La pintura

Los pintores italianos más reputados de fines del siglo XVI no eran romanos ni florentinos, sino boloñeses. En Florencia, la personalidad pictórica de más relieve a finales del siglo XVI y comienzos del XVII es Cristofano Allori (1577-1621), autor de la Judith de la Galería Pitti; una Magdalena; varios retratos, igualmente en la Galería Pitti, y un tema místico, La Sagrada Familia con el cardenal Fernando de Medias, en el Prado; todos ellos demuestran su sentido poético, aristocrático y delicado, expresado con tonos cálidos y pastosos.
Pero los más característicos artistas de este período son los Carracci, que fundaron en Bolonia su Academia. Su método fue adoptar, de cada uno de los grandes artistas que les habían precedido, una de sus cualidades. Éste era el camino que llevaba más directamente a la fijación del amaneramiento y la rutina. Con todo, si fueron culpables en cuanto al sistema, ellos y su escuela produjeron obras sumamente interesantes. Además, su tentativa de hacer arte de modo artificial, como un producto de laboratorio, es tan curiosa, que merece ser comentada. El primero de los Carracci, Ludovico (1555-1619), pasó a estudiar a Venecia en la escuela de Tintoretto, en la cual manifestó poca disposición. Llegó a realizar alguna obra mediana, pero comprendiendo que el dibujo sería siempre su punto débil, logró persuadir a dos primos suyos, Agostino (1557-1602) y Annibale (1560-1609) a que se dedicaran también a la pintura. El plan concebido por Ludovico era el de que sus primos aprendieran en otras escuelas para trabajar todos juntos después.
No hay que decir que la Academia de los Carracci -titulada de los Bien Encaminados- estaba provista de numerosas copias de las grandes obras de todas las escuelas. De los tres Carracci, el más dotado de temperamento artístico es Agostino, autor de una obra realmente inspirada: la Confesión de San Jerónimo. Ludovico nunca dejó su escuela de Bolonia. Annibale y Agostino fueron a Roma en 1595 para pintar la galería del Palacio Farnesio. Los temas de la mitología griega se expresan aquí a través de la hirviente fantasía barroca. Agostino y Annibale Carracci eran realmente "hombres nuevos", de un modo absoluto lejanos a la lucidez helada de los manieristas. El eclecticismo de los Carracci produjo, pues, algún resultado positivo.
A los Carracci se les debe el dibujo académico. Dibujando el modelo vivo creían encontrar inspiración para creaciones verdaderamente artísticas, y, por este método, durante siglos los aprendices de pintor, y aun los maestros pintores, llenaron papeles de fastidiosas academias, obtenidas de modelos vivos profesionales
El mejor discípulo de los Carracci fue Guido Reni (1575-1642), también bolones. A la edad de veinte años entró en la Academia y fue pronto el preferido de Ludovico. En cambio Annibale comprendió en seguida que aquel muchacho "sabía ya demasiado". Guido Reni, al notar falta de afecto en sus maestros, dejó la Academia de los Bien Encaminados y se marchó a Roma para trabajar por su cuenta. Allí pintó su única obra universalmente admirada; es un gran fresco en el casino del jardín del palacio Rospigliosi. Representa el Carro de Apolo, rodeado de las Musas y precedido por la Aurora. Es una composición de gran frescura y espontaneidad. Puede observarse en ella sobre todo, un admirable vigor juvenil que resplandece en las figuras.
Otro discípulo de los Carracci es el tierno Domenico Zampieri, Domenichino (1581-1641), alma delicada, temperamento rafaelesco. Su vida fue un continuo tormento. En la academia de los Carracci se burlaban de su mansedumbre. En Roma no encontró más que envidias y críticas injustas. La lucha continuó en Nápoles, adonde se trasladó para pintar la capilla del Tesoro: el pobre Domenichino fue perseguido sin piedad por la camorra de los pintores napolitanos, y murió acaso envenenado por sus enemigos.
Contra el criterio metódico y académico de los Carracci en Bolonia, se alzó en la pintura barroca italiana de fines del siglo XVI y comienzos del XVII el arte de un pintor prodigiosamente dotado: Michelangelo Merisi (o Amerighi), llamado Caravaggio, del nombre del pueblecito cercano a Bergamo donde vino a nacer, figura genial de la pintura barroca italiana.

Judith de Cristofano Allori
Judith de Cristofano Allori (Palacio Pitti, Florencia). Considerada una de sus principales obras, resulta un lienzo impresionante por su colorido y expresión soberbios, que más tarde imitaría Rubens. Esta manera de ver e interpretar hace pensar en las obras más nobles de Tiziano. Según la tradición, la Mazzafirra, cortesana florentina, posó para la figura de la heroína hebrea, que sostiene, con gesto triunfal, la cabeza cortada de Holofernes.