La arquitectura en la Corona de Aragón

En los territorios de la Corona de Aragón el clima, más templado que el del centro de la Península, no exige las cubiertas de doble pendiente, y los monumentos se cubren con la azotea plana, rellenándose con mortero y cascotes las enjutas de las bóvedas. Los arbotantes se reducen a su más mínima expresión; se procura contrarrestar los empujes por medio de contrafuertes que quedan incorporados al interior del templo como muros de separación de las capillas. Todo esto da a los edificios de las regiones mediterráneas de la península un aspecto exterior algo pobre, pero, en cambio, al interior tienen una elegancia más serena, una simplicidad más estética, menos suntuaria, que los monumentos de la escuela castellana.
Lo que distingue sobre todo a la arquitectura gótica catalana de la del resto de Europa es su tendencia a crear amplios espacios equilibrados, como grandes salas, huyendo del esquema longitudinal de las iglesias-corredor, típico del gótico francés y castellano. De ahí las grandes anchuras de las naves centrales: frente a los 12 o 14 metros de luz, típicos del gótico francés, la Seu de Manresa tiene 18 y la catedral de Girona 23. A menudo las bóvedas se sustituyen por techumbres de madera sobre arcos diafragmas, que dividen la nave en tramos iguales. Finalmente, los trazados que se imitan y los métodos constructivos son los de las escuelas del Mediodía de Francia, con influjos del arte italiano; no hay en los territorios de la monarquía catalana-aragonesa ejemplos de trasplante de tipos góticos del norte de Francia, como son las catedrales de León, Burgos y Cuenca.
Como monumentos de transición del período románico, hay que citar en primer lugar los ejecutados con arreglo a las tradiciones de la escuela cisterciense. La catedral de Lleida, obra maestra de este arte madurísimo, que recoge toda la experiencia de los últimos constructores románicos, con planta de tres naves, con crucero y cimborio; los pilares son ya compuestos, como presintiendo las bóvedas por arista que se impondrán en un futuro inmediato. Iniciada en 1203 por Pere Ça Coma, magister et fabricator, se construyó con tal rapidez que pudo ser consagrada en 1278. La fachada principal se abre dentro de un claustro que forma un nártex espaciosísimo, y este pórtico monumental de la iglesia debía de ser más agradable, porque, erigida la catedral en la cumbre de un monte, una de las alas del claustro tiene abiertas sus arcadas sobre la vertiente de la colina, que está cortada a pico y domina toda la llanura del Segre.
La catedral de Tarragona es aún obra de tipo cisterciense sorprendida por el estilo gótico. El ábside, iniciado en 1171, es todavía un cascarón hemisférico, sin nervios; no hay tampoco giróla, pero sí una torre octogonal en el crucero, característica de las grandes iglesias monásticas de la Orden del Cister. Los pilares tienen un robusto molduraje para recibir las bóvedas por arista de las naves. La nave mayor, que es mucho más alta que las dos laterales, como en las catedrales francesas y castellanas, está contrarrestada por unos contrafuertes rectangulares. El interior de la catedral -construido durante el siglo XIII- es de una sobriedad y sencillez de líneas que se avienen al genio del lugar; es obra verdaderamente clásica, aunque tenga formas medievales. La fachada es gótica, pero quedó sin terminar. Se ha dicho que la línea horizontal del remate del edificio desconcertó a los constructores, y por esto en la catedral de Tarragona se ve levantarse un frontón en la fachada, que es un simple muro triangular en el aire y no responde a un sistema de cubierta posterior, como si se hubiese pretendido aplicar una línea de fachada gótica francesa a la traza típicamente catalana de iglesias con azotea en lugar de tejado. Pero la realidad es que el coronamiento, a primera vista enigmático, de la catedral de Tarragona es un inicio de espadaña, tradicional en Cataluña, que aquí revestía el carácter monumental -y a la vez sencillo- de la de San Miguel de Lucca, en Italia. Su claustro plenamente cisterciense aún, recuerda al de la abadía de Fontfroide, en Provenza, de la cual dependían muchos monasterios de Cataluña. Los monjes del vecino monasterio de Santes Creus, sufragáneo de Fontfroide, pudieran haber dirigido la construcción.
Un caso típico de obra cisterciense que logró alcanzar la invasión de las formas góticas es la iglesia del monasterio de Sant Cugat del Valles, cercana a Barcelona. El ábside, el cimborio y las partes bajas del resto del monumento son aún las que corresponden a la pura obra cisterciense, pero al llegar a la fachada se aceptó el estilo nuevo, que imponía una gran puerta ojival con derrames y un gran rosetón calado encima.

Monasterio de sant Cugat del Vallès

Monasterio de sant Cugat del Vallès. La fachada almenada, del siglo XIV, refleja la disposición de la estructura interior de tres naves con sus rosetones, el central absolutamente extraordinario.

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