Las casas gremiales son asimismo en ocasiones de grandes dimensiones y acaso conservan con mayor persistencia todavía el antiguo carácter germánico. La decoración italiana se aplica sólo en los detalles y quedan a veces algo diluidas en un conjunto de clara inspiración y espíritu autóctonos; además, los pisos se superponen sin respeto a la proporción clásica y terminan en complicados piñones (en alemán Giebel) llenos de esculturas y relieves, muy lejos de los edificios que se podían levantar, en la misma época, en Italia, por ejemplo.
Las viviendas particulares, por el contrario, conservan la disposición alargada y alta de las casas de la época gótica, y en ellas el influjo del Renacimiento es menor; sólo cambia en ellas la decoración, con cariátides y volutas complicadas; unas veces la parte superior es de madera; otras, la fachada está revestida de estuco con una ingenua policromía de gusto más o menos clásico. Son característicos también, como motivos típicamente alemanes de decoración, los obeliscos que se aplican por remate de los contrafuertes y pilastras.
Fuera de Alemania, en otros países de Europa Central, la arquitectura del Renacimiento italiano dejó hermosas construcciones en Praga y Cracovia. En la primera ciudad, Fernando I, cuando sólo era rey de Bohemia-Hungría, antes de ser emperador, llamó a Paolo della Stella para que construyera en 1536 el llamado Belvedere, pabellón de recreo con una «loggia» que recuerda el estilo de Brunelleschi. En Cracovia, capital de los reyes polacos de la dinastía Jagellón, Segismundo I (1506-1548) hizo construir una capilla italiana y un patio de honor de tipo toscano en el interior de la fortaleza medieval del Wawel, una ciudadela eslava que -como el Kremlin- reúne la catedral y la residencia del príncipe. Segismundo I estaba casado con una princesa Sforza, italiana, y no resulta demasiado sorprendente encontrar aquellas obras tan renacentistas en Polonia, el país del canónigo Copérnico, el primero que expuso el concepto moderno del sistema solar.
Ya en el terreno de la escultura, los artistas alemanes continúan en sus temas medievales, casi ajenos a las nuevas concepciones y motivos que se están imponiendo en otras partes de Europa, y persisten en la complicación de las ropas y en las decoraciones policromas y doradas, con las cuales consiguen a veces importantes resultados.
El exagerado sentimentalismo que caracteriza la escultura alemana en el tránsito del gótico al Renacimiento halla un punto de equilibrio que ofrece gran interés en algunos escultores de talento, en quienes la expresión del sentimiento logra formas de una graciosa serenidad ingenua; tales son, por ejemplo, Veit Stoss, autor del maravilloso retablo dedicado a la Virgen, de Cracovia, y de la Anunciación de San Lorenzo, de Nüremberg; Bernt Notke, autor del famoso grupo de San Jorge y el dragón que corona el sepulcro de Sten Sture, terminado en 1489, de la catedral de Estocolmo; Tilman Riemenschneider, quizás el más sensible y delicado de estos escultores del gótico tardío, y aun Michael Pacher, a quien se hará mención en otras páginas de este sitio como pintor. Después, las influencias renacentistas se concentran sobre todo en los hábiles fundidores en bronce, principalmente en Peter Vischer y sus hijos, que labraron el mausoleo de Maximiliano en Innsbruck.
Este gigantesco mausoleo, rodeado por una complicada reja, tiene a cada lado dos filas de figuras, que representan personajes de la corte de Maximiliano y diversos reyes germánicos históricos y legendarios. Pese al carácter renacentista de los elementos decorativos, el conjunto recuerda todavía las estructuras góticas. Peter Vischer el Viejo terminó el mismo año de su muerte (1519) el arca de bronce de San Sebaldo, en la iglesia de este santo en Nüremberg, que había iniciado en 1488. Esta obra, como el mausoleo de Innsbruck, revela que la influencia italiana no pudo borrar nunca la tensión romántica, típica del Renacimiento germánico.