 1937 y 1946.