En 1799 pinta retratos, entre ellos de los monarcas, siendo frecuente que se trasladara a La Granja, El Escorial o Aranjuez en su compañía. De ese año serán los retratos ecuestres de Carlos IV y María Luisa, de impresionante vigor. En 1800 pinta uno de los mejores retratos femeninos de su carrera, el de la Duquesa de Chinchón, esposa de Godoy, favorito de los monarcas. Terminado este retrato emprende una de sus pinturas más ambiciosas: la plasmación de la efigie del rey con todos sus familiares y para ello ejecuta, previamente, una serie de bocetos de los personajes aislados que cuentan entre sus mejores creaciones en el género retratístico.
Cuando se ha adueñado de la psicología de todos ellos, pinta la tremenda Familia de Carlos TV (1800), que ahora puede parecer una sátira, por la vulgaridad o reticencia manifiesta de los retratados. Pero la pintura supera la iconografía. Una armonía de castaños y rojos sostenidos por amarillos blanquecinos y dorados convierte el grandioso lienzo en una de las mejores pinturas del arte español.
En 1801 pinta a Godoy como general de la contienda con Portugal, es decir, dando al favorito un fondo de escena de guerra que no sirve sino para contrastar la blandura del turbio personaje político. Sigue pintando retratos, que le solicitan con insistencia desde hace años y que alterna siempre con obras de otros temas.
Se ignora la fecha en que pintó Goya las dos famosísimas Majas, que son uno de los atractivos esenciales del Museo del Prado, pero, por el estilo, parecen ser de 1800-1805. Fueron propiedad de Godoy. La desnuda es uno de los pocos ejemplos del género en la pintura española anterior al siglo XIX -sólo pueden parangonarse con ella el desnudo de Velázquez y una figura desnuda de una composición de Alonso Cano-, pero tal vez la obra goyesca supera a éstas por la finura suprema de la ejecución y la perfecta transcripción de la nacarada calidad de la carne.
La vestida, más voluptuosa, si cabe, por la opulencia de formas y la intensidad de la mirada, es una obra que atestigua la misma ejecución insuperable. De este mismo período son cinco estupendas tablas de la Academia de San Fernando: Procesión de disciplinantes, Casa de locos, Corrida de toros, Tribunal de la Inquisición y Entierro de la sarama. Vemos ante todo en los temas cómo se aclara la intención latente en Goya de satirizar, o poner en la picota, aspectos del carácter nacional, dando a la vez salida a los agitados instintos personales.
Cuando se habla de un pintor anterior al siglo XIX no suele decirse que fue un «atormentado», pero hay sobrados indicios de que Goya lo fue, aunque su inmensa vitalidad, su sano sentido popular, contrarrestaban los dramas de su vida interior y su innata tendencia corrosiva.
Deformaciones, trazos sueltos, borrones, reflejos, sugerencias mejor que estrictas representaciones aparecen en la técnica junto a las tradicionales veladuras y transparencias. Goya se da cuenta también del valor expresivo que posee el «inacabado’^ deja trozos enteros sólo insinuados en Los disciplinantes. Pero tal vez la escena de la Inquisición sea la más lograda del grupo, por la intensidad contenida del ambiente y el perfecto equilibrio de todos sus elementos.
Parece probable que en la misma etapa pintara Goya -lo que es muy propio de su genio- obras enteramente distintas, casi convencionales, como son las alegorías del Comercio, la Industria y la Agricultura que realizó para el palacio de Godoy, cuyas erróneas y ambiciosas maniobras, unidas al sueño de dominación mundial de Napoleón, pronto llevarían a España al desastre.
Los años 1802-1806 son a la vez un período de grandes retratos, continuando los de años anteriores: El conde y la condesa de Fernán Núñez, el Marqués de San Adrián, Félix de Azara, y los asombrosos de Isabel Cobos de Porcel, uno de los tres o cuatro retratos femeninos mejores de toda la pintura española, y el de la señora Sabasa de García. Pinta también a la Marquesa de Santa Cruz personificando a Euterpe.
Surge asimismo la serie de retratos originada por la boda del hijo del pintor, Xavier, que, en 1805 (año de la batalla de Trafalgar), se casa con Gumersinda Goicoechea. Al margen de otros retratos, completa la obra probable de 1806 la interesante serie de seis pequeñas tablas con la historia, en episodios, de Pedro de Zaldivia capturando al bandido Maragato (junio de 1806), que ratifica el interés de Goya por las secuencias de imágenes, lo que en parte le llevó al grabado.
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