Detrás de una arquitectura en grisaille, típica del arte de los Van Eyck, aparecen unos ángeles cantando, imitados de los ángeles cantores del políptico de la Adoración del Cordero Místico, de Gante. Tras ellos, las ventanas del fondo dejan ver -por primera vez en la pintura peninsular- un auténtico paisaje, bajo el cielo fresco de un amanecer. Los consellers de Barcelona, retratados de rodillas en el cuadro de Dalmau, adoran devotamente a María y no parecen sorprendidos por la aparición de aquella Virgen flamenca, tan distinta de la que solía mostrarse en los retablos catalanes. Las enseñanzas de Flandes llegarían a Cataluña también por conducto de Castilla, que recibió el arte flamenco-borgoñón como si fuera su propia carne.
Esta atención y admiración por la belleza nórdica que manifestaba sin reservas Lluís Dalmau se sentía asimismo en el resto de la Península, y de allí debían de llegar también obras y artistas a Cataluña. En tierras de Salamanca y León, el estilo de Fernando Gallego denota un esfuerzo por asimilar el sentido pictórico flamenco. El gran cuadro de la Degollación de San Cucufate, que se atribuyó a Alonso de Baena, es debido a un maestro alemán (Ayne Bru) y se pintó en el mismo monasterio de San Cugat del Vallès (porque se ve la fachada de su iglesia en vías de construcción) en los primeros años del siglo XVI. El cuadro es una obra maestra excepcional, con una dosis de verismo y de idealización de la realidad que sugieren ciertas pinturas venecianas.
Otro pintor contaminado del influjo de la pintura flamenca, pero aceptando más el elemento que tiene de trágico y sombrío, fue el cordobés Bartolomé Bermejo, quien resume y supera todo el flamenquismo andaluz de aquel siglo. Por encargo del arcediano Desplá, de Barcelona, pintó en 1490 una gran tabla de La Piedad, con un intenso retrato de su cliente y un patético fondo naturalista de paisaje.
Cataluña no prosiguió por el camino que quedaba señalado. No tuvo, desde fines del siglo XV, la suficiente ductilidad de espíritu para asimilar estas novedades del arte nórdico como cien años antes se había asimilado el espíritu del arte italiano trecentista. La gente catalana se encerró en una abstención suicida que debía durar cuatro largos siglos. Valencia, quizá menos preocupada por los cambios dinásticos o históricos, fue la que recibió, a fines del siglo XV, el cetro del arte que había perdido Barcelona.
Durante cincuenta años, los pintores valencianos hacen maravillas de color y de belleza en retablos que son catalanes aún por su iconografía y sus líneas generales. Mas los temas flamencos aparecen por todas partes: las nuevas figuras de la Virgen y del Padre Eterno, creadas por los Van Eyck, se repiten en Valencia, quizá con menos ciencia de la que poseía Dalmau, pero ciertamente con más arte e inspiración.
Sin embargo, la pintura valenciana tenía ya desde comienzos del siglo XV una corriente propia, con otro sabor de refinamiento que la que se había insinuado en Cataluña, en autores como el llamado maestro Nicolau o como Gonzalo Pérez (o Peris). Acaso el más admirado de estos retablos valencianos, actualmente en el Museo de South-Kensington, de Londres, sea obra de un llamado Margal de Sax. Está dedicado a la leyenda de San Jorge; muestra en el plafón central un combate entre moros y cristianos, en que un rey de Aragón, protegido por el santo, que pelea a su lado, traspasa con la lanza a un rey moro. Esta aparición de San Jorge podría ser la que menciona el rey Jaime I en su Crónica, después de la toma de la ciudad de Palma de Mallorca.
El flamenquismo es aún más evidente en el misterioso Jacomart Bagó, que pintó para Alfonso el Magnánimo en Nápoles, y en Juan Reixach, cuyo arte concuerda con el del anónimo flamenco conocido por Maestro de la Leyenda de Santa Úrsula.
La difusión del arte pictórico flamenco fue general en Europa a fines del siglo XV; pero este influjo en cada país tuvo sus acentos especiales. En todas las escuelas pictóricas de España el flamenquismo revistió formas que tienden más bien a acusar la gravedad, y el resultado de dicha influencia es una pintura, en general, fuerte y realista.
Empezaremos a tratar de las artes industriales en España durante este período examinando la cerrajería, porque llaves, clavos, bisagras, picaportes y rejas constituyen muchas veces un complemento del arte monumental. Segovia era particularmente famosa por las llaves que fabricaban sus cerrajeros. Las puertas estaban reforzadas con clavos; todavía hoy se ven muchas puertas guarnecidas con clavos de variadas formas en las ciudades de Castilla. Los herreros catalanes eran también famosos; en las rejas de la catedral de Barcelona hicieron verdaderas maravillas.
Las puertas de la catedral de Tarragona conservan aún sus espléndidas bisagras y el picaporte que sostiene un dragón. Hallamos también este mismo tema, más modestamente desarrollado, en otro picaporte de la casa del Arcediano, de Barcelona. Otras veces el picaporte era solamente una anilla sostenida por una placa con adornos, aplicada en la puerta.