La producción de cerámica respondía con lentitud a la expansión islámica, principalmente porque el movimiento estaba más preocupado con el establecimiento de un control político y económico, que en el patrocinio de las artes.
La dinastía Omeya (661-750), con su capital en Damasco, Siria, estuvo, por ejemplo, ampliamente dedicada a la conquista física y espiritual. A la vez, la fe se extendía a través de todo el Oriente Próximo, donde el ejército islámico era acogido como un gran libertador.
A través de la conquista, el arte grecorromano de Siria y Egipto y el arte sasánida de Persia y Mesopotamia fueron absorbidos por la cultura árabe. Siria había sido una provincia romana y había estado bajo una fuerte influencia occidental que incluía el tipo de ornamentación grecorromana con follaje, animales y figuras, marcadamente naturalistas.
Del oeste, sin embargo, llegó también la influencia de Asiría y Babilonia, con énfasis sobre los dibujos simétricos repetidos de tendencia fuertemente abstracta. Estos dos estilos se mezclaron y surgió otro conocido como estilo arabesco.
Los nuevos decoradores musulmanes se complacieron en motivos infinitamente repetidos por todas las superficies. Mientras que muchos de sus motivos mantenían las cualidades abstractas, se utilizaron a menudo representaciones naturalistas de flores y follaje, en composiciones simétricas.
En 750 d.C. la casa persa de Abu-l-Abbas (abasí) tomó el poder; la capital se trasladó al este de Damasco y se estableció en Bagdad sobre el Tigris, trasladándose el centro de influencia artística desde Siria, con su fuerte fondo occidental, a Mesopotamia. Se construyó una hermosa y exótica ciudad que rivalizaba con Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, tanto en esplendor como en éxito comercial. Las artes y la erudición continuaron en una atmósfera oriental rica y llena de color.
Gran parte de la cerámica de este período se usó en la nueva capital, Bagdad, y sus alrededores. En Samarra, al norte de Bagdad, los califas abasíes construyeron, ocuparon y legaron un palacio grande y rico, durante el siglo IX. De las ruinas del palacio a sido posible identificar los cuatro grupos principales del período: cerámica sin vidriar; cerámica vidriada al plomo, imitando la cerámica salpicada Tang, de China; cerámica blanca vidriada al estaño con decoración pintada y cerámica de lustre.