En 1513 se compromete a pintar para la sala del Consejo Mayor, en el Palacio Ducal, una obra, terminada muchos años más tarde, de la batalla de Cadore, en la que también luchó su padre contra el emperador Maximiliano. Iba a ser una gran empresa que «ningún hombre hasta hoy ha querido realizar», y a cambio pide la contaduría del Fondaco dei Tedeschi, que fue de Giorgione, y algunos beneficios gozados por Giovanni Bellini. El artista abre su taller en San Samuele e inicia así sus relaciones con la Serenísima, a menudo contrastadas y contrastantes, pero que perdurarán ininterrumpidamente hasta su muerte. La Gran Batalla fue destruida por un incendio en 1577 y sólo se conoce a través de los dibujos y de algunas copias antiguas. Son de estos primeros años venecianos varias obras excelsas en las que Tiziano parece evocar, con su regreso a la laguna, el espíritu y el mundo de su maestro recién fallecido a tan temprana edad. Son: el pequeño retablo de la iglesia de la Salud, el Retrato de dama y el llamado Ariosto.
En el primero, que antes estaba en Santo Spirito in Isola, es evidente el vínculo con el retablo giorgionesco de Castelfranco, «retablo que, como dice Vasari, muchos creyeron que fuera debido a la mano de Giorgione»; vinculación visible en la construcción monumental que sitúa a San Marcos en alto, sobre su basamento, perfectamente centrado entre los cuatro Santos laterales en “conversación”. Pero en el cielo hay una amplia abertura agrandada por el viento que aparta las nubes. En la Schiavona y en el Ariosto (tal vez aquel gentilhombre llamado Barbarigo, amigo suyo que le había proporcionado los favores ducales), ambos en Londres, ya se afirma, inconfundible, la energía creadora de Tiziano en el seguro, casi temerario planteamiento, y en el vibrante color, sonoramente desplegado y abierto al juego triunfante de la luz. En el Gentilhombre de Londres se quiso reconocer al Ariosto, a modo de confirmación de la amistad que probablemente unió al pintor y al poeta.
De los mismos años, anteriores a 1516, son el Noli me tangere de Londres y el Concierto de Pitti. En el primero, predomina el amplio panorama de la naturaleza y, tal vez, es el primer ejemplo válido de la inclinación de Tiziano por el paisaje que se enciende en ricos colores, en la luz gozosa de las reverberaciones del ocaso. Es la primera notación de esos grandes paisajes que se abrirán en el Tiziano maduro sobre amplios valles, sobre imponentes montes, sus valles cadorinos, las montañas de su infancia, el Antelao, el Pelmo, las Marmarole que están encerradas en su corazón y que recobran vida de su nostalgia en las suaves atmósferas de sus retablos y que en sus alegorías se convertirán, a veces, en protagonistas. En el Concierto, el éxtasis musical predomina en el arrobamiento del monje, aun cuando, con espíritu nuevo, llama a coloquio a los otros dos personajes, prisioneros ya como él, del círculo mágico de la música y del color tizianescos.
Algo posterior, pero partícipe del gusto paisajista del Noli me tangere, es el Bautismo de Cristo de los Museos Capitolinos de Roma. Aquí, mientras el paisaje se vuelve cada vez más amplio y más verdadero, especialmente en la poesía de una dorada atmósfera crepuscular, la luz embiste impetuosa las figuras, haciendo suaves las carnes y otorgando brillos de seda a los ropajes, lo cual anticipa, en ciertos rasgos, los resplandores fulgurantes del Tiziano más tardío. Pero ahora parece lanzar una última mirada, como un adiós al mundo de Giorgione, en la Virgen del Kunsthistorisches Museum de Viena llamada la Zingarella, todavía belliniana en la composición y giorgionesca en el desgarrador idilio del paisaje lejano.