René Magritte

La duración apuñalada (1938)

René Magritte

n. 1898 en Lessines (Bélgica), f. 1967 en Bruselas

Óleo sobre lienzo, 147 x 99 cm.
Chicago, The Art lnstitute of Chicago, Joseph Winterbotham Collection
«La edad de plomo»: si fuera posible formular con palabras la expresión y las sensaciones a ella vinculadas, Magritte lo habría logrado en La duración apuñalada (La durée poignardée). Su escenografía, que presenta características de museo, refleja en cada detalle la duración de los minutos contados por el reloj de la mesilla de la chimenea. El espacio sin gente, reproducido de forma parcial con gran precisión por Magritte en su cuadro, parece marcado por la falta total de acontecimientos que supuestamente será eterna. Entre los dos candeleros y delante de un espejo impenetrablemente gris, sólo el tictac del reloj rompe el silencio, aunque con una monotonía que a su vez no genera más que hastío. ¿Qué esperamos? ¿Ha pasado algo? ¿Qué va a suceder?
En esta atmósfera cargada de tensión, el hecho de que una locomotora atraviese la pared de la chimenea, aunque totalmente absurdo, no deja de representar un alivio. Sólo un acontecimiento de esta magnitud, de tal fuerza irresistible y de tal intensidad sonora podía alterar el inquietante silencio del espacio ajeno y hostil. Además, el espectador tiene la extraña impresión de que la proporcionalmente pequeñísima locomotora, cuyo humo sale por la chimenea, encaja en este espacio. Su forma, caracterizada por la precisión técnica, presenta cierta afinidad con los restantes objetos y estructuras del mismo: el reloj negro, la chimenea clasicista, el sencillo marco del espejo y los modestos candeleros. Se trata de una realidad potenciada todavía más por el carácter enigmático del acontecimiento.
«Teatro dentro de la vida» fue el título que Magritte asignó a este fenómeno utilizando un texto suyo de 1928, en el que describía su pintura como un escenario donde se abolían las leyes naturales del tiempo y del espacio: «Una princesa atraviesa el muro, las frutas sobre la mesa representan pájaros, hay sombras no motivadas, tras las puertas abiertas no hay nada». Una atmósfera surrealista similar se impone también en el cuadro La voz del silencio de 1928. Esta obra está dividida en dos mitades. A la derecha se aprecia un confortable salón burgués con un sofá, un cuadro, una estantería y una planta, mientras que la parte izquierda de la pintura permanece sumergida en una oscuridad impenetrable. Se abre así una rendija a la Nada, por la que podemos lanzar una breve mirada a la penumbra de los miedos y peligros de la imaginación con una vaga sensación de amenaza y de desesperanza. De repente, la acogedora habitación de la parte derecha del cuadro no es más que una fachada detrás de la que se esconde algo monstruoso, como si fuera una máscara tras la cual nosotros mismos, temerosos, nos ocultáramos.
¿Cómo se puede vivir con estos enigmas que irrumpen de pronto en la existencia atravesando hasta las escenas más banales y que Magritte ha convertido en tema de su obra? En la concepción de Magritte, el artista fija su conciencia ante todo en la vida, no en el pensamiento como el filósofo, ni en el arte como el que se propone triunfar en el mundo artístico. El pintor surrealista no tiene más finalidad absoluta que la vida; el arte (medio mental) es un subproducto y sus cuadros ya no perturban la vida directa.

La duración apuñalada  

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