El Surrealismo

Los surrealistas y los artistas de su entorno

Desde 1920 se fue congregando en París, en el círculo de los surrealistas, toda una lista de artistas plásticos. Así, Max Ernst, que comenzó realizando en Colonia múltiples acciones dadaístas o interviniendo en ellas, presentó en 1921 sus primeros collages en la galería Au Sans Pareil de París.
En su ensayo de 1936 Au-delà de la peinture, calificó esta obra como «el milagro de la transformación total de los seres vivos y de los objetos con o sin alteración de su forma física o anatómica»; son palabras que definen el carácter sorprendente y misterioso, en sentido surrealista, de estos trabajos.
El mismo año, Ernst se puso en contacto con Paul Eluard, a quien había conocido en Colonia. El resultado fue una larga amistad. Eluard adquirió una serie de las primeras obras de Max Ernst, quien decoró con notables murales la casa que Eluard tenía en Eaubonne.
La amistad entre el poeta y el pintor no sólo se mantuvo en situaciones difíciles -en 1922 Max Ernst viajó a París con el pasaporte de Eluard, a quien también tuvo que agradecer su liberación de un campo de internamiento del sur de Francia al comienzo de la ocupación alemana-, sino que dio lugar a importantes
proyectos de libros en los que texto e ilustraciones se unieron congenialmente. El primero fue Les malheurs des immortels (Los infortunios de los inmortales), editado en 1922. Vinieron después otras publicaciones como Une semaine de bonté (Una semana de bondad), en la década de 1930. Todos estos trabajos testimonian la profunda comprensión recíproca existente entre Max Ernst y Paul Eluard, y la estrecha vinculación que existía entre poesía y pintura en el surrealismo.
Hubo también otras relaciones de amistad señaladas, como la del pintor Yves Tanguy con el editor de las novelas policíacas de Fantomas, muy apreciadas por los surrealistas, Marcel Duhamel, con quien Tanguy compartió algún tiempo una pequeña nave en la Rué du Cháteau de París y cuyo apoyo financiero le permitió dedicarse a su actividad artística. En 1927 se presentaron en la Galerie surréaliste de la capital francesa las obras de este pintor autodidacto, acompañadas por un catálogo que incluía un prólogo de André Bretón.
En 1922, Tristán Tzara, que en 1916 había sido cofundador del movimiento dadaísta en Zúrich, fue acogido con entusiasmo por los surrealistas. Tzara colaboró en Champs délicieux (Campos deliciosos) con Man Ray, quien había concebido en 1921 la rayografía, método fotográfico consistente en colocar el objeto que se pretende reproducir directamente sobre un papel fotosensible, de manera que no aparece su imagen propiamente dicha, sino su aura en negativo, una especie de silueta. En el libro se combinaban textos de Tzara con rayografías de Man Ray.
Andró Masson conoció a Bretón en 1924 a raíz de su primera exposición individual con el galerista Daniel-Henry Kahnwei-ler. Ya en los primeros números de La Révolution surrealista se publicaron dessins automatiques de Masson, nombre que supone una variante de la écriture automatique de Bretón y de Soupault. Desde principios de la década de 1920, Masson formó parte de un grupo de amigos —integrado por Antonin Artaud, Robert Desnos y Michel Leiris- que se reunían con regularidad en su casa de la Rué Blomet de París. Joan Miró vivía cerca del estudio que Masson tenía en la Rué Blomet 45, circunstancia que ambos pintores descubrieron accidentalmente en una velada de 1923 en la que se conocieron.
«Masson leía mucho y estaba lleno de ideas -escribió Miró recordando su amistad- era amigo de casi todos los poetas jóvenes de entonces. Yo los conocí a través de él [...] Me interesaron más que los pintores que encontré en París. Me entusiasmaron las ideas nuevas que anunciaban y, sobre todo, la poesía de que hablaban. La leí ávidamente durante noches enteras.»
Algunos de estos pintores y fotógrafos, que formaban parte del grupo de los surrealistas, estuvieron presentes en una exposición celebrada del 1 4 al 25 de noviembre de 1923 en la galería Pierre de París con el título de «La pintura surrealista». También expusieron sus obras Miró, Klee, Arp, Picasso y De Chirico. Representaban la primera fase del surrealismo pictórico tal como se conformó en sus tiempos «heroicos», entre el primer manifiesto (1924) y el segundo (1929).
El concepto ideológico más importante era el automatismo (el equivalente pictórico de la libre asociación verbal), que finalmente dio lugar al «surrealismo abstracto» de Masson, Miró y Arp. En él predominaban las formas biomorfas y blandas, y una materialidad táctil parcialmente inhabitual. Por el contrario, la ilustración de imágenes oníricas definía estilísticamente el surrealismo de Magritte, Tanguy y Dalí, que no se integraron en el grupo hasta más tarde.
No obstante, todos estos artistas compartían el hecho de ocuparse de objetos de naturaleza visionaria, poética y metafórica. Los surrealistas no pintaban cuadros no figurativos. Por muy abstractas que pareciesen, las obras de Miró, de Masson o de Arp hacían siempre referencia, al menos somera, a un sujeto. Se trataba de tender hacia una imagen interior improvisada a través del automatismo o que constituyera la visión ilusionista de lo interiormente percibido.


MAX ERNST  

MAX ERNST
L'évadé, Histoire Naturelle, página 30
1925, frottage, lápiz sobre papel, 26 x 43 cm Estocolmo, Moderna Museet



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