Mariano Fortuny

Biografía

Mariano José María Bernardo Fortuny Marsal nació en la localidad tarraconense de Reus el 11 de julio de 1838, en el seno de una modesta familia que tuvo tres hijos más. Su padre, Mariano Fortuny Blay, era propietario de un pequeño taller de carpintería especializado en tallas y altares, mientras que su esposa, Teresa Marsal Serra, se dedicaba a cuidar de la familia. La epidemia de cólera que asoló Cataluña en la década de 1840 le dejó huérfano de madre con tan sólo once años de edad. Tras emigrar el padre a Barcelona, el joven Mariano fue recogido por su abuelo, ebanista de profesión que poseía un teatrillo con el que se ganaba la vida por los pueblos de la comarca. El abuelo del futuro artista era un hábil modelador de figuras en cera que mostraba al público y que su nieto le ayudó a colorear, demostrando una precoz atracción por el arte. La relación entre abuelo y nieto fue siempre muy estrecha. De hecho la personalidad del mayor fue en sus comienzos artísticos un gran estímulo para el aprendiz de artista.
De niño, Mariano Fortuny no fue un buen estudiante; desde los primeros momentos sintió gran afición por el dibujo y la pintura, dos artes que ejecutaba con asombrosa facilidad y presteza pese a su temprana edad. Por ello, a los nueve años comenzó a frecuentar la Escuela de Dibujo de Reus. Mariano alternaba de esa manera el estudio de las primeras letras en la escuela de don Simón Fort con la enseñanza artística. Poco después, su abuelo, entusiasmado con los dibujos que realizaba su nieto, consideró que el joven debía completar su formación artística, por lo que lo envió al taller del pintor Domingo Soberano, también de Reus, quien le enseñó el manejo del óleo y la acuarela, dos de las técnicas que más utilizó Mariano posteriormente. Soberano, director de una academia en la que también se formaron los pintores Josep Tapiro y Baldomer Galofre, fue pues el primer maestro de Fortuny. Las obras que realizó en aquel momento fueron trabajos menores, influenciados por el maestro, que en ningún caso prefiguran al gran artista en el que se convirtió años más tarde. En aquel período Mariano también se formó en el oficio de la orfebrería junto a un platero miniaturista llamado Antonio Bassa, con quien trabajó en un amplio número de exvotos y de quien aprendió la minuciosidad que caracterizó años más tarde su pintura. Desgraciadamente el período de formación de Fortuny en Reus no ha sido estudiado como se merece.
Entre 1849 y 1850, coincidiendo con la muerte de su padre, el abuelo tomó conciencia de que la formación del pequeño Mariano había tocado techo en Reus, en aquel entonces una localidad provinciana donde no abundaban los grandes encargos artísticos. En cambio, en Barcelona el joven artista podría recibir una educación artística más completa; sin dudarlo, los dos emprendieron el viaje. Los pocos recursos económicos con los que contaban en aquella época de privaciones les obligó a realizar el trayecto a pie, posiblemente ganándose la vida como titiriteros con los muñecos y los platillos. En el mes de septiembre de 1852 abuelo y nieto llegaron a la Ciudad Condal, ya por entonces un centro industrialmente muy activo.
Fortuny, pese a breves estancias en Berga y Reus, no dejó Barcelona definitivamente hasta 1858. En esta ciudad fue protegido por el escultor Domingo Talarn, a quien conoció gracias a la mediación del escultor Joan Roig Solé, de Reus. Con Talarn, Fortuny colaboró en la ejecución de obras religiosas, familiarizándose con el dibujo y el empleo del óleo. Una de las obras ejecutadas por el joven artista en aquel momento es la decoración del altar mayor de la iglesia de San Agustín con motivo de las fiestas de proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1855. Ese mismo año el artista participó en la exposición anual de la Asociación de Amigos de las Bellas Artes con dos cuadros.
En Barcelona, Mariano Fortuny pudo completar su formación en la Academia de Bellas Artes de La Llotja, centro en el que se inscribió en 1853. Durante su estancia allí el aprendiz de artista recibió diversas menciones honoríficas en las disciplinas de dibujo antiguo, dibujo natural, anatomía pictórica y teoría e historia. Sus maestros allí fueron Pau Milá i Fontanals -quien profetizó su futura gloria como artista-, Lluís Rigalt y Claudio Lorenzale, miembros del llamado nazarenismo catalán, movimiento pictórico que tenía puesta la mirada en la historia de Cataluña y en el Quattrocento italiano. Mariano, además, acudió al estudio particular de Lorenzale, el maestro que más marcó e influenció al joven artista en su manera de pintar y componer.
