Flinders Petrie dice que por los fragmentos que encontró en las tumbas reales de Abydos, pertenecientes a las dos primeras dinastías, pudo calcular que había varios miles de vasos en cada sepulcro. Estos vasos eran verdaderas obras de arte que confirman la tradición recogida por Diodoro de Sicilia, según la cual Menes introdujo el gusto por las cosas bellas en los objetos de uso diario.
Debía haber, además de los vasos, camas y mesas ricamente labradas de las que quedan sólo los pies, que son de marfil. Por fin, entre los escombros abandonados por los violadores de las tumbas reales de Abydos, Petrie tuvo la fortuna de recoger un brazo de momia, de la esposa del sucesor de Menes. Rodeando los huesos y la carne apergaminada había todavía cuatro brazaletes de oro y turquesas; el oro batido formaba rosetas, y las piedras talladas, lágrimas y plaquitas con halcones.
Tanto Menes como sus descendientes directos ocupaban hasta hace poco en la Historia un lugar mitológico; las fábulas y leyendas de estas primeras dinastías se habían creído pura invención de los genealogistas faraónicos. Y, no obstante, excavaciones recientes han dado a conocer monumentos de este período de los cuales no se tenía ni la más remota sospecha. Morgan, excavando cerca de Negadah, creyó haber encontrado la tumba preciosa de Menes, el fundador; y Amelineau y Petrie descubrieron otras sepulturas de monarcas y altos dignatarios de las primeras dinastías anteriores a la época de las pirámides.
Una de las obras de arte más importantes de las dos primeras dinastías, que forman el llamado período arcaico, es la estupenda estela del faraón Vadyi, el Rey-Serpiente, que conserva el Museo del Louvre. Su nombre jeroglífico, Serpiente, figura sobre la fachada del palacio con dos puertas y tres torres. La línea ondulante que describe esta cobra es de una gracia inexplicable. Todo ello aparece cobijado bajo Horus-el-Halcón, el dios patronímico del Alto Egipto que se encarnaba en la realeza.
Tanto la supuesta tumba de Menes como las de los otros faraones de las dos primeras dinastías son subterráneas y enteramente distintas a las de los últimos monarcas de la tercera y subsiguientes dinastías, que se entierran en hipogeos elevados.
La tumba subterránea corresponde a los adoradores de Osiris, el dios popular y predilecto en los comienzos del Egipto faraónico. El Osiris, Señor de los muertos, el Ounofer o Bienhechor, reina en un limbo pálido, gris, debajo del suelo en el Oeste, hacia el Poniente.
Allí van las almas atravesando regiones oscuras, peligrosísimas, que hay que salvar con letanías y el sistro mágico, que espanta el maleficio. Es natural, pues, que las tumbas de los adoradores de Osiris fueran subterráneas, como imagen de la morada que tendrán los mortales cuando terminados sus días pasen al reino de ultratumba.
Disco con perros persiguiendo una gacela (Museo Egipcio, El Cairo). Relieve de época tinita procedente de Saqqarah, labrado en esteatita negra con incrustaciones de alabastro. La tumba de Hemaka, un oficial de la 1º Dinastía, durante el reinado de Den, contenía diferentes discos. Se ignora cual era la finalidad de éste, pero el orificio central hace suponer que era una maza discoidal o bien destinada a un juego de azar, ya que las figuras se animan al hacerlo girar.
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