Hoy se tiene otro concepto de la pintura decorativa; para estos asuntos de conmemoración histórica se prefieren tonos suaves, armonías grises, que no salgan de la pared; en fin, que la pintura no desarmonice con la arquitectura. Por esto no agradan esos grandes plafones históricos de David, como la Coronación, el Juego de Pelota o las Águilas; pero David era, como la mayoría de los pintores neoclásicos, un gran retratista y ha dejado muchas muestras de su habilidad en esta materia, lo que permite apreciar una faceta importante de su arte.
Asimismo, es reseñable que tuvo buen número de discípulos e influyó mucho en otros pintores de fines del siglo XVIII e inicios del XIX, como Louis-Léopold Boilly, que fue en cierto modo el pintor más genuinamente costumbrista de la época del Directorio y del Imperio.
Pero los verdaderos y directos discípulos de David fueron Gérard, Ingres y Gros. Gérard entró en el taller del maestro en el año 1789. Era también un gran retratista, y Napoleón valióse de él para su personal glorificación; Gérard lo retrató coronado de laurel, con un manto imperial, y hasta hizo no pocos esfuerzos en otro retrato para embellecer a María Luisa. Inmediatamente después de Austerlitz, Napoleón le mandó conmemorar su victoria con una gran pintura decorativa.
Gérard fue todo un personaje. Los salones de su esposa fueron tan famosos como la labor artística del marido; por espacio de treinta años reunió en ellos a los artistas e intelectuales de París, porque, a diferencia de David, Gérard se reconcilió después con los Borbones y pintó también por encargo de Luis XVIII.
Gros entró en el taller de David cuando aún era un adolescente, pues no tenía aún quince años. Al estallar la Revolución marchó a Italia y allí conoció a Bonaparte, que estaba en Milán dirigiendo las brillantes campañas de su juventud. Gros retrató a Napoleón cuando con la cabeza descubierta se arroja al frente de sus tropas sobre el puente de Arcóle para tomarlo al enemigo. Este retrato se ha hecho famoso.
Napoleón quedó tan satisfecho, que nombró a Gros para formar parte de la comisión que debía escoger obras de arte de las ciudades conquistadas para formar el Museo de París. Más tarde pintó otros cuadros de la epopeya napoleónica por encargo del Gobierno imperial.
No se les podía acusar, pues, a los discípulos de David, de prescindir de su tiempo para encerrarse en una falsa resurrección de la antigüedad. Su clasicismo es sólo de apariencia, sus ideas y pensamientos eran modernos, y Gros, sobre todo, lleva ya en sí el fermento del Romanticismo pictórico, en tal grado que, ya en pleno siglo XIX, se suicidará al verse relegado por los pintores románticos, que al principio miraban con interés sus obras.
Consagración del emperador Napoleón I y coronación de la emperatriz Josefina en la Catedral de Notre-Dame, de Jacques-Louis David (Musée du Louvre, París). Pintado entre 1806 y 1807, dos años después de la glorificación de Napoleón como emperador, David optó por una representación realista obviando toda alusión a las formas antiguas. No fue una obra bien acogida por la contundente manera de plasmar la soberbia de un soberano que se corona a sí mismo y a su esposa, relegando a un segundo plano el poder papal de Pío VIII, que observa la escena con rabia contenida. Manifestando una actitud crítica vistiendo a Napoleón con los atributos del Antiguo Régimen previo a la Revolución, plasma en este lienzo el momento en que arrebata la corona de las manos del papa. Napoleón abrió con esta obra el primer museo público de Francia en 1809, utilizando la institución como instrumento de poder político aunque presuntamente con un interés pedagógico para el pueblo.
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