Salvador Dalí

Jirafa en llamas (1936)

Salvador Dalí

n. 1904 en Figueras, f. 1989 en Figueras

Óleo sobre madera, 35 x 27 cm
Basilea, Kunstmuseum Basel, Emanuel-Hoffmann-Süftung
El famoso motivo del cuerpo humano con cajones aparece varias veces en las obras dalinianas de 1936. El ejemplo más provocativo es una copia de la Venus de Milo, equipada por Salvador Dalí en las zonas del vientre, de los pechos, de la cabeza y de las rodillas con cajones extraíbles de coquetas borlas de piel, La síntesis de la belleza clásica, siempre admirada y citada en la pintura europea desde la Edad Media hasta la época moderna, no sólo se reduce a la
condición de objeto en esta estatua clásica tan manipulada, sino que incluso es radicalmente cuestionada. En este caso se trata menos de los problemas que plantea el concepto de belleza transmitido por la Venus de Milo que de la tesis defendida por los surrealistas de que el idealismo, el equilibrio y la armonía del cuerpo humano representados por la estatua clásica reflejan una concepción resquebrajada.
Tras su bella apariencia se oculta lo inesperado, lo desconcertante, lo angustiante, idea visualizada en la imagen de los cajones que, supuestamente, facilitan el acceso al interior del ser humano.
Lo traumático de esta concepción se manifiesta en Jirafa en llamas (Giraffe en flammes), cuadro pintado por Dalí el mismo año que Venus de Milo con cajones. El blanco clásico de la estatua se ha convertido en un intenso
azul fantasmagórico, el color de la noche que se extiende no sólo sobre el cielo, sino también sobre las dos figuras femeninas que se mueven lentamente como sonámbulas, con los ojos cerrados. Sus cuerpos, escuálidos y huesudos, impedidos por cajones, protuberancias naturales y muletas, tantean el camino con suma dificultad. La equilibrada posición de la Venus de Milo ha dado paso a un difícil número de equilibrio, al esforzado intento de alcanzar la estabilidad sabiendo que soportan el peso del misterioso contenido de los cajones. Las figuras se mantienen erguidas sólo gracias a sus muletas y quedan ciegas a merced de una noche que, supuestamente, debe interpretarse como alegoría; representa el «otro lado» de la persona, los ámbitos inconscientes de su propio yo, a los que no puede acceder ni es capaz de controlar racionalmente, a pesar de que condicionan su vida.
El ser humano no sabe adonde va ni qué es lo que le impulsa. Vive en un mundo que a él, que ha quedado fuera de la naturaleza, se le ha vuelto extraño. La jirafa en llamas podría concebirse como un símbolo del absurdo de la existencia humana en el mundo moderno. «En oposición al ser humano -escribe Wieland Schmied en Salvador Dalí. Das Rätsel der Begierde (Salvador Dalí. El enigma del deseo)- el animal es todavía la naturaleza en orden. Su esencia animal parece indestructible. La jirafa, que sencillamente se quema, está aliada con los elementos. Puede entregarse a las llamas sin pensar, sin pasión, sin perecer en ellas. El reino de la naturaleza, de los minerales, de los elementos es duradero y el animal forma parte del mismo. El ser humano por el contrario, está sometido al tiempo, al envejecimiento, a la fugacidad, elementos que han perfilado repetidamente a la sonámbula de nuestro cuadro en los rasgos de la cara, en las manos, en los movimientos.»


«Creo que en lo que hago soy un pintor completamente mediocre. Lo que considero genial es mi visión, no lo que en realidad ejecuto.»
Salvador Dalí

Jirafa en llamas  

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