La basílica tarraconense custodia, en su altar mayor, una pieza románica de calidad y belleza excepcionales: el frontal marmóreo de Tecla, la santa titular, realizado en torno a 1220-1230 por el mismo taller responsable del ornato de la galería meridional del claustro, autor también de la Anunciación de la catedral ilerdense. La obra proclama el gusto y la fascinación por la plástica antigua, común a buena parte de la corriente artística conocida como «arte 1200» que se nutre del estudio y la recreación de la escultura tardorromana, especialmente abundante en la ciudad.
Así lo expresan, entre otros detalles, el tratamiento de las anatomías, el movimiento de las indumentarias, las hojas de acanto que cubren los fondos de las escenas o la mandorla perlada de San Pablo.
El espacio se organiza en diversos recuadros, como en los frontales pictóricos románicos catalanes, que se aprovechan para cincelar algunas escenas de la vida de la santa. Estos relieves enmarcan el grupo central, inscrito en la característica mandorla, con San Pablo, sentado mayestáticamente en un escaño a la manera de un Pantocrátor, bendiciendo a una minúscula Tecla (según establece la perspectiva jerárquica) que, en actitud orante, se arrodilla a sus pies. La mano de Dios, también aureolada, y la paloma del Espíritu Santo, ambas alusivas a la intercesión divina en favor de la mártir, emergen de los cielos por los ángulos superiores del recuadro.
Según el orden de lectura de las escenas, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha, vemos en primer lugar a la madre de Tecla señalando con la mano la predicación de Pablo, a la que asiste su hija desde la ventana de la morada familiar; debajo, la doncella, denunciada por un sayón de rostro grotesco, comparece ante el procónsul, con los atributos de poder propios de los monarcas medievales: la corona, el trono y la espada.
Junto a él, otro esbirro con gesto, indumentaria y ademán idénticos al anterior, pero ahora tirando de los cabellos a la santa, que ha sido despojada de sus ropas, intenta inútilmente torturarla en la hoguera, cuyas llamas nada pueden hacer contra ella ante la intervención de un ángel que emerge de las nubes en respuesta a su humilde plegaria.
En Antioquía, de nuevo es falsamente acusada de adulterio y condenada a morir, primero víctima de las fieras en el circo y más tarde en un estanque repleto de cocodrilos (figurados en la escena siguiente en forma de sapos y otras alimañas fantásticas, algunas luchando entre sí). Otra vez gracias a la ayuda divina la inocente se salva del suplicio.
Tras los triunfos sobre el martirio, se representa un nuevo estadio de su vida en la parte izquierda del frontal, donde la vemos enseñando la doctrina cristiana a una reina, a juzgar por la corona que ciñe su frente, postrada de hinojos ante las puertas de la ciudad. Por último se cincelan la muerte de la santa, que yace en el lecho en compañía de la afligida comunidad de doncellas congregadas en torno a ella bajo los votos de la oración y la castidad; y el traslado al cielo de su alma, en forma de paloma inscrita en una mandorla, por dos ángeles.
La profunda veneración a Santa Tecla en Tarragona, sin duda auspiciada por la posesión de una de sus valiosas reliquias (el brazo adquirido por Jaime II de Aragón en 1321), determinó el encargo a Pere Johan de un hermoso retablo gótico de alabastro para colocarlo sobre el frontal románico descrito. De nuevo, diversos episodios de la vida y milagros de la joven mártir configuran su iconografía.
También en el altar mayor un pavimento románico de mosaicos, excepcional por ser el más importante y mejor conservado de Cataluña, ilustra un procedimiento muy extendido para decorar los suelos en aquella época. Se compuso en las primeras campañas catedralicias con la técnica romana del opus sectile, es decir, con placas de piedra y mármol que se yuxtaponen dibujando motivos geométricos con claro predominio de los entrelazos.
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