Mariano Fortuny

Biografía

Pero el joven Fortuny no quedó seducido únicamente por los clásicos sino que también se interesó por las novedades que ofrecían los macchiaioli florentinos, pintores interesados por la pintura al aire libre que rechazaban los temas académicos, y por los paisajistas napolitanos. Pronto, algunos de sus trabajos empezaron a ser considerados en el ambiente romano y vendió varias obras con bastante facilidad; huelga decir que periódicamente debía enviar algunos trabajos a la Diputación que le pensionaba. La mayoría de las obras que realizó durante este período se conservan en la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi, de Barcelona, y en el Museo de Arte e Historia de Reus. En ellas se aprecia un cambio cualitativo en su pintura, con un trazo más firme, un mayor conocimiento de la anatomía humana y una mejor distribución de las luces y las sombras. Desde Roma el artista envió un San Mariano a su querido abuelo, que murió el 19 de marzo de 1859.
Meses más tarde, en octubre de ese año, estalló la guerra hispanomarroquí. En los desiertos africanos uno de los principales protagonistas militares fue el general Prim, oriundo también de Reus, que estaba obteniendo importantes éxitos al mando de los voluntarios catalanes. La Diputación de Barcelona, por sugerencia de Manuel Duran y Bas, encargó a Fortuny una serie de cuadros que glorificasen las hazañas de aquel batallón, sufragado por la misma institución, así como de
su general. Su destino sería la decoración del Salón del Consejo de la entidad. Los gastos de la expedición, tanto de Fortuny como de su ayudante, Jaume Escriu, fueron cubiertos por la Diputación. Mariano era el artista más adecuado para llevar a cabo aquella misión de fines meramente propagandísticos. Era joven y podía soportar los rigores de la campaña, poseía una gran capacidad para el dibujo del natural y sobre todo estaba familiarizado con la temática épica y bélica.
A Mariano le entusiasmó el trabajo de cronista, y en pocos días hizo los preparativos necesarios para emprender el viaje. El 2 de febrero partió de Barcelona a bordo del Vasco Núñez de Balboa y llegó a Tetuán diez días más tarde, sin oportunidad de presenciar las batallas de Castillejos y Tetuán. En cambio, llegó a tiempo para contemplar la batalla de Wad-Ras, de la cual tomó un buen número de apuntes, bocetos y notas con el objetivo de ejecutar una serie de grandes lienzos en los que dejar constancia de las victorias españolas. De la serie de pinturas encargadas sólo se llegó a materializar un grandioso cuadro dedicado a la batalla de Tetuán -que quedó inacabado en el taller hasta su muerte- y un óleo de pequeñas dimensiones en el que representó la batalla de Wad-Ras. En ambas pinturas el pintor plasmó el momento culminante de cada combate.
Al margen de las circunstancias bélicas y del encargo de la Diputación, los tres meses pasados en Tetuán permitieron a Fortuny descubrir el mundo islámico y el paisaje norafricano, con sus intensos contrastes lumínicos y cromáticos. África, sus ambientes, sus luces y sus personajes supusieron un nuevo aire para el artista. En Marruecos, interesado vivamente por la vida cotidiana de sus gentes y por las escenas pintorescas que se le presentaban en las calles, realizó numerosos dibujos y acuarelas costumbristas, que marcaron posteriormente su estilo, caracterizado por el preciosismo y la luminosidad. La influencia de este continente repercutió no sólo en su producción, que a partir de ese momento se basó especialmente en la temática orientalista, sino también en su estilo. La luz del Magreb repercutió en su estilo, que hasta aquel momento era aún bastante académico; supuso el punto de partida del luminismo que caracterizó su obra. En África, Fortuny, tal como le había sucedido años antes a Delacroix, se liberó de convenciones y academicismos y se sintió intensamente atraído por su exótica cultura y sociedad.
