Se comprueba, pues, que todo se reduce a mera transposición: el tema se expresa mediante el lenguaje habitual del egipcio, quien proporciona a las formas y a los colores un especial poder de evocación, cuya traducción hay que conocer.
En la decoración pintada en los templos egipcios, también aparece la composición de gran tamaño, en cierto modo opuesta a la distribución en registros, aunque sólo se conservan vestigios suficientes de ella a partir del Imperio Nuevo.
La pintura, tanto si se reduce a cubrir los costados de un cofrecillo (concebido como depósito para guardar objetos litúrgicos y preciosos), como si ornamenta una parte importante de un muro, siempre representa una escena triunfal -el embrollo inextricable de una batalla o algún tipo de caza ritual –, animada con un lujo incalculable de detalles que ofrecen una multitud de planos superpuestos, aunque poniendo siempre pomposamente de relieve al héroe, al ilustre vencedor destruyendo al enemigo, aniquilando al adversario.
Con una comparación un tanto audaz, podría decirse que, a lo largo de la civilización egipcia, el dibujante (escriba de los contornos), el escultor y el pintor grabaron en los muros de los edificios religiosos una película que el objetivo captó bajo las órdenes de un director de escena ritualista.
Para el espectáculo, se eligió una pantalla especial que permitiese animar esas auténticas cintas que son los registros, lo que equivalía a proyectar sobre una superficie única todos los movimientos y detalles que habían sido tomados en etapas sucesivas.
Y para este momento fundamental, todo debe estar a punto, al objeto de proporcionar la animación completa; para que los espectadores la perciban con facilidad, la acción queda recompuesta del principio al final, asegurándose así el éxito de la empresa.
La guerra, es decir, la protección de Egipto frente al invasor que amenaza la libertad del país, su honor, su existencia nacional, esta guerra se resume en las gestas de los faraones contra los pueblos en conflicto con su país, y lo que allí se representa son, evidentemente, escenas victoriosas.
Y si el faraón no ha hecho la guerra aparece, no obstante – y éste es el caso del joven Tutankamon –, el tema eterno del combate contra los africanos o los asiáticos: la decoración no ha tenido otro objetivo que afirmar el papel tutelar del rey del País Doble.
El tema a elegir resulta fácil cuando se trata de Ramsés II; como se puede ver, la libertad del dibujante no desdice en nada de la expresión del movimiento y de la anécdota, que resultan excepcionales en esa época. La gran composición artística nace con la batalla de Kadesh, y será conservada y enriquecida con Ramsés III, en la XX Dinastía, con aterradoras batallas, terrestres y marítimas, en las cuales Egipto se defiende vigorosamente contra los Pueblos del Mar.