Alberto Giacometti

Hombre y mujer (1928/1928)

Alberto Giacometti

n. 1901 en Borgonovo (Suiza), f. 1966 en Chur

Bronce, 40 x 40 x 16,5 cm.
París, Musée National d'Art Moderne, Centre Pompidou

Alberto Giacomeffi, que había cursado un año de arte en la École des Arts et Métiers de Ginebra, residía desde 1922 en París, donde fue alumno del escultor francés Antoine Bourdelle. Tras su primera exposición pública -participación en el Salón des Tulleries de 1926-, en 1930 estableció contactos con los surrealistas Louis Aragón, André Bretón y Salvador Dalí. Evocando una visita suya al taller de Giacometti en París en aquellas fechas, el fotógrafo Brassaï escribió: «Entonces se parecía a una gruta de yeso llena de estalagmitas, las esculturas de Giacometti [...] objetos con función simbólica, que debían representar imágenes de sueños, sentimientos subconscientes, deseos reprimidos...».
De hecho, las obras plásticas de Giacometti de aquella etapa creativa pueden contemplarse desde el ángulo visual adoptado por Brassaï. Hombre y mujer (Homme et femme) viene a ser como una reducción, realizada con medios formales, de la relación entre el hombre y la mujer respecto del deseo físico que, según Freud, es el motor inconsciente del comportamiento humano. Giacometti desarrolla su pequeña escultura a partir de dos elementos claramente identificables como masculino y femenino; se trata de características exclusivas en el sentido de que aparecen como personificaciones de los órganos sexuales correspondientes.
La parte masculina de la escultura evoca el arco y las flechas, en tanto que el elemento femenino adopta la forma de una concha que acoge el aguijón que se dirige hacia ella. En Hombre y mujer, Giacometti creó con un rigor y una abstracción extremados un símbolo plástico que, a la vez que se entiende intuitivamente, propone diversos niveles de percepción. Por un lado es una composición extraordinariamente dinámica, en la que la energía suave de la figura femenina, que se refleja en la línea quebrada del tronco, responde al arco tenso desde el que se proyecta la flecha masculina y, por otro, las dos formas que representan al hombre y a la mujer componen una figura estática e indisoluble, que parece sellar para siempre la unión impuesta por el destino.
En Mujer degollada (Femme égorgée) esta unión se expresa supuestamente de una manera violenta: la mujer muerta está tendida en el suelo como un gigantesco insecto. Los brazos y las piernas, desproporcionadamente largos y delgados, recuerdan una araña; las enormes vértebras evocan el caparazón de un escarabajo y tanto el cuello, largo y acanalado, como la cabeza, que es pequeña, podrían ser de un gusano. Sólo los pechos arqueados sobre un talle esbelto forman parte de un cuerpo humano. ¿Alude Giacometti con esta compleja figura, que presenta formalmente a la víctima como agresora, al caso biológico de la mantis religiosa, mitificada por el surrealismo, que devora al macho tras el apareamiento?

Hombre y mujer  

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