En el elogio retrospectivo que el orador Cicerón hizo del viejo Catón, se percibe como un último eco de la protesta de los que veían apenados desaparecer, con la introducción del fasto griego y oriental, las severas virtudes de los primeros tiempos de la República.
Augusto, declarándose sin escrúpulo por el arte helenístico, acabó con esta vacilación; él, y con él toda Roma, aceptaron sin reparo las ideas del mundo griego de su tiempo. Sus sucesores inmediatos demostraron el mismo espíritu. Tiberio, Claudio y Nerón construyeron, acaso más que Augusto, la ensalzada ciudad de mármol; y, por haberse mantenido constantes en su predilección por lo puramente helénico, el arte romano de la época de los Césares merece este capítulo.
Sucesivamente dos grandes familias de emperadores, los Flavios y los Antoninos, llenan otra centuria; con ellas el arte romano, ya maduro, despliega sus formas propias, de grandes bóvedas. Por fin, en la larga serie de los últimos emperadores hasta Constantino, el arte romano va deformándose con interesantes innovaciones y preparando la formación de las nuevas escuelas medievales.
Como ejemplos de obras de los primeros días del reinado de Augusto, hay que citar un grupo de relieves bellísimos descubiertos por diversas partes de la ciudad. Formaban series de pequeños cuadros esculpidos que quizá decorarían habitaciones; uno de ellos, el más exquisito, reproduce un motivo griego que había ya representado la pintura antigua: la liberación de Andrómeda por Perseo.
La hermosa joven desciende, hasta encontrar al héroe, por los peldaños materialmente húmedos de una roca; el dragón está a sus pies, testimonio del combate preliminar; pero no es el esfuerzo heroico lo que impresiona en este relieve, sino la gracia fina, urbana, con que se encuentran los dos personajes. El joven no tiene más que extender el brazo; ella se acerca agrádecida; los pliegues de la túnica y el manto muestran aquella suave hermosura de líneas paralelas que en ocasiones se encuentra en las cosas naturales, como una flor abierta o un plumaje exquisito.
Otro de estos relieves muestra a Endimión dormido; el joven reposa blandamente, mientras su perro aúlla, como si viera a Diana aparecer en el fondo, marcado con las sombras horizontales del relieve, que dan una impresión plástica de la oscuridad de la noche.
He aquí ya dos detalles, el de la humedad de la roca del relieve de Perseo y el de las tinieblas del de Endimión, que son efectos de un realismo pictórico que el arte griego no se hubiera atrevido a pedir a la escultura.