Actualmente, sigue siendo primordial en la elaboración de la porcelana el empleo del caolín, que, como se ha señalado antes, constituye el “ingrediente» básico. El caolín es una arcilla primaria que es el resultado de la descomposición de rocas feldespáticas y que otorga a la porcelana su característica coloración blanca. Asimismo, éste es el material que logra mantener la rigidez y estabilidad en la pasta cuando ésta se está trabajando a las altas temperaturas que deben conseguirse para elaborar correctamente la porcelana.
Como es de suponer -dada la mentalidad de la época y los beneficios económicos que se pretendía lograr-, la obtención de esa verdadera porcelana se rodeó del más impenetrable de los secretos, pues no eran pocos los gobiernos que iban detrás de ese mismo logro; ello explica, por ejemplo, la severa organización que se dio a la nueva fábrica, y que sirvió de modelo a todas las demás oficiales que posteriormente lograron elaborar porcelana auténtica o «sajona» en Austria y varias localidades de Alemania y aun del extranjero.
Entre las principales manufacturas de esta clase que derivaron de la de Meissen y cuya fundación fue posible gracias a indiscreciones e intrigas (a veces muy novelescas, todo sea dicho), se encuentran: la de Viena, fundada por Du Paquier, en 1718, desde 1744 fábrica imperial; la de Hóchst (1746), que desde 1753 fue protegida por el elector-arzobispo de Maguncia; la del duque de Brunswick, en Fürstenberg (1747); la de Frankenthal, perteneciente a la Corte Palatina desde 1762 y fundada por el ceramista francés Paul Hannong, en 1757, al verse obligado éste a cerrar (en favor de Sèvres) la fábrica que tenía en Estrasburgo; las dos de Berlín, la segunda de las cuales, en 1763, pasó a propiedad del rey de Prusia; la de la corte bávara en Nymphenburg (1753); la de Ludwigsburg (1858), del gran duque de Württenberg.
Pero existieron otras muchas que acaban conformando una lista de lo más extensa que da una idea de la importancia que se daba a la fabricación de este tipo de porcelana.
En los principales centros oficiales de esta clase hubo un director oficial y otro efectivo, un grupo de arkanisten (o «secretistas», como se les llamó en español), que eran estrechamente vigilados, y los modelistas y pintores, dirigidos por un artista de nota, escultor o pintor.
Una organización parecida tuvo la manufactura oficial francesa, que, instalada desde 1741 en el castillo de Vincennes, pasó en 1753 a ser protegida por la marquesa de Pompadour, y tres años más tarde, esta vez ya bajo el patrocinio directo del rey, se instalaba en una finca de Sèvres (la sede que aún conserva actualmente) que antes perteneciera al músico Lulli, cerca del dominio de Bellevue, donde aquella favorita de Luis XV tenía una de las numerosas residencias de que disfrutaba. La fábrica de Alcora, en España, del conde de Aranda, que fabricó loza, pero también porcelana, tuvo, asimismo, organización similar, aunque bien es cierto que las medidas de seguridad eran considerablemente menos rigurosas.
Por último, en Inglaterra también se pusieron en marcha diversas fábricas de porcelana, debidas a la iniciativa privada y fundadas todas ellas a mediados del siglo, y entre las más destacadas cabe señalar las de Chelsea, Bow, Derby y Worcester.
Dragón Kirin, de Adam Friedrich von Löwenfinck (Staatliche Porzellanmanufaktur, Meissen). En 1746, Friedrich von Löwenfinck fundó una manufactura artesanal que inicialmente se dedicaba a la cerámica de gusto rocaille, pero posteriormente se especializaría en un tipo de decoración que imitaba sin disimulo los motivos florales, paisajísticos y figurativos de inspiración japonesa, enfatizando el uso de las policromías y las líneas finas del dibujo.