Si es cierto que existe un «arte surrealista» distinto a todo lo que alrededor de 1924 se realizaba en este terreno, son los artistas que hemos nombrado, tratando de caracterizar brevemente su aportación, quienes lo fundaron y propagaron a través de todo el mundo.
Conviene atraer la atención sobre la extrema diversidad -podría incluso hablarse de disparidad- del estilo de estos pintores; escultores y dibujantes, diversidad que no tiene equivalentes en ninguno de los movimientos o escuelas que lo precedieron o fueron sus contemporáneos.
Cierto «aire de familia», un parecido en la concepción y en el «hacer», dan proximidad a las obras impresionistas, fauves, cubistas o abstractas, hasta el punto de que resulta a veces delicado, difícil, atribuir correctamente una obra no catalogada o firmada. En cambio, la personalización extrema de su obra, tanto por la naturaleza del medio explorado cuanto por el trazo manual que la delimita, impide cualquier confusión entre, por ejemplo, Arp y Masson, Ernst y Magritte, Tanguy y Hérold.
La razón de tales diferencias es que se está aquí en presencia de un subjetivismo casi total. El «modelo interior» excluye toda sumisión al modelo percibido; la libertad -esta «libertad donde nace lo maravilloso»- sustrae al artista de toda regla formal; finalmente, el subconsciente y, más lejos aún, el inconsciente, donde el artista surrealista busca su elemento motor, reproducen una ontogénesis que, en cada caso, se demuestra única, específica y sin relación con el caso vecino o cualquier otro.
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