Después de estas segundas puertas del baptisterio, en las que trabajó hasta el año 1424, la fama de Ghiberti era ya tanta que se le encargaron las terceras (las cuales constituyen su obra maestra) sin ningún concurso, y permitiéndosele hasta cambiar el número de los asuntos que le habían propuesto, conforme al programa que trazó el erudito Leonardo Bruni. Según éste, la tercera puerta, que corresponde al lado oriental del baptisterio y da frente a la fachada principal de Santa María del Fiore, tenía que estar dedicada al Antiguo Testamento, con veintiocho recuadros, donde se explicarían uno por uno los principales temas de la Creación y la historia de Israel; cada batiente de la puerta estaría dividido en siete zonas, con dos relieves cada una.
Ghiberti acumuló varias historias en un mismo relieve, ejecutando el programa de Bruni en diez compartimientos suficientemente grandes para poder desarrollar los fondos en perspectiva, los paisajes y pintorescas representaciones con muchas figuras que sólo se anunciaban en sus puertas anteriores. «En algunos de estos diez relieves -dice Ghiberti en sus Comentarios- he introducido más de cien figuras, en otros menos, trabajando siempre con conciencia y amor. Observando las leyes de la óptica, he llegado a darles tal apariencia de la realidad, que a veces, vistas de lejos las figuras, parecen de bulto entero. En diferentes planos, las figuras más cercanas son mayores; las de más lejos disminuyen de tamaño a los ojos, como pasa en la naturaleza”
Este párrafo de los Comentarios indica cuan conscientemente el escultor florentino realizaba la invención del relieve pictórico, que no se había sabido ejecutar desde la antigüedad clásica. En los púlpitos de los pisanos, las figuras, todas del mismo tamaño y del mismo alto relieve, indican sólo por el gesto y el sitio que ocupan el papel que representan en la escena, compuesta sin confusión.
En los relieves de su última puerta, Ghiberti realiza una maravilla de efectismo plástico, superando hasta los mismos resultados de los relieves pintorescos helenísticos. La acumulación de las escenas, en lugar de ser una traba para el artista, es motivo de invención y nuevos efectos para todas las escenas reunidas. Así, por ejemplo, la creación del hombre en primer término permite hacer más dulce el bello relieve con la figura de Eva, y el grupo del Todopoderoso con una nube de ángeles que se pierden en la atmósfera, da luz y espacio al paisaje del jardín. Lo mismo sucede en el maravilloso paisaje del pasaje de Caín y Abel; las diversas escenas están separadas por un barranco con pinos, para que a lo lejos, y en la parte más alta, se levanten los dos altares, con los sacrificios al Señor, y en el fondo elevado la cabaña de los primeros padres en una bellísima perspectiva de montañas.
Sin embargo, cuando en su imaginación veía aparecérsele una composición grandiosa que exigía la totalidad de un relieve, Ghiberti se lo concedía sin vacilar, como en la teatral escena de Salomón y la reina de Saba o en la del Hijo Pródigo, donde las figuras forman animados grupos con una perspectiva común de pórticos en el fondo.
Quizás lo más sorprendente de estas diez composiciones sean los fondos con palpitantes definiciones de espacio y de ambiente. Todavía cuando Ghiberti utiliza el «punto de fuga» de la teoría perspectiva inventada por Brunelleschi, no todo se resuelve con una fría geometrización del espacio, sino que emplea con una increíble sutileza los efectos de atmósfera producidos por las formas difuminadas. Con ello, logra resultados que recuerdan los relieves helenísticos alejandrinos con escenas de paisaje. Basta contemplar, además de las ya citadas, escenas como la de la historia de Josué, en la que el cortejo de primer término vuelve a verse -en un momento posterior- en la lejanía, precedido por las trompetas que suenan ante los muros de Jericó, o la de la historia de David.
En esta última, en pocos centímetros de superficie, la escultura sugiere una enorme distancia al pasar del alto relieve de primer término, con la degollación de Goliat, al fondo de las altas torres de la ciudad, perdida entre la bruma y la lejanía. Entre el primer término y el fondo, los relieves sucesivamente más bajos de personajes, árboles y montañas, indican con todo detalle el espacio intermedio. Al estudiar de cerca los grupos de personajes de estas puertas, comprendemos el genio de Ghiberti que, con estas pequeñas figuras tan bien situadas en la atmósfera impalpable que parecen respirar, inaugura una nueva comprensión poética del hombre y de la vida: la del Renacimiento.
Lorenzo Ghiberti terminó estas puertas en 1452, es decir que empleó más de veinticinco años en la ejecución de estos diez relieves, enriqueciéndolos con una orla de adornos vegetales y cabezas de profetas, y sobre todo con un marco, también de bronce, rodeado de la más exquisita decoración de hojas, flores, frutos y pequeños animales que haya producido nunca la escultura. Vasari, en cierto modo, tiene razón cuando dice que es «la más bella obra que se haya visto nunca entre los antiguos y modernos»; y en verdad que las decoraciones vegetales de los frisos romanos más perfectos de la época de Augusto no llegan a esta maravilla de vida y lozanía que tiene el follaje del marco de las últimas puertas de Ghiberti.
Algunas de sus hojillas parecen vaciadas del natural, tanta es su riqueza de detalles; pero los relieves fueron tan hábilmente fundidos y están con tanta belleza combinados con cintas y pequeños lagartos, pájaros y vivarachas ardillas, que superan acaso en gracia y espíritu al que poseen los propios seres naturales. El propio Ghiberti, en sus Comentarios que empezó a escribir en 1447 y que su muerte interrumpió en el tercer capítulo, dice que se esforzó en imitar a la Naturaleza hasta el extremo.
El sacrificio de Isaac de Lorenzo Ghiberti (Museo del Bargello, Florencia). Fue con esta obra que Ghiberti ganó el concurso organizado en 1401 para la puerta norte del Baptisterio que se compuso entre 1403 y 1424. En esta obra Ghiberti hace gala de su estilo flexible y su técnica de virtuoso, resolviendo la escena en un todo armonioso.