Arte de los Imperios Medio y Nuevo

El ocaso del arte egipcio

El período saítico o saita se ha considerado siempre como el momento en que se inicia la influencia griega en Egipto, que se hace sentir en las características de la escultura saítica: una ordenación más libre en la distribución de espacios y una corporeidad plástica de las figuras humanas que da vida a la imagen. La iluminación rasante descubre maravillas de refinamiento en el modelado de los "relieves rehundidos" que figuran en el interior de muchos sarcófagos de este período.
En los museos se guardan gran cantidad de imágenes de bronce de seres reales, dioses y animales sagrados. Muchas de ellas debieron ser ofrecidas a los templos como exvotos. El Horus con cabeza de halcón, que avanza con los brazos extendidos hacia delante y las palmas de las manos vueltas hacia arriba, sorprende todavía hoya los visitantes del Museo del Louvre como una aparición cargada de un extraño misterio sagrado o demoníaco. Todo el refinamiento y el sensualismo del final de una cultura vibran en la gracia entre ingenua y perversa de la estatua de bronce de la dama Takusit, que conserva el Museo de Atenas. Finalmente, están las numerosas estatuillas de gatos, halcones, monos cinocéfalos, ibis y perros que revelan un magnífico poder de captación de lo esencial de esos animales. La expresión entre orgullosa y sarcástica de los monos cinocéfalos, la dignidad real del halcón y la delicadeza insinuante de los gatos forman un alucinante parque zoológico. Herodoto dedica largos párrafos a los gatos egipcios, hace hincapié en sus vicios y virtudes, y cuenta incluso que tenían una manera peculiar de hacer el amor. Esos inquietantes felinos, exquisitos y aristocráticos, que se presentan frecuentemente enjoyados con collares y pendientes de oro, llamaron también la atención de Diodoro de Sicilia que, en el siglo 1 a.C, escribió estas palabras: "A muchos les parece, con razón, muy extraño y curioso lo que es uso y costumbre en Egipto con los animales sagrados".
Ese refinamiento y sensualismo van acompañados de un gusto por el arte erudito, por las formas más arcaicas del arte egipcio antiguo. Tal fenómeno es característico del final de todas las culturas. La tendencia arcaizante es tal, que un observador superficial podría creerse ante obras escultóricas del Antiguo Imperio, entonces ya envejecidas por dos mil años; pero, fijándose en los detalles, aparece la delicadeza sensual, típica de esta baja época. Así sucede con las estatuas arrodilladas de Nekt-Heru-Hebt, en el Louvre, o de Va-Ai-Ra, en el Museo Británico.
Los rostros tersos, de sonrisa helada y frente alta, del príncipe y de la sacerdotisa aparecen animados por el pulimentado suavísimo, característico de esta época tardía. La estela del Louvre que representa una serie de muchachas cortando lirios y prensándolos para obtener la esencia para el perfume que tanto apreciaban los egipcios, es otra prueba sorprendente de arcaísmo. Si se compara esta obra con los relieves de las mastabas de Saqqarah, se creería que se está ante ante un relieve auténtico del Antiguo Imperio.
El mayor progreso de este período consiste, sobre todo, en una nueva forma, muy realista, de retrato. La caracterización individual de la personalidad, iniciada ya bajo la XXV Dinastía con el célebre busto de Mentuemhat (Museo de El Cairo) se prolongará hasta el final del período tolemaico. Estos bustos o cabezas, cuyas obras maestras son la Cabeza Verde, de Berlín, y el retrato de un sacerdote en basalto azul, del Museo de Bastan, empiezan por ser de una técnica casi milagrosa. Están labrados en piedras durísimas.
La dureza del material impuso a los egipcios de las épocas saítica y tolemaica formas lisas y geométricas. El mármol, en cambio, parece exigir los detalles anecdóticos. Las cabezas egipcias tardías son puras, impresionantes por su sencillez. La luz resbala sobre las superficies, que parecen metales pulimentados; brillan con reflejos las partes salientes y se hunden, negros, los huecos de sombra. En estas condiciones, los detalles han sido tratados con gran perfección.
Allí, a esos detalles, es donde se dirige la vista instintivamente y ninguna vacilación es admisible. Véanse las orejas de la Cabeza Verde, de Berlín, los bordes del párpado, la cabeza de Boston ... Detrás de la superficie se aprecian los detalles del esqueleto, los arcos superciliares, la estructura del cráneo. Las arrugas grabadas como caligrafía sobre el rostro, las comisuras de los labios, los ojos entreabiertos les comunican una intensidad espiritualizada. Y aquellas impresionantes imágenes de la vejez, donde se manifiesta a la vez una inteligencia crítica y una superioridad burlona.
El año 525 a.C, el ejército persa de Cambises derrotó a los egipcios en la batalla de Pelusium, en el delta del Nilo. Psamético III fue ajusticiado y Egipto se convirtió en una satrapía del Imperio persa aqueménida. Todos los intentos hechos durante dos siglos para sacudirse el yugo, fracasaron. El viejo país del Nilo siguió bajo dominio persa hasta que fue ocupado el año 332 a.C. por los griegos de Alejandro Magno.
Alejandría, fundada entonces, se convirtió rápidamente en centro del comercio mediterráneo y en uno de los núcleos creadores de la cultura griega, aunque los sucesores de Tolomeo (el general al que Alejandro concedió el dominio de Egipto) mantuvieron aún hasta la conquista romana una última prolongación del arte egipcio autónomo. Es la época llamada tolemaica que termina el año 30 a.C. con el suicidio de Cleopatra, después de su derrota frente al romano Octavio Augusto en la batalla de Actium.

 

gato

Gato (Musée du Louvre, París). Estatuilla zoomorfa típica de la época saíta. Este gato, que lleva un sobrio collar alrededor del cuello y señales de haber usado pendientes, atestigua la gran devoción popular que se prodigó a las representaciones animalísticas. El gato era para los egipcios señor de la alegría, de la embriaguez mística y del encantamiento musical. Son numerosas las estatuillas de animales halladas, aunque con frecuencia carecen de valor artístico.