En cambio, 1814 fue rico en grandes realizaciones, que cuentan entre las más profundamente significativas aportadas por el pintor. En enero de ese año se ofreció al Consejo de Regencia para pintar »las más notables y heroicas hazañas» de la guerra. Tendría en la mente un vasto plan pictórico, una versión a gran escala de los puntos culminantes de la epopeya grabada ya en la serie de los Desastres.
El resultado de la petición de Goya a la Regencia se concretó en dos de las obras esenciales de la historia de la pintura española y universal, El dos de mayo y Los fusilamientos de la Moncloa.
Del primero se conservan dos bocetos que, con la pintura definitiva, muestran la evolución de la composición en la mente del artista. Obra romántica por el color, el movimiento, el ímpetu. La escena aparece tomada muy de cerca y centrada en personajes principales. La técnica es muy pictórica y fundida, trabando tono y color, y comunicando el sentimiento de lo inmediato, de lo verdadero.
Los fusilamientos de la Moncloa es una obra más concreta y contrastada, menos matizada, más vigorosa. Caracteriza este lienzo el empleo de una solución granulosa que produce una textura arenosa y mate. Se mantiene la imprimación rosada que Goya usó desde sus comienzos y que, a partir del siguiente año, sustituiría por preparación negra.
Muy conscientemente, en los Fusilamientos Goya disminuyó la gama cromática esencialmente al ocre de la tierra y de algunos trajes, el negro del cielo nocturno, el blanco de las camisas de los fusilados y el rojo de la sangre, pocas veces tan verdadero, tan eficiente, como en este cuadro que es un grito de protesta.
La simplificación relativa de la forma apoya la unidad del efecto. Durante este año, su cargo de pintor de cámara le obligó a pintar retratos de Fernando VII, por quien, evidentemente, no sentía ninguna simpatía. También pintó a Palafox a caballo.
El año 1815 fue de gran actividad retratística. Destaca la estupenda efigie del Duque de San Carlos, en tres retratos (estudio de la cabeza, retrato de cuerpo entero y reducción del mismo). Parecen del mismo momento tres vigorosos Autorretratos, uno de ellos fechado en 1815, y son de ese año el impresionante grupo de efigies: Ignacio Omulryan, Miguel de Lardizábal, José Munarriz y Miguel Fernández.
La imprimación negra da un nuevo «carácter» al color que sobre ella se superpone. También en 1815 comenzó a grabar Goya las planchas de su tercera serie de aguafuertes, la famosa Tauromaquia, sobre el tema que apasionó tanto al artista del que se ha dicho que en su juventud, eventualmente, toreó. El anuncio de la publicación de esta serie es de 28 de octubre de 1816, pero La Tauromaquia no se publicó entonces. Las planchas pasaron a la Academia años después de la muerte del artista y la primera edición sólo vio la luz en 1855 (33 láminas).
Como de otras series, se conservan dibujos preparatorios, mucho más libres y «barrocos» que los grabados correspondientes. Se busca el interés plástico de masas informes y la acumulación expresionista de contrastes. Esto y otros factores que se han citado en las páginas anteriores permiten comprender que Goya es el verdadero umbral del arte contemporáneo. Sigue Goya pintando retratos en esos años, cual el del Empecinado, la Mujer sentada del Museo del Louvre, de parecida fecha o algo posterior.
Se supone de 1815 el extraordinario cuadro de gran formato La Junta de Filipinas, que obliga al artista a plasmar un amplio espacio vacío, interior, con muchos personajes, cada uno de los cuales es un impresionante acierto de dibujo, tono y color.
En 1817 siguen los retratos, pero destaca una obra de tema religioso tratada más como estampa naturalista de devoción popular, y como gran pintura, que con efusión mística. Se trata del lienzo de las Santas Justa y Rufina, para la catedral de Sevilla, del que se conserva boceto.
Posterior al inventario de 1812, Goya volvió eventualmente al empleo de la espátula de caña. Aparece en algún cuadro de fecha indeterminada y tema costumbrista que ha de enclavarse entre los años 1812 y 1818. Así en Feria, donde la espátula actúa preferentemente en primer término. Los colores se mezclan o yuxtaponen en su punto justo. En algunos casos, la síntesis cromática se produce en la retina del observador, lo que anticipa la técnica de los impresionistas. También vemos la misma técnica en El lanzamiento de barra y en dos versiones diferentes de Procesión de disciplinantes.
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