Las artes suntuarias

A Roma, nueva capital del mundo, se trasladaron desde Alejandría y Pérgamo los decoradores mosaístas, los grabadores de gemas y los plateros. Los nobles, y aun los plebeyos ricos, quisieron poseer vajillas magníficas de plata. El maravilloso tesoro encontrado en Boscoreale, cerca de Nápoles, el cual se compone de una infinidad de tazas de plata y vasos preciosos, debió de pertenecer a un personaje de la familia imperial, porque en uno de los vasos está representado el triunfo de Tiberio. Pero otro tesoro del mismo género, descubierto en Hildesheim, indica que los funcionarios y aun los generales que defendían la frontera del Imperio sentían asimismo la necesidad de poseer riquísima vajilla, a pesar de encontrarse alejados de la capital, en la soledad de un campamento.
Los pequeños muebles en bronce, repujados o fundidos, también dan a conocer el arte exquisito de estos artistas imperiales. Entre los muchos objetos encontrados en Pompeya descuella un precioso brasero sostenido por tres faunos que tienden la mano hacia delante, con el gesto instintivo que suele hacerse para probar el grado de calor de un cuerpo en ignición. Pero acaso los bronces más bellos de esta época sean los que decoraban la nave de Tiberio, sumergida en el lago de Nemi, pequeño cráter apagado de los montes Albanos que forma un delicioso lago llamado el espejo de Diana.
Asimismo, también hay esparcidos por los museos, objetos bellísimos de mármol de esta época imperial, impregnados aún de helenismo. Así, por ejemplo, el fino candelabro con varios pisos de hojas de acanto que, procedente del palacio Barberini, se admira en el Museo Vaticano. El gran jarro en forma de ritón, encontrado quizás en los jardines de Mecenas, debe de reproducir un tipo alejandrino; el cuerpo de mármol termina también en un animal fantástico que tiene en la parte anterior del cuerpo un agujero por donde mana el agua.
Muchos vasos y jarrones de mármol de esta época tienen ya el vientre decorado con relieves animados; otros sólo decoraciones vegetales, con los motivos preferidos de ramas de laurel y acanto.
Se desconocen en su mayoría los nombres de estos grandes artistas que, protegidos por la familia imperial, ejecutaron tan bellas obras de las artes suntuarias. Se sabe que trabajaron para Augusto dos griegos llamados Sauros y Batracos, que acaso fueron los decoradores del Ara París. Plinio menciona a un tal Dioscórides, procedente de Asia Menor, que trabajaba en Roma, y del cual se poseen algunos camafeos de bastante mérito. Al mismo artista se atribuye el gran camafeo de Francia, que representa la glorificación de Germánico. Tiberio y Livia, sentados entre un grupo de otros individuos de su familia, reciben la noble figura del glorioso general romano guiada por la Victoria. Al pie, en un registro inferior, están representados los bárbaros vencidos.
Sorprende el espíritu de actualidad, ya que no es posible decir originalidad, del arte romano del período augústeo. Acaso uno de los motivos que más contribuyan a hacer aparecer contemporáneo el arte romano augústeo es el que sea un producto de una sociedad en la que predomina la filosofía epicúrea. Según Epicuro, el elemento activador del Universo era el agua, y que como una concesión al sentimentalismo místico se aceptaba la semirreligión de Venus, la diosa que había nacido de las aguas del Océano.
Esto puede explicar asimismo que en el arte augústeo predominen, sobre todo en la decoración vegetal, las plantas acuáticas y jugosas, como los acantos, la hiedra y las hojas de plátano, mientras que en el período siguiente del arte romano, cuando se impusieron las ideas filosóficas de los estoicos, para los cuales el elemento activador no era ya el agua, sino el fuego natural, aparezcan en la decoración vegetal una profusión de pámpanos de vid, que aluden a Dionisos, y hojas de roble, el árbol de Júpiter.
Son innumerables los atributos que por referirse a Venus se encuentran en el arte augústeo: tridentes de Neptuno, tritones, nereidas, hipocampos o caballos marinos y delfines.
En la anteriormente descrita y comentada estatua de Augusto de Prima Porta se ha hecho notar que al lado del César ataviado con atributos imperiales aparece una figura del amor cabalgando un delfín. Siempre se ha creído -y así se ha explicado en el presente- que era una alusión al origen troyano de la estirpe romana y al hecho de considerarse los Julios descendientes directos de Eneas y por lo tanto de Venus. Pero también se ha destacado que el emperador va descalzo, lo que es absurdo si se ha querido representar un cónsul en campaña arengando las legiones. Descalzarse es un gesto universal, de todos los tiempos, que indica veneración a un lugar sagrado. Moisés se descalzó en el Horeb delante de la zarza ardiendo por orden de Jehová, y todavía hoy se descalzan los mahometanos antes de entrar en la mezquita. Lo más probable es que el Augusto de Prima Porta sea una imagen del emperador beatificado o heroizado, y ni tan sólo es posible justificar la edad del personaje por la que aparentan sus facciones. Un héroe ha de estar siempre en la flor de la edad, en la plena posesión de sus facultades físicas y mentales y con un cuerpo perfecto, idealizado.
En los objetos de uso privado, como muebles y joyas, es donde aparecen con mayor intención las alusiones místicas a la fe epicúrea. Algunos collares tienen la cerradura formada por dos delfines. Las damas que llevaban tales alhajas sabían que eran una promesa de regeneración simbolizada por Venus y las aguas.

Gran Camafeo de Francia
Gran Camafeo de Francia atribuido a Dioscórides (Bibliotheque National, París) Tres mundos conviven en este camafeo. En el superior, los gloriosos antepasados -Augusto entre ellos- se complacen en el triunfo de sus herederos, Tiberio y Livia, que, sentados, reciben en el centro al victorioso Germánico. La parte inferior es el mundo de los vencidos: la mujer con el niño en brazos, el desalentado gesto del joven bárbaro, la muchacha que medita sobre la perdida patria. Según las reglas del juego áulico, están abajo, pero su grandeza es mayor que la de los vencedores.