El Renacimiento en Francia

En la fachada que da al exterior, el contraste entre los dos castillos resulta mucho más evidente: los arquitectos italianos o italianizados que construyeron el ala de Francisco I, en el castillo de Blois, entre los que al parecer jugó un papel importante el maestro de obras Jacques Sourdeau, deseaban aprovechar seguramente la situación del edificio sobre los altos bastiones medievales para hacer una fachada abierta, con galerías o logias. El resultado fue muy distinto de lo que podía esperarse: las galerías son realmente series de balcones cubiertos, unos sobre otros, que dejan la fachada dividida en una serie de cuerpos verticales, como contrafuertes, entre los cuales el espacio intermedio se aprovecha para estos miradores. Se encuentra aplicada esta misma solución en el llamado de Madrid, en Boulogne, y en el de Saint-Germain, cerca de París.
Pero la decoración del ala del castillo de Blois construida por Francisco I es ya típica del Renacimiento, un renacimiento extraño que no puede llamarse toscano, pero que recuerda algo de los órdenes antiguos; que no puede llamarse milanés, aunque recuerda la profusión ornamental de la cartuja de Pavía; un renacimiento especial, francés áulico, de Francisco I; su inicial con la corona y con el emblema suyo de la salamandra forma frisos y medallones y decora las barandas.
Francisco I, terminada la reforma de Blois, empezó la construcción del castillo de Chambord, que es la verdadera obra característica de su reinado. No se sabe gran cosa de sus arquitectos. Para unos, su dirección debe atribuirse a Doménico de Cortona, cuyo nombre figura aún en las cuentas; para otros, los directores son ya Fierre Trinqueaux, que desde el año 1519 trabajaba en él, Denis Sourdeau y Pierre Nepveu; pero sólo con aquel rey y aquella corte podía haberse concebido un edificio tan singular. Las sombras de Francisco I, de su favorita la duquesa de Etampes y de su hermana Margarita de Navarra, viven todavía en las estancias de Chambord.
Nadie más que Francisco I podía haber propuesto aquel sitio para residencia real y haber aceptado aquel plan, sea quien fuere el que lo proyectara. Las aficiones de Francisco I eran la caza y las grandes fiestas. Así se explica que el nuevo castillo se asentara en un claro de la selva pantanosa de Sologne y que, en su planta, se supeditara todo a la gran escalera central, con su doble rampa, por la que podía descender toda la corte en dos comitivas independientes. Es el mismo tema de la escalera de Blois, sólo que aquí está en el centro del palacio y remata al exterior con una linterna fantástica entre multitud de lucernas y chimeneas.
La visión lejana, desde el bosque, de estas mil lucernas de los tejados de Chambord parece el sueño de un edificio pantagruélico; la gran mole del castillo desaparece entre los árboles y no se ven más que las chimeneas y remates sobresaliendo de la línea horizontal del tejado, ya en forma de azotea, como en Italia. La decoración es más avanzada de estilo que la parte del castillo de Blois construida por Francisco I: las pilastras son clásicas, los adornos y las molduras irreprochables, con curiosas combinaciones de la piedra blanca natural y una caliza negra que llena los cuadros. La inicial de Francisco I aparece por todas partes, con una corona. Allí el rey caballero pasó sus últimos años y murió. El castillo de Chambord representa realmente una época. Es un episodio arquitectónico que se comprende mejor si se lee a Rabelais o a Margarita de Navarra.
El estilo de la arquitectura de los palacios reales fue aceptado con limitaciones por Francia. Chambord quedó único, nadie se atrevió a seguir aquel camino; pero las combinaciones más lógicas de Amboise y Blois fueron imitadas con entusiasmo primero en las orillas del Loira, que era el país de moda de aquel tiempo, y después en París, donde Doménico de Cortona proyectó el antiguo Hotel de Ville; en Caen, en Toulouse, en la vecina Orleáns...
El castillo de Chenonceaux, en una isleta del río Cher, también en la cuenca del Loira, es otro de esos emplazamientos singulares que preferían las gentes del tiempo de Francisco I. El magnífico palacio se construyó en 1520 para el ministro Tomás Bohier, y sustituyó a un viejo molino que se levantaba sobre unos muros medievales de piedra. Con el tiempo fue propiedad de Diana de Poitiers y, después, de Catalina de Médicis. Philibert Delorme construyó en Chenonceaux, a mediados del siglo XVI, para Diana de Poitiers, el ala sobre un puente que atraviesa el río, y Catalina de Médicis, más tarde, se propuso añadirle una plaza rodeada de pórticos y jardines en la otra ribera del Cher, formando todo un conjunto monumental. Este último proyecto no llegó a realizarse.

 

Castillo de Chenonceaux
Castillo de Chenonceaux, sobre el Cher, es uno de los más bellos palacios del Renacimiento francés. La parte erizada de flechas y remates fue construida en 1520, mientras que el ala sobre el puente fue realizada a mediados del siglo xvi para Diana de Poitiers por el arquitecto Philibert Delorme.

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