La comunicación directa entre dioses y hombres desaparece absolutamente en el arte asirio. Ahora el arte asirio tendrá como finalidad que esos dioses pasen a ser símbolos o estatuas alzadas sobre un pedestal.
El arte asirio se diferencia del resto del arte mesopotámico debido a la influencia de las poblaciones que se asentaron en sus territorios entre ellas hurritas, hititas, árameos y fenicios. Esta variedad de pueblos debió influir en la concepción artística asiría creando un arte de personalidad ecléctica, pero al mismo tiempo personal e inconfundible.
Por primera vez en el arte asirio, como en el resto de la cultura mesopotámica, existe una clara distinción entre la estatua y el propio Dios. En las puertas de entrada de algunas ciudades o palacios se confiaba el poder a toros androcéfalos y genios protectores guardianes de impedir la entrada a espíritus malignos.
Además de los de Jorsabad y Nínive (Qujundjiq), hay todavía en Kalakh toros cuyas espantosas cabezas sobresalen del terraplén, en medio del desierto. Layard explica su emoción cuando, la noche de la víspera de arrancarlos del palacio real de Qujundjiq, para trasladarlos al British Museum, fue a verlos por última vez, a la luz de la luna, en su emplazamiento, donde habían estado más de treinta siglos.
«Piezas de cedro, ciprés, pino y maderas de Sindai, con gruesas barras de bronce -dice Senaquerib en su crónica real-, coloqué en las puertas, y en las cámaras de habitación dejé aberturas como ventanas altas. Grandes colosos de alabastro, llevando la tiara y los varios pares de cuernos, puse a cada lado de las puertas.» Estas deben de ser las figuras que decoraban las puertas interiores; a los grandes toros alados de las entradas del palacio, Senaquerib les dedica un capítulo especial.
«Grandes toros con alas, de piedra blanca, labré en la ciudad de Tastiate, al otro lado del Tigris, para las grandes puertas, y corté grandes árboles de los vecinos bosques para hacer los carros o armadías que debían conducirlos… Era en el mes de Ishtar, en la primavera, y la inundación hacía difícil el transporte; las gentes de la escuadra que conducía los toros alados desesperaban ya de llegar a buen término. Con esfuerzo y no pocas dificultades, fueron llevados a las puertas del palacio.»