Las vasijas, importadas para uso de las nuevas comunidades, eran caras y en la primera mitad del siglo XVII los ceramistas comenzaron a hacer sus propios cacharros. Philip Drinker, que llegó a Charlestown, Massachusetts, en 1635, es uno de los primeros ceramistas cuyo trabajo está registrado.
Las vasijas hechas en Jamestown, Virginia, entre 1625 y 1650, incluyen tinajas, jarras, cántaros, cuencos, vasos, picheles y cazuelas para gachas y leche, hechas en el torno, de barro cocido de arcilla roja. La decoración era sencilla y a menudo hecha directamente sobre la superficie de las vasijas. Se hacían líneas rectas u onduladas incisas, con palillos puntiagudos, para realzar las formas recias.
Se utilizaron dos tipos de torno de alfarero; el inglés o rueda de pedal se hacía girar empujando un pedal conectado por un brazo al volante y la rueda continental, que era mucho más sencillo; el alfarero impulsaba con el pie el giro de un gran volante. Sobre la superficie de las vasijas se espolvoreaba polvo de plomo, generalmente importado de Inglaterra, que proporcionaba un recubrimiento de vidriado delgado, pero útil.
Más tarde, con la introducción del bizcochado, las vasijas se acababan con un recubrimiento de vidriado líquido; ocasionalmente, el plomo de las cajas de té podía oxidarse, y por lo tanto preferían las importadas, más caras pero perfectas. Otras materias primas como el óxido de hierro, podían recogerse de la fragua de los herreros, mientras que el ocre amarillo y la tierra sombra se extraían de depósitos existentes en la zona.
Se disponía fácilmente del óxido de manganeso, que producía sombras marrón en el vidriado. El óxido de cobre, que coloreaba el vidriado de verde, era caro, aunque podía obtenerse un sustituto adecuado quemando en el horno utensilios viejos de cobre.
Las vasijas se cocían en hornos de leña, construidos con ladrillos con un techo arqueado, algunos de 3 a 4 m de largo, con una puerta de carga en un extremo y una chimenea en el otro. La temperatura se juzgaba por el color del interior del horno y la longitud de las llamas de escape. En métodos más sofisticados se utilizaban «pruebas retirables» vidriadas, que se extraían del horno con un gancho y se examinaban para comprobar la fusión del vidriado.
Existen registros de las condiciones bajo las cuales los ceramistas tomaban a su cargo aprendices para entrenarles y enseñarles. Las comunidades en crecimiento demandaban más y más vasijas; por ello ser alfarero ofrecía un nivel de vida razonable. Los aprendices se contrataban por siete años, con una edad aproximada de 14 años; el alfarero les suministraba ropa y alojamiento y les enseñaba a leer y escribir. A cambio, tenían que trabajar muchas horas y aprender todo el proceso de la cerámica.
A mediados del siglo XVIII, la industria cerámica estaba bien establecida. La mayoría de las vasijas estaban vidriadas, interior y exteriormente; algunas de las cerámicas estaban decoradas con óxidos colorantes, o engobes vertidos sobre las vasijas, un método popular en Connecticut. Los ceramistas alemanes que se asentaron en Pensilvania, después de 1730, introdujeron sus propios estilos que gradualmente se adaptaron a la sociedad en que vivían. Por ejemplo, pronto aprendieron a hacer platos para hornear pasteles y ollas para legumbres.
La arcilla roja para el barro cocido, la arcilla blanca para la decoración y el plomo para el vidriado eran abundantes y se utilizaron en la producción de cerámica. El engobe blanco, que contrastaba bien con el cuerpo rojo, se vertía sobre la superficie realizando alegres motivos semiabstractos, o proporcionaba un recubrimiento brillante de aspecto limpio en el interior de platos y bandejas, en los que se podían pintar o rayar dibujos. En la decoración de las cerámicas holandesas de Pensilvania se utilizaron muy a menudo motivos de tulipanes.
Ceramistas itinerantes, que viajaban de una alfarería a otra, trabajando para abastecer las necesidades locales antes de trasladarse, introdujeron perfeccionamientos en los métodos de ejecución y las técnicas más sofisticadas de cocción y decoración.
En la época de la revolución en 1766, el barro cocido había perdido gran parte de su popularidad, en favor de la loza más resistente que entonces se hacía. Además, el público se fue haciendo más consciente de los defectos del barro cocido, en particular del riesgo para la salud que presentaban los vidriados al plomo. En 1785, un artículo del Pennsylvania Mercury, sugirió que la utilización de los vidriados de plomo debía eliminarse por «insalubre», observando que no solamente tenía tendencia a descascarillarse la vasija, sino que era «imperceptiblemente comida por cualquier materia ácida, y mezclada con las comidas y bebidas de la gente, se transformaba en un veneno, lento pero seguro». La producción se redujo y hacia el 1800 pocas alfarerías continuaban haciendo vasijas de barro cocido.