Pablo Picasso

Mujer en sillón rojo (1932)

Pablo Picasso

n. 1881 en Málaga, f. 1973 en Mougins (cerca de Cannes)

Oleo sobre lienzo, 130,2 x 97 cm
París, Musée Picasso

Es muy difícil reconocer una figura humana en Mujer en sillón rojo (Femme au fauteuil rouge); sólo la composición, la agrupación de un sillón con varias figuras amorfas dispuestas encima, permite asociar la obra con un retrato. No obstante, en el contexto de los esbozos, dibujos, esculturas y cuadros de Pablo Picasso de la misma época, Mujer en sillón rojo no sólo se explica como parte de un proceso de evolución estilística en la obra del artista centrado en el tema de las relaciones recíprocas entre la pintura y la escultura, sino que constituye el punto final de una serie de retratos de Marie-Thérése Walter realizada por el pintor en el espacio de pocos días.
El 14 de enero de 1932 creó el primer cuadro de su joven amada, que aparece graciosamente sentada en un sillón con la cabeza hacia atrás. Picasso construyó su retrato, que le sirvió de base para pintar el 26 de enero una obra de carácter totalmente distinto, que puede considerarse, a su vez, el anteproyecto de Mujer en sillón rojo, utilizando suaves líneas decorativas dispuestas en el lienzo a modo de ornamento. El pintor transformó las diversas partes del cuerpo de la joven mujer -cabeza, brazos, cuello, pechos y vientre-en elementos abstractos y plásticos que, reflejando la estructura básica del anterior retrato, se acoplan en un esqueleto extraño.
Tras la fase marcadamente clasicista de principios de la década de 1920, en la que Picasso experimentó con las formas tradicionales de la imagen y con los temas clásicos, a partir de 1926 se observa en su obra una tendencia absolutamente nueva. La equilibrada belleza de sus figuras sufre una metamorfosis y evoluciona gradualmente hasta dar lugar a cuerpos monstruosos, deformes y fragmentarios como los que aparecen en la serie Bañistas del verano de 1927, para cuya corporalidad Picasso recurrió a dos modos de representación diferentes. Por un lado pintó cuadros en los cuales los cuerpos parecen incrustarse en la superficie, como si las diferentes partes no perteneciesen a un todo plástico y orgánico, sino que se alineasen sucesivamente. Por otra parte, Picasso desarrolló formas marcadamente plásticas, las cuales, sin embargo, se unían en un todo desproporcionado y hasta muy deformado en muchos casos.
Esta tendencia, observable también en la escultura picasiana, se une en la pintura con una materialidad extraordinariamente sugestiva que produce la impresión de suave sensualidad, aunque en otros casos simula una materia dura, como piedras o huesos. Picasso experimenta con el cuerpo y, además de integrar en su representación ideas analíticas relacionadas con su estructura interna, trata de expresar -y aquí radica el carácter específicamente surrealista de sus cuadros de aquella época- sensaciones, deseos y proyecciones vinculados al cuerpo femenino y, sobre todo, a su irradiación sexual.

«Pinto las cosas como las pienso, no cómo las veo.»
Pablo Picasso

Mujer en sillón rojo  

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