En 1860, tras firmarse la paz entre España y Marruecos, Fortuny volvió a Barcelona pasando por Madrid, donde visitó por primera vez el Museo del Prado. Allí, Fortuny tuvo la oportunidad de copiar algunas de las grandes obras de la pintura española, estudiando en directo la manera de trabajar de los grandes genios. Se interesó especialmente por la obra de los grandes pintores españoles, como los barrocos Velázquez y Ribera, y Francisco de Goya, muerto diez años antes del nacimiento del pintor catalán. A su regreso a la Ciudad Condal el artista presentó los más de doscientos trabajos realizados durante su estancia en Marruecos. Su exhibición pública resultó ser un éxito insospechado. Así pues, se le concedió con una pensión para que pudiera viajar por Europa y estudiar las obras de los más insignes pintores de batallas. Fortuny se trasladó a París donde contempló las obras de los museos del Louvre, Versalles y Luxemburgo, interesándose por los cuadros de Horace Vernet, Eugéne Fromentin, Alexandre-Gabriel Decamps y especialmente Eugéne Delacroix. Además de ampliar sus conocimientos, el artista reusense fue abriendo un nuevo período en su pintura: evolucionando hacia un estilo más personal e interesándose cada vez más por la luz y el color.
Atrás quedó el período de formación. Desde principios de la década de los sesenta Mariano empezó a abrirse camino en los circuitos comerciales europeos, aumentando rápidamente su prestigio. En 1861 el pintor se instaló de nuevo en Roma, en su taller de la Via Ripetta, donde empezó a cosechar un importante triunfo con acuarelas y cuadros al óleo de pequeño formato, relacionándose con los macchiaioli y trabajando en la gran Batalla de Tietuán por encargo de la Diputación.
En otoño de 1862, siguiendo indicaciones de la Diputación de Barcelona, Fortuny volvió de nuevo a Marruecos para realizar notas y apuntes que le permitiesen enriquecer el encargo pictórico sobre la batalla de Tetuán. Aquello le sirvió de excusa para viajar a dicha ciudad y de allí a Tánger, donde pudo dibujar detalladamente los escenarios de los acontecimientos bélicos posteriores a la batalla en cuestión. Esta segunda estancia en Marruecos, sin la violencia de la guerra, le permitió adentrarse tranquila y libremente por aquellos espacios y ambientes tan sugerentes. Permaneció en tierras africanas dos meses, vistiéndose como un árabe y aprendiendo la lengua para poder desenvolverse mejor en la zona. La ciudad de Tánger significó para el catalán un nuevo descubrimiento, igual que lo había sido para Delacroix y Blanchard. La atracción que por ella sintió hizo que la mayoría de sus cuadros a partir de ese momento se sitúan en su medina. Los comercios de esa medina sirvieron de base para obras tan memorables como El vendedor de tapices, donde el artista plasmó un tema muy frecuente en la pintura orientalista. Además de retratar todo tipo de acontecimientos de la vida cotidiana de los marroquíes, Fortuny tomó muchas notas de los camellos, animales que llegaban a la ciudad cargados de mercancías. Los dibujó desde diversos puntos de vista y realizó numerosos estudios de su anatomía y movimiento.
En marzo de 1863 Mariano volvió a Roma, ya que la Diputación de Barcelona decidió prolongarle la pensión de 8.000 reales por dos años; a cambio se le exigía tan sólo el envío del cuadro La Batalla de Tetuán, obra que Fortuny ya tenía muy avanzada en su taller. En verano pasó unos días en Nápoles junto con su discípulo Attilio Simonetti; allí conoció al pintor Domenico Morelli, cuya obra había podido ver dos años antes en Florencia. Durante esos dos años Fortuny mantuvo diariamente contacto en Roma con los artistas españoles que formaban su tertulia en el Café Greco, como Agrassot, Moragas, Tapiro y Valles, entre otros. En 1865, finalmente, se terminó la pensión de la Diputación, aunque el
duque de Riánsares, esposo de la reina María Cristina, continuó pagándosela por su cuenta hasta 1867. De este momento son algunos de los retratos de la reina española. Sus lienzos empezaron a proporcionarle ganancias envidiables. Al margen de la pintura, cultivó distintas técnicas artísticas, realizando tallas en madera, restauración de muebles antiguos y cerámica árabe.

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