Hans Bellmer

La muñeca (1932/1945)

Hans Bellmer

n. 1902 en Kattowitz, f. 1975 en París

Madera pintada, pelo, calcetines y zapatos, 61 x 170 x 51 cm.
París, Musée National d'Art Modeme, Centre Pompidou

La primera «muñeca» de Hans Bellmer nació en 1933; fue una obra totalmente singular y autónoma en el ámbito artístico que el pintor cultivaba en aquella época, cuya creación surgió bajo distintas intluencias. La irrupción del fascismo en Alemania motivó a Bellmer, quien hasta entonces había trabajado como dibujante publicitario, a abandonar cualquier tipo de ocupación que pudiera ser de utilidad al Estado, aunque fuera indirectamente, y a concentrarse por completo en su obra artística. Que de esta decisión surgiera La muñeca (La poupée) se desprende también del encuentro de Bellmer con su prima Úrsula, que en esos momentos tenía sólo quince años y a cuyo atractivo erótico el artista logró resistirse sublimándolo con una dedicación intensiva a las artes plásticas.
En 1934, después de sufragar personalmente la edición del texto La muñeca, Bellmer -motivado por un número de la revista Minotaure- entró en contacto con los surrealistas de París. Durante los años siguientes se codeó con los grandes nombres de referencia de la literatura surrealista -Baudelaire, Lautréamont, Jarry- y en el año 1938, tras el fallecimiento de su esposa Margarete Bellmer, acabó mudándose de Berlín a París.
La primera de las muñecas que creó Bellmer cobró vida principalmente a través de fotografías realizadas por el artista, puesto que sólo así-gracias a su manipulación- la muñeca podía adoptar las poses más variadas. Sin embargo, durante una visita al Kaiser-Friedrich-Museum de Berlín, Bellmer vio muñecas «móviles» de la época de Durero que le inspiraron a dotar a las suyas de articulaciones. La capacidad de cambio así conseguida es de una significación decisiva también para el ejemplar del Centre Pompidou.
Una muñeca, tal como formuló Wieland Schmied, «que se desdobla a modo de imagen reflejada alrededor del ombligo, centro de sus articulaciones esféricas; un monstruo con dos regazos, dos pares de piernas, dos pares de pies en unos pequeños zapatos de charol negro y una cabeza sobrante, de un realismo a la vez fantástico y aterrador, capaz de cambiar y siempre igual, inocente y consciente, infantil y perversa, vampiresa y súcubo, una construcción articulada de enorme intensidad y a la vez una de las obras plásticas más convincentes de nuestro tiempo».
La idea central de Bellmer consistía en una erotización del cuerpo, de un cuerpo que en sus absurdas deformaciones -y siguiendo de forma característica la asociación de ideas de los surrealistas- reflejaba siempre el mismo esquema sexual básico: «Creo que las diferentes categorías de expresión: actitud del cuerpo, movimiento, gestos, acciones, tono, palabra, grafismo, configuración de los objetos [...] nacen de un mismo mecanismo que imprime una estructura idéntica a su origen. La expresión elemental, aquélla que no prevé la posibilidad de comunicación de antemano, es un reflejo. ¿A qué necesidad, a qué impulso del cuerpo puede corresponder? [...] El sexo se proyecta sobre el hombro, la pierna sobre el brazo con toda naturalidad, el pie sobre la mano, los dedos de los pies sobre los de las manos. Con ello surge una extraña mezcla de lo real y lo virtual, de lo permitido y lo prohibido de ambos componentes, de los cuales uno gana en actualidad y el otro la pierde».

 

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