Después de Marsella, es Lyon, París (el Panteón, la Sorbona y el Ayuntamiento). Inspirado por la princesa Cantacuzéne, que fue su musa como entonces se decía, Puvis se convirtió en el autor de esa obra gris, triste, desigual, aunque respetuosa de la idea y el espíritu que desplegó en las grandes telas que preparaba en el estudio y que luego hacía pegar en los muros preparados al efecto.
Aunque esta pintura diga poco en la actualidad, es el origen de Gauguin y Seurat, quienes verán en ella la «sensación directa enmendada», el «dibujo simplificador» y la “tendencia monumental” (André Mellerio).
Casi siempre se olvida de incluir entre los pintores simbolistas al que puede ser considerado como un propagador de la alegoría: el suizo Arnold Boecklin (Basilea, 1827- San Domenico, cerca de Fiesole, 1901). De familia acomodada, tuvo una vida dura en Roma después de la ruina de su padre. Marchó entonces a Munich y la Pinacoteca de esta ciudad le compró su Pan entre las cañas. Después de haber sido profesor en Weimar, regresó a Italia y se instaló en Florencia y, más tarde, en los alrededores de esta ciudad.
Boecklin intentó dar un planteamiento y un color rejuvenecidos a los mitos de la antigüedad grecorromana. Nacido un año después que Gustave Moreau, y por tanto contemporáneo de éste y de los prerrafaelistas ingleses, pintó a sus héroes y sus semidioses con un estilo mucho más realista que aquéllos. Su simbolismo de escenógrafo teatral se hace patente en Vita somnium breve (1888), alegoría de las etapas de la vida, y en la fantástica Peste (1898) del Museo de Basilea.
En Alemania, Hans von Marées (1837-1887) es autor de un arte mixto, emparentado con el de Puvis de Chavannes, pero que presenta al mismo tiempo, en medio de reminiscencias de Tiziano y del arte tradicional, un sabor de materia que le confiere todo su valor.
Marées posee una paleta cálida, un empaste jugoso. Algunas de sus obras, como los frescos decorativos realizados en 1873 para el Museo Oceanógrafico de Nápoles, no dejaron de ejercer cierta influencia en el joven Paul Klee.
También está relacionado en muchos aspectos con el simbolismo Auguste Rodin (París, 1840- Meudon, 1917). ¿Acaso no murió antes de poder terminar aquella Puerta del infierno, en la que pretendía reunir un conjunto que recordara las ideas de Blake?
La obra fue encargada a Rodin el 16 de abril de 1880 por el Ministerio de Bellas Artes, por la cantidad de ocho mil francos, y nació de un proyecto de una puerta monumental destinada a un museo de artes decorativas. Está llena de lirios rotos, de caídas de Ícaro, de alegorías (Las Tres sombras) y coronada por El Pensador.
Obsesionado por la Divina Comedia, Rodin no pudo ver el vaciado en bronce (realizado casi diez años después de su muerte) de esta Puerta que venía a resumir desordenadamente los principales temas de su arte.
El simbolismo, cuyos dos artífices de auténtica envergadura continúan siendo Gustave Moreau y Odilon Redon, tendrá pronto una prolongación en el parisiense Alphonse Osberg (1857-1939), quien, siguiendo el ejemplo de Puvis de Chavannes,»artista del alma» como se decía entonces, llena sus pinturas con princesas nocturnas y “liras mágicas”. C. Sellier, de Nancy pinta con mejor fortuna, ángeles etéreos, de una lactescencia de azucena.
Luego llegan los belgas, que tienen en Henri Leys a una especie de prerrafaelista. Entre ellos destacan las figuras de Emile Fabry (1865-1966), que se proclama pintor ideísta e hinduista, y de Fernand Khnopff (1858-1921), el soñador de metáforas visuales de un preciosismo a la inglesa. Algunas obras logran imponerse, como La Muerte en el baile de máscaras (1880), del acuarelista Félicien Rops, y el Cristo de los ultrajes, de Henri de Groux.
Mientras tanto, el abogado belga Octave Maus, ayudado por el jurista Edmond Picard, funda en Bruselas, en el año 1881, la Revue d’art moderne y la Asociación de los XX que, a partir de 1884, organiza cada año exposiciones a las que invitan una gran participación internacional, abierta generosamente a la aportación de los simbolistas.
La sirena, de Arnold Boecklin (Kunstmuseum, Berna). Esta obra, también llamada El mar en calma, fue pintada en 1887 por el máximo exponente del simbolismo centroeuropeo, junto a otras de temática similar, se considera hoy una anticipación del movimiento surrealista. Boecklin pasó de pintar paisajes de colorido oscuro a obras de estilo monumental y de mayor luminosidad, inspiradas en temas mitológicos, como esta sirena que reposa sugestiva y sensual en una roca, mirando directamente al espectador mientras el tritón, impotente, se hunde en el mar.