El gran masturbador


El gran masturbador (Le grand masturbateur) es una de las obras más famosas del período surrealista de Dalí en la que como ningún otro artista refleja la exaltación y la profundización de los deseos eróticos. La temática ha sido muy pocas veces representada en la pintura y menos con tan claras implicaciones autobiográficas. Existen algunas en el expresionismo europeo en dibujo; pero, sobre todo, el precedente pictórico más inmediato es el de Goya en sus pinturas negras.
Durante el verano de 1929 conoce a Gala y pocos meses después pinta esta obra. Se trata de un peculiar autorretrato, donde la cabeza del masturbador remite al propio Dalí que deriva formalmente de una serie de autorretratos de perfil pintados con anterioridad. El rostro se reduce a una gran nariz apoyada en el suelo, un ojo y largas pestañas. Bajo la monstruosa cabeza del gran masturbador aparece la minúscula pareja de un hombre desnudo y una mujer, de configuración rocosa, que es el recuerdo del solitario paraje de Cadaqués donde se dieron el primer abrazo. Un paisaje determinado por las conchas de playa, objetos cogidos en la orilla del mar que recuerdan los paseos con Gala. La sombra que la pareja proyecta recuerda el influjo de Giorgio De Chirico.
A un lado, emergiendo de lo que podría ser el cuello, se ve otra pareja, sin duda la misma, que se entrega a la satisfacción de su ardiente deseo, simbolizado por la cabeza del león, que exhibe una prominente lengua y ojos desorbitados. En este caso la figura femenina se aproxima a unos genitales masculinos cubiertos por una especie de calzones. El lirio que surge representaría la idea de purificación.
Al otro extremo, a la izquierda de la composición, otra pequeña figura masculina, tal vez el mismo Dalí, parece haberse desprendido del anzuelo que el masturbador tiene clavado en la cabeza para, vuelto de espaldas al espectador, emprender su propia aventura personal en dirección al espacio indefinido del fondo. Esta última escena es como el desenlace de la acción y podría aludir a la rotura con las redes familiares.
Agarrado a la boca del pintor hay un saltamontes cuyo vientre está plagado de insectos que se deslizan por la comisura de los labios del artista. Es la idea de la muerte y la desintegración de la materia. El saltamontes simboliza, según el propio autor, los terrores inexplicables que tenía desde niño, mientras que las hormigas hacen alusión a la putrefacción y a la obsesión por la muerte.
El más célebre cuadro del pintor catalán ofrece un retrato interior. En esta obra hace alusión a múltiples complejos desencadenados por problemas de carácter sexual. Se observan una serie de elementos iconográficos con claras connotaciones eróticas como pueden ser el rostro femenino de la zona superior encarado a unos genitales masculinos o bien los personajes de la zona inferior fundidos en un estrecho abrazo.
En conjunto, toda la escena, inscrita en un paisaje desolado, se inscribe en una atmósfera claramente onírica. El escenario es un paisaje extenso y desierto que remite claramente a la metafísica del italiano Giorgio De Chirico.
El óleo sobre lienzo, de 110 x 1 50,5 cm, se puede admirar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.