Las numerosas reformas posteriores consiguieron desvirtuar, en gran medida, el primitivo proyecto románico: un templo basilical de tres naves con un estrecho crucero. Hoy sólo se conservan algunos paramentos murales, la torre-campanario y la triple cabecera.
La nota más singular es el amplio desarrollo de la capilla central frente a las laterales; su hemiciclo, precedido de un corto tramo recto y cubierto con la típica bóveda de horno, se articula con una galería de siete arcos de medio punto sobre podio, donde alternan vanos ciegos y ventanas.
Esta solución, de gran originalidad en el románico catalán, también se ensayó en San Juan de las Abadesas y San Pedro de Galligans.
En el exterior de la cabecera se impone la austeridad ornamental. El único alarde decorativo se concentra en las columnas con capiteles de la ventana central, la hilera de canecillos del ábside mayor y las bandas de arcos ciegos, también de medio punto, que corren bajo la cornisa de las absidiolas laterales.
En el siglo XIII se decide reemplazar la fábrica románica por un templo gótico más amplio y acorde con las nuevas corrientes estéticas.
Las obras comienzan por los pies y avanzan hacia la capilla mayor pero, al llegar a este punto, se interrumpen.
Cuando se retoman, ya en el siglo XVI, se construye el actual ábside poligonal y la cabecera románica se convierte en su sacristía.
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