Reminiscencias góticas en los pintores suizos

 

Antes de terminar este capítulo sobre el Renacimiento en los países de Europa Central, hay que hacer referencia a los pintores suizos de este período en los que se funde el gusto caballeresco del gótico internacional con las formas complicadas, casi barrocas, del gótico tardío y con una finura alegórica de tipo humanístico que a veces recuerda a Botticelli. El primer tercio del siglo XVI fue enormemente agitado para los cantones suizos situados entre Francia y el Imperio. Los suizos veían sus tierras saqueadas, ocupadas y libertadas alternativamente por los beligerantes. Luchaban para conservar su independencia y utilizaban la vida militar como un medio de hacer fortuna. Sin preferencias políticas, igual formaban un batallón para ayudar a Francisco I que a Maximiliano de Austria. Los mercenarios suizos se hicieron célebres por su resistencia física y por su fidelidad al príncipe que los contrataba. Todavía una reliquia de este tipo de servicio se conserva en la Guardia Suiza del Vaticano.
No es sorprendente, pues, que los artistas de este período fuesen simultáneamente mercenarios. Nikolaus Manuel-Deutsch, Urs Graf y Hans Leu pintaban sus retablos religiosos, sus composiciones mitológicas y alegóricas y trazaban sus dibujos, que en ocasiones parecen desenfadadas confesiones de aventuras de mercenario, en los intervalos que les dejaban libres la guerra y la captura del botín. Los dos primeros firmaban colocando junto a sus iniciales un puñal desenvainado. El más interesante es quizá Nikolaus Deutsch (1484-1530), nacido en Berna, cuyo extraño expresionismo, dominado por el demonio de lo insólito, le llevó desde el siniestro tema de La muerte y la muchacha (1517), tema obsesivo del que ya se ha hecho referencia también en Baldung Grien, hasta sorprendentes composiciones mitológicas tales como el Juicio de París y Píramo y Tisbe, rutilantes de luminismo.

 

 

Juicio de Paris, de Nikolaus Deutsch
Juicio de Paris, de Nikolaus Deutsch (Kunstsammlung, Basilea). En esta obra de grandes dimensiones, pintada a la tempera en 1520, el luminoso colorido confiere a la escena una extraña mezcla de surrealismo y naturalidad. Juno aparece como una digna matrona vestida de color naranja y azul, mientras una abatida Minerva luce un caprichoso penacho de plumas como única vestidura para cubrir su completa desnudez. De perfil, frente a un embelesado Paris, la escogida Venus atrae irresistiblemente la atención de éste, sirviendo al aburguesado ideal femenino de la época.