Las obras de Fortuny realizadas durante este período muestran una fuerte influencia de esta escuela nazarenista, pues en ellas el pintor mostró su gusto medievalista y un fervor nacionalista que acabó abandonando durante su primera estancia en Roma. Los trabajos de este primer período están dedicados a la temática histórica, sagrada o mitológica, tal y como es de esperar de un artista cuya formación se encontraba rígidamente marcada por las pautas y convenciones de la academia.
Durante los cinco cursos que Mariano permaneció en esta escuela aprendió un riguroso dibujo, una soberbia ejecución compositiva y todas las cuestiones relacionadas con el oficio. El reusense trabajó incesantemente, realizando croquis, caricaturas, dibujos; se ayudaba económicamente con la elaboración de xilografías y litografías devocionales, así como con la ilustración de algunas novelas, entre ellas El mendigo hipócrita de Dumas y el Quijote de Cervantes. Para aumentar algo sus recursos, Mariano también iluminó fotografías, que ya empezaban a estar de moda entonces, y dibujó para joyeros y arquitectos. Trabajó tanto que cayó enfermo y su abuelo tuvo que llevarlo a Berga para que se recuperara. En esta localidad catalana dibujó la estampa de la iglesia rural del Remedio y la estampa del Santuario de Queralt que le encargaron sus devotos. De momento el artista sólo trazó el dibujo, pero unos cuantos años más tarde realizó el grabado.
El cuadro titulado Ramón Eerenguer III clavando la bandera en la torre del castillo de Foix, que elaboró en la Llotja entre 1856 y 1857, supone un punto de inflexión en la tra-
yectoria artística del pintor. Con esta pintura Fortuny consiguió ganar el concurso de la Academia de Bellas Artes de la Diputación de Barcelona, que tenía como premio la obtención de una plaza de pintor pensionado en Roma. Fortuny tuvo que competir con cuatro aspirantes más, entre los que se encontraba su amigo de infancia Josep Tapiro. Después de las pruebas teóricas, llegó el momento del ejercicio práctico en el que Fortuny realizó esta pintura, típicamente nazarenista tanto por colorido como por dibujo. Con esta pensión, Mariano obtuvo 8.000 reales anuales para completar su formación artística durante un período de dos años, teniendo que enviar a cambio algunos trabajos para mostrar sus progresos a la entidad. Finalizada la oposición, el tribunal, en el que se encontraba Claudio Lorenzale, decidió exponer públicamente las obras presentadas por los aspirantes finalistas. Aquel mismo año Mariano viajó a Reus donde consiguió que Andreu Bofarull, uno de sus protectores, le pagase la cuota de exención del servicio militar. Así pues, el joven quedó libre para marchar como pensionado a Italia.
El 19 de marzo de 1858 Mariano Fortuny llegó a la Ciudad Eterna; su primera impresión fue absolutamente negativa. El artista, con sus propias palabras, describió Roma a su abuelo como un vasto cementerio visitado por extranjeros. En la ciudad del Tíber Mariano trabajó infatigablemente, estudiando del natural, dibujando, elaborando acuarelas. El joven acudió habitualmente a las clases nocturnas de la Academia Gigi, emplazada en la Via Margutta, donde realizó dibujos del natural; allí coincidió con otros pintores compatriotas como Eduardo Rosales y Dióscoro de la Puebla, por lo que su estado anímico mejoró. Los tres, que se encontraban frecuentemente en el Café Greco de la romana Piazza di Spagna, se dedicaron a conocer la ciudad en profundidad, con sus iglesias, palacios y museos donde entraron en contacto directo con la obra de los pintores renacentistas. En la Academia Francesa de Villa Medici, por otra parte, se dedicó a copiar la estatuaria clásica.
Fortuny experimentó a partir de ese momento una especial admiración hacia la pintura de Rafael, especialmente por sus frescos en el Vaticano. Así se lo explicó a su maestro Lorenzale, también gran admirador de Rafael, en una carta que le envió el 3 de mayo. Y es que hasta su llegada a Roma, el único contacto que el pintor había tenido con el arte clásico había sido a través de estampas o de algunos yesos que se conservaban en la academia barcelonesa. Las pinturas de carácter mitológico que había realizado en la capital catalana tenían un tratamiento absolutamente superficial, eran poco verosímiles; ese aspecto cambió por completo en Italia.

 


Mariano Fortuny hacia 1870
Mariano Fortuny hacia 1870, cuando ya gozaba de un gran prestigio como pintor.

 

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