La pintura y la miniatura

En el arte de la pintura se encuentran también maestros extranjeros que llegan a España en la época gótica con gusto y estilo bien caracterizados: franceses, italianos y hasta alemanes. Este recorrido se inicia con un grupo de obras genuinamente castellanas: las miniaturas con que hizo ilustrar sus códices el rey Alfonso el Sabio, que conforman un panorama completo de la sociedad española de la época, y, aunque revelan conocimiento de lo mejor oriental y gótico, al fin es traducción en un estilo castizamente peninsular. Los nombres de los que firman los libros son bien castellanos; un miniaturista de las Cantigas se apellida "Gundisalvus", o sea Gonzalo; otro que dirige un manuscrito de la Estaría se llama Martín Pérez Maqueda.
Algo del estilo de las miniaturas del escritorio del rey Sabio se percibe en las pinturas del altar del siglo XTV que el canciller Pedro López de Ayala hizo ejecutar para su capilla funeraria, en el solar de Torre de Quejana. Es un retablo de grandes dimensiones, rectangular, apaisado, con multitud de escenas. En él están representados dos veces el canciller y su esposa doña Leonor de Guzmán, además de sus hijos y entenados. Esta participación en las "historias" no es la única que el altar de Quejana tiene de común con las miniaturas de las Cantigas: la arquitectura de los fondos, la interpretación del paisaje, los gestos y hasta el colorido, todo es, sin concesiones, castellano.
La poca curiosidad por la pintura medieval del centro de la Península es consecuencia de la falta de documentación, por haberse quemado los archivos reales. En cambio, el Archivo de la Corona de Aragón, milagrosamente conservado, abunda en documentos que contienen referencias a artistas de los siglos XIV y XV.
Sin embargo, el primer pintor catalán que es algo más que un simple nombre es el artista de Barcelona Ferrer Bassa, que iluminó en 1334 un códice (hoy desaparecido) de los Usatges para el rey Alfonso IV, y que fue sucedido por Pere Destorrens (autor de pocas obras absolutamente conocidas) y Jaume Serra en la escuela de Barcelona. La escuela de los Serra parece haber tenido mayor extensión que la de Ferrer Bassa, pues a ellos se atribuyen actualmente muchas obras que antes se adjudicaban a otros autores y que ahora consta que son de los Serra por haberse probado que Pere era el autor de un gran retablo en Manresa, el del Santo Espíritu, y el de Todos los Santos de Sant Cugat del Valles. Cronológicamente, el primer pintor catalán del siglo XV es Lluís Borrassá, quien debía de tener un taller muy renombrado en Barcelona, pues recibía encargos hasta de Burgos, y su nombre aparece en innumerables contratos en que se le trata con gran estima y se le conceden precios de gran maestro. El estilo gótico internacional de Borrassá se caracteriza por sus detalles anecdóticos y por la abundancia de escenas sentimentales.
Como una reacción contra esta tendencia se descubre en la obra de Bernat Martorell, un artista sumamente elegante cuyo espíritu trasciende a su propio gran estilo narrativo. Su San Jorge y otras obras igualmente admirables, como el gran retablo de la Transfiguración, con su hermosísima tabla de las Bodas de Cana, en la catedral de Barcelona, quedarán como un ideal casi inaccesible de refinamiento espiritual, depurada elegancia y tristeza nostálgica, típicas del segundo cuarto del siglo XV catalán. En los archivos abundan referencias de otros pintores catalanes cuatrocentistas, y existen también no pocos retablos huérfanos de atribución, sin que se haya llegado a conocer quién fue su verdadero autor, pero de varios artistas se conservan providencialmente hoy las obras y los documentos de contrato. Así sabemos que Jaume Huguet, autor del retablo de los santos Abdón y Señen, en Tarrasa, y del de San Antonio Abad, en Barcelona, que resultó quemado en 1909, es el autor de las mejores tablas de retablo de San Agustín Viejo, en Barcelona, y del de Sarria.
Los retablos catalanes tienen por lo común forma rectangular, alargada en su parte central con un aditamento alto donde suele representarse la Crucifixión o la Virgen rodeada de ángeles. En el cuadro central figura otra vez la Virgen en escala mayor, si el altar le estaba dedicado, o los santos patrones de la Iglesia, y alrededor las tablas que representan la leyenda evangélica, con los detalles de los apócrifos o la vida de los santos, según los relatos de la Leyenda áurea, de Vorágine, que los pintores catalanes glosaban con gran acumulación de detalles domésticos.
A mediados del siglo XV la escuela catalana, amanerada con la repetición de los mismos temas, vio pasar una corriente de aire renovador de la mano del valenciano Lluís Dalmau, quien, tras recibir el encargo de pintar el altar para la capilla del Concejo Municipal de Barcelona, marchó a Flandes, donde se entusiasmó con las grandes obras de los hermanos Van Eyck, que tenían que revolucionar el mundo artístico.
Su "Verge deis Consellers", pintada en 1445, es una Virgen flamenca, de cabello rubio, ondulado, vestida con grandes paños de pliegues apergaminados.

Sombrero del infante Don Fernando de la Cerda

Sombrero del infante Don Fernando de la Cerda (Monasterio de las Huelgas, Burgos). Curiosa pieza en la que puede verse representado el escudo de Castilla y León y que formaba parte del ajuar funerario del hijo de Alfonso X el Sabio.

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