La escultura

Pero la gloria principal del arte medieval francés, aún más que la arquitectura de sus catedrales, es el arte de la escultura, que desde el período románico había ido progresando lentamente. Los monjes de Cluny dieron el primer impulso, contenido sólo momentáneamente por las predicaciones de San Bernardo y la regla austera del Cister, tan opuesta al lujo; pero a partir de mediados del siglo XII, la escultura francesa renueva su marcha ascendente y pronto alcanza resultados tan admirables que sólo pueden compararse con los de la escultura griega.
Las primeras obras de la escultura gótica francesa, que se podrían llamar arcaicas dentro del estilo, son algunas estatuas de la gran iglesia de Saint-Denis o de Chartres, con ropajes de pliegues rectos y pegados al cuerpo, como los de las figuras primitivas del arte griego. En Chartres, en el espacio de tiempo que media de una puerta a la otra, se ve cómo los escultores, partiendo de estos esfuerzos y tanteos, llegan a la perfección. En Amiens, Reims y París, las obras de arte más excelsas decoran, con simplicidad conmovedora, las fachadas de sus antiguas catedrales: por ejemplo, la columna o parteluz que divide la puerta de la catedral de Amiens lleva adosada una estatua de Jesucristo, esculpida hacia 1230, llamada en el país le Beau-Dieu d'Amiens, que es una maravilla de la escultura gótica francesa: con su barbilla puntiaguda, cabellos lacios y ojos que se comprende que debían ser azules, es la representación más excelsa de un gentilhombre del norte de Francia, culto y civilizado.
Los piadosos artistas del gótico no buscaban éxitos ni aplausos del público; trabajaban sólo para Dios y para el arte; algunas de sus estatuas están escondidas entre los contrafuertes o colocadas a una altura tan grande que es imposible, para la multitud que circula por debajo de ellas en las calles, verlas y admirarlas.
En el repertorio de los escultores góticos de las catedrales francesas descuellan algunos asuntos que van a evolucionar lentamente. Así, por ejemplo, el Cristo de pie y bendiciendo, del parteluz del portal mayor de la fachada de Amiens existía ya, con variaciones muy poco sensibles, en el portal meridional de Chartres. Otro tipo es el de la Virgen con el Niño en brazos, algo inclinada y con los pliegues del manto recogidos sobre la cintura, que también va perfeccionándose, siempre dentro de la ley artística que domina en todos los estilos, esto es, acentuando cada vez más su naturalismo; desde la Madona inmóvil y rígida, del pórtico septentrional de Chartres, aún del siglo XII, a la de la fachada sur, del siglo XIII, hasta la Virgen Dorada de la catedral de Amiens, que corresponde ya al XIV, que es como una soubrette, o doncella, que se mueve coquetamente y sonríe con malicia. Los dos tipos fundamentales de la iconografía medieval, Jesús y la Virgen, cambian decididamente en el período gótico. El Señor ya no es el Omnipotente de la época románica, rodeado de los símbolos de los cuatro evangelistas, sino el Hijo del Hombre en la edad de su predicación, con el Libro encuadernado y cerrado como si fuera un texto teológico. La Virgen, joven, está de pie o sentada, pero siempre con el Niño en el brazo izquierdo o sobre la rodilla izquierda. La Divina Madre lleva primero un gran manto, recuerdo aún del tipo de la Virgen del período románico, y va sin corona, como las Vírgenes bizantinas, pero a mediados del siglo XIII se cubre la cabeza con una pequeña toca y ciñe corona real La historia de María se describe plásticamente con acentos de ternura inefable, desde la Anunciación, la Visitación y el Pesebre hasta el Calvario y su Asunción triunfante a los cielos, donde el Hijo la espera para coronarla y sentarla a su diestra.
El repertorio de los escultores góticos franceses, como el de los antiguos escultores griegos, apenas admite ligeras variaciones en la manera de representar cada una de las escenas evangélicas. Hay una escala de predilección en los temas: la Anunciación, por ejemplo, es preferible a la Visitación, y la Adoración de los Magos se repite más que la de los Pastores. La Visitación puede convertirse en una escena de cortesía francesa, y los Reyes de Oriente son como el emblema de la monarquía cristiana.

 

Felipe III el Atrevido de Fierre de Chelles

Felipe III el Atrevido de Fierre de Chelles y Jean d'Arras (Abadía de Saint-Denis, París). Entre los mejores escultores de la corte de Carlos V y Carlos VI se encuentran los "faiseurs de tombes" que labraron estatuas yacentes del difunto sobre túmulos más o menos decorados. No se trata de una representación ideal del soberano, sonriente y afable al uso, sino de un fiel retrato copiado de la mascarilla mortuoria, que marca por tanto un hito en la evolución hacia el realismo de la escultura funeraria gótica.

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