Murillo, el pintor de las Inmaculadas

Bartolomé Esteban Murillo era bastante más joven que Alonso Cano, Zurbarán y Velázquez. Nacido en Sevilla el año 1617, pasó allí su juventud oscuramente, pintando cuadros de asuntos piadosos, de los cuales se hacía gran exportación a América. Estaba cansado de esta labor rutinaria, cuando pasó por Sevilla el pintor Pedro Moya, quien venía de Londres, donde había conocido a Van Dyck. El joven
Murillo vio las copias que traía Moya, oyó sus elogios, y excitado por el entusiasmo de aquel hombre, decidió marchar también a Londres a estudiar con tan grandes maestros.
Por el camino hizo estancia en Madrid y fue presentado como paisano a Velázquez. Ocurría esto en 1643; Murillo tenía veinticinco años, mientras Velázquez era ya el pintor áulico famoso. Sus visitas al Alcázar de Madrid y El Escorial, repletos de pinturas, fueron para Murillo una revelación. Pasó dos años en Madrid y al volver a Sevilla, su temperamento y estilo estaban formados. Su reputación en la ciudad que le vio nacer se hizo indiscutible, y en 1658 casaba con doña Beatriz de Cabrera, noble señora de la villa de Pilas. No se movió más de Sevilla, pintando sin cesar sus tiernos asuntos religiosos, no siempre en tono dulzón, antes bien demostrando a veces un magistral dominio del claroscuro; Niños, Vírgenes, sus Inmaculadas, sus Sagradas Familias, etc.
Este Correggio español es menos sensual en los tonos, en las gamas vivas de la carne; en cambio, es más familiar. Cuando quiere pintar grandes composiciones, como los dos lienzos del Prado que representan la Fundación de la iglesia de Santa María la Mayor, en Roma, y Santa Isabel de Hungría o la Imposición de la casulla a San Ildefonso, su fe no le impide pintar pilluelos con sin igual realismo o interpretar asuntos netamente picarescos. Murillo recibió un día el encargo de pintar el altar para el convento de Capuchinos de Cádiz; se cayó del andamio y fue llevado a Sevilla, donde murió en el año 1682.
Es un pintor que se aprovecha de la libertad de pensamiento e interpretación que es compatible con la piedad dogmática del catolicismo español. Por eso, pese a que es uno de los más ilustres cultivadores del tema religioso dentro de la pintura barroca, su sistema de tratar las representaciones religiosas como cuadros de género, introduciendo pormenores tomados de la vida cotidiana y episodios secundarios, humaniza a sus personajes y les confiere una gracia y una dulzura que casi parecen ya del siglo XVIII.
Ejemplos de esos simpáticos cuadros de género, excelentemente pintados, sobre tema religioso son Rebeca y Eliazar en el pozo (Prado), Santa Ana y la Virgen (Prado), las diversas representaciones del Niño Jesús con San José, etc. La serie de telas sobre la Inmaculada Concepción, que tanta fama le ha dado, fue iniciada hacia 1650 y la continuó hasta cerca del final de su vida. En las más antiguas, como en la de fray Juan de Quirós (Palacio Arzobispal de Sevilla) y en la llamada Concepción grande (Museo de Bellas Artes, Sevilla), hay pocos ángeles y destaca su ambición monumental.
Más adelante, el rostro de la Virgen, tratado con el esfumado propio de su última época, es más tierno y gracioso aunque pierde precisión; así la Concepción llamada La Niña (Museo del Prado, Madrid), que fue pintada para el coro de los Capuchinos y que asciende vertiginosamente junto con un torbellino de ángeles, es menuda y graciosa como una obra rococó, aunque se adelanta treinta años a este estilo. Algo semejante puede decirse de la Concepción de los Venerables (Museo del Prado).
Un aspecto distinto de su obra, por el que se interesó a lo largo de toda su vida, son los cuadros de tema infantil, que han dado gran prestigio a Murillo fuera de España. Los mejores son los antiguos, en los que late un sentido dramático al contemplar la infancia abandonada y miserable: Niños comiendo uvas (Munich), Vieja espulgando a un niño (Munich), Niño jugando con un perro (Ermitage). En cambio, en los más tardíos el tema adquiere un tono intrascendente, que vuelve a recordar la atmósfera rococó: Niños comiendo pastel, La pequeña vendedora de fruta (ambos en la Pinacoteca de Munich), etc.
En Murillo se distinguen tres estilos o épocas: el llamado estilo frío, que duró hasta 1652; el cálido, que utiliza desde el año 1652 al 1656, y por fin el vaporoso, en que los contornos quedan como esfumados y que empleó en su última época, que abarca aproximadamente los quince años anteriores a su muerte. Pero la pintura de esa época tuvo a otros muchos pintores notables. No hay ninguna exageración en afirmar que desde mediados del siglo XVII se pintó en España de un modo excelente, en especial en los tres focos artísticos principales de entonces: Madrid, Sevilla y Valencia.


Vieja espulgando a un niño de Murillo
Vieja espulgando a un niño de Murillo (Alte Pinakothek, Munich). El artista introdujo a la Sevilla cotidiana y callejera de su tiempo en la pintura española. En esta obra, convierte la anécdota vulgar en una excelente pintura costumbrista. Es notable el sentido de la composición, el dibujo firme y seguro, el cálido color que recuerda a Correggio. Quizás en estas escenas sevillanas se halle el mejor Murillo, aquel que no abusa de la ternura dulzona, tan grata a su clientela, ni del fácil sentimentalismo.