Los Van Eyck, Campin y Van der Weyden eran simultáneamente técnicos, creadores y videntes. No llegan a tanto sus sucesores: son pintores que llenan las tablas de imágenes admirables, pero cuyo encanto se logra principalmente por la habilidad y perfección con que están ejecutadas.
No se puede remontar la corriente de las edades; al desaparecer lo que había de fenómeno casi divino en su etapa primera, la escuela flamenca quedó al principio de esta etapa, como una excrecencia medieval, justificada de forma principal por su magistral técnica.
Así, en Dirk Bouts, pintor holandés que nació en Haarlem, pero que (según se ha comprobado documentalmente) ya a mediados del siglo se había trasladado a Lovaina, donde casó y donde murió en 1475. Si en sus primeras pinturas se observa una innegable disminución de la intensidad espiritual que resplandece en las obras de los primeros grandes pintores flamencos, en cambio, hay en ellas, a modo de compensación, un refinamiento psicológico que se patentiza, no sólo en la fineza de las facciones de los rostros, sino también en la elegante naturalidad de las actitudes y en el modo admirable como los personajes se mueven o reposan dentro del ambiente natural que los circunda.
Estas mismas características ofrecen las composiciones (a veces simbólicas) de un holandés que jamás salió de Holanda: Geerten tot Sint Jans, o Gerardo de la Muerte de San Juan, nacido probablemente en Leyden hacia 1460 y fallecido, al parecer, antes de los treinta años, en Haarlem. Más discernible es el cambio en la siguiente generación de pintores de los Países Bajos, cuya actividad se prolongó hasta los primeros años, o hasta los primeros decenios, del siglo XVI, como Gérard David, nacido hacia 1460, y Quentin Metsys (o Massys) cinco años más joven que David. Los dos muestran un interés decidido por matizar la expresión y por dar a sus composiciones de figuras humanas naturalidad y monumentalidad a la vez.
Gérard David es, sobre todo, un característico pintor de Madonas caseras, fina evocación de la madre de familia concentrada toda ella en la crianza de su pequeñuelo. Apasionadamente ensalzado por los críticos e historiadores del arte del siglo XIX, hoy interesa mucho menos porque se aprecian más los valores imaginativos e intelectuales que una perfecta habilidad técnica como la de este pintor.
Metsys subraya o exagera, en cambio, la intención expresiva de los rostros y de las actitudes en algunas de sus obras de tema religioso. Diríase que presiente el tumulto de inquietudes espirituales que precedió y acompañó al estallido de la Reforma.
No es sorprendente que en su residencia de Amberes se relacionase con los magistrados humanistas, entre los cuales se encontraba Pieter Gillis que le puso en contacto con Erasmo en 1517. En otras obras, en cambio, apunta ya una influencia directa de Leonardo, cuyas obras conoció (y alguna copió) durante el viaje que hizo a Italia. En el Museo del Prado, se pueden contemplar dos grandes tablas apaisadas, una de cada uno de estos dos maestros; ambas contienen escenas rodeadas de paisaje.
La de Gérard David representa un tema que este pintor trató repetidamente: el descanso en la «Huida a Egipto»; la de Quentin Metsys representa «Las Tentaciones de San Antonio», con el santo ermitaño sometido a la tortura de las mimosas caricias de tres bellas diablesas, con gran lujo ataviadas, a quienes acompaña un diablo disfrazado de alcahueta horriblemente expresiva. El fondo paisajístico es en ambas obras magistral, algo que denota una sensibilidad nueva en el clima artístico neerlandés.
Los paisajes de estas dos obras maestras no son ni de David ni de Metsys, sino de un pintor exquisito cuando se trataba de pintar paisajes, y que con ellos colaboró, el primer gran paisajista que produjeron los Países Bajos, Joaquín Patenier o Patinir.
Después de estos últimos maestros que, a pesar de todo, conservan todavía algo de la impronta y originalidad de la escuela en el arte pictórico de Flandes y de Holanda (países que entonces constituían aún un solo ente político y cultural) aparecen los maestros en cuyas obras apunta ya influencia directa de la pintura del Renacimiento italiano. Esta influencia deriva, en la ya decadente escuela de Brujas, hacia un excesivo predominio del adorno.
Pero entonces los principales centros pictóricos de los Países Bajos son Bruselas y Amberes. Gérard David abandonó Brujas por Amberes en 1515, después de haber sido reconocido pintor oficial de Brujas a la muerte de Memling.
Metsys fue un característico maestro de la escuela antuerpiense, que se había inscrito, ya en 1491, en el gremio de pintores de Amberes. Su estilo expresivo hallaría después eco, dentro de esta escuela, en las obras de un pintor zelandés que allí ejerció su arte principalmente, antes de enzarzarse en las querellas políticas derivadas de la aparición del protestantismo: Marinus van Raemerswaele.
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