El relato bíblico vuelve al pilar sudoriental donde se desarrolla la historia de Abraham. La hospitalidad dispensada por el anciano patriarca a los tres ángeles del valle de Mambré se concreta en el lavatorio de sus pies, junto al que se interpolan una pareja de clérigos enjuagándose los cabellos.
Los emisarios celestiales le anuncian entonces el milagroso final de la esterilidad de su esposa Sara, pese a su avanzada edad, y el futuro nacimiento de su hijo Isaac. Los teólogos medievales destacan en este pasaje veterotestamentario el valor de las prefiguraciones que contiene: los ángeles simbolizan la Trinidad; su mensaje, el anuncio de la encarnación del Mesías; y el lavatorio de sus pies, la pasión de Cristo.
Insistiendo en este complejo significado, a continuación se cincela el sacrificio de Isaac que, como el fratricidio de Abel, también supone el anuncio en el Antiguo Testamento de la muerte del Redentor; además de ponerse a prueba la fidelidad de Abraham obligado a inmolar a su amado vástago para cumplir la voluntad divina.
El episodio se resuelve con las figuraciones del patriarca guiando con su bastón al asno que lleva en las alforjas el hacha para cortar la leña; el cordero del Holocausto enredado entre las zarzas; y, finalmente, el abnegado padre dispuesto a degollar a su hijo, maniatado sobre el altar, mientras emerge de las nubes un ángel que detiene el sacrificio.
En los relieves siguientes, Isaac bendice a Jacob, preferido de su madre Rebeca, gracias al ardid de ésta, que le hace pasar por el primogénito aprovechando la ausencia de su hermano Esaú. El patriarca, ciego y sentado en un lujoso escaño, impone sus manos sobre la cabeza de Jacob, arrodillado, ante la mirada atenta de Rebeca. Tras regresar de la cacería y todavía con dos flechas en la mano derecha y el arco con un conejo suspendido de sus patas traseras en la izquierda, Esaú comparece ante su padre.
La cólera del primogénito determina el exilio de su hermano menor, representado a continuación. Este segundo período en la vida de Jacob comienza con dos escenas nocturnas: el sueño y la lucha contra el ángel. En la primera, el personaje bíblico yace con la cabeza apoyada sobre la piedra sagrada de Betel cuando, dormido, ve cómo dos ángeles suben y bajan por una escala mística; en la segunda, forcejea cuerpo a cuerpo con un emisario alado. Seguidamente, Jacob vierte el aceite de una vasija sobre el sillar que le sirviera de almohada durante el descanso, dispuesta ahora a modo de altar, «consagrándola» así a Yahvé.
Acto seguido, el cantero compone una animada y bucólica escena con los rebaños de Labán, que Jacob hubo de apacentar durante años para conseguir la mano de Raquel. Después, tras el efusivo beso de los futuros cónyuges y ya en la cara contigua del pilar, Raquel comunica a su padre el encuentro con Jacob; Jacob y Labán se abrazan; y, finalmente según E. Junyent, los dos se trasladan al hogar.
En los capiteles de la galería oriental se cincelan los pasajes más célebres de la epopeya de Sansón, según el relato del libro de los Jueces. Vemos al héroe bíblico dormido en el regazo de Dalila, que le corta la larga cabellera con unas tijeras; encadenado a las columnas mientras trata de derrumbar el templo de Dagón; y, para terminar, desquijarando al león. Los exegetas medievales interpretaron este último pasaje como una prefiguración de Cristo en el infierno: al igual que Sansón rompe las fauces del felino, Jesús derriba las puertas del averno para liberar a los justos, motivo también representado en este claustro.
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