Arte románico en Francia: introcucción


Con el nombre de arte románico se comprende toda la producción artística de los países de Europa occidental durante los siglos XI y XII, después de superada ya la etapa subsiguiente a la época de las invasiones bárbaras y después del período carolingio, que viene a ser el precedente inmediato de este nuevo estilo de arte. Las técnicas de la construcción se han perfeccionado notablemente y han sido umversalmente asimiladas. Hay un nuevo interés, entonces, por la antigua decoración clásica que contribuyó a dotar de unidad a los estilos. Casi fue como un resplandor del mundo antiguo. El nombre de arte románico hace referencia a lo que estas nuevas escuelas occidentales tomaron precisamente del viejo arte de Roma; pero es una designación nueva, y arbitraria, derivada del interés que despertó en el siglo pasado, entre los filólogos, el fenómeno de la formación de las lenguas neolatinas.
Y por ello, así como a las lenguas vulgares que se formaron en las naciones de Occidente, derivadas del latín, las denominamos lenguas románicas o romances, así también a las formas artísticas de este período de la Edad Media, en que los recuerdos de Roma aún perduran, se las ha llamado arte románico... Es curioso observar que así como al formarse las lenguas neolatinas no se originaron por corrupción o evolución del latín literario, sino del latín vulgar, así también, en el arte románico, no se renovaron las formas sobre la base de los procedimientos y estilos del arte imperial de Roma, sino sobre las formas que podríamos llamar dialectales de la construcción, usadas en las provincias, y que eran a veces distintas de las de la capital. Un elemento había de pesar, sin embargo, en los orígenes del arte románico, y éste era el prestigio del esfuerzo artístico y cultural del período carolingio, que aquí y allá discierne, a veces, en las primeras construcciones románicas.
El área de extensión del arte románico es la misma que tenía el imperio de Occidente: Italia (aunque muy sujeta en gran parte, por este tiempo, a las influencias bizantinas); la Galia, sobre todo Provenza, la Provincia por excelencia, con la Marca Hispánica y las regiones españolas que pronto dejó libres el primer impulso de la Reconquista, la Germania del Rin y parte de la Britannia, aun cuando esta última se hallaba demasiado impregnada del elemento celta para poder participar con entera plenitud en aquella corriente universal.
Cronológicamente podemos fijar en el año 1000 el comienzo de la época románica, que dura hasta la expansión del arte ojival francés, adoptado por toda Europa a principios del siglo XIII. Antes del año 1000 predominaron en las naciones occidentales las ideas germánicas, y por esto sería del todo impropio llamar románico a este período. La sociedad de la corte de Carlomagno, con sus monjes sajones e irlandeses, sus escuelas y academias de estudios, sus trabajos sobre la Biblia y los libros de los Santos Padres, era en el fondo una corte bárbara, aunque pronto procuró adaptarse a la sensibilidad latina. Así, el período carolingio llega, pues, hasta el año 1000, y a partir de entonces la época románica empieza verdaderamente.
Después del citado año, quizá porque la vida monástica se desarrolló con más madurez en Occidente, parece que se experimentó un verdadero furor constructivo, y así, en poco tiempo, Italia y la antigua Galia, con las provincias renanas, se cubrieron de nuevos monumentos. Los edificios romanos que cubrían el suelo de las provincias del Imperio proporcionaron a los arquitectos románicos muchos de los procedimientos de su arte. En algunas provincias en que abundaba la piedra, los romanos habían fabricado bóvedas aparejadas, y éstas fueron las que se imitaron, más bien que las habituales obras de ladrillo y hormigón revestidas de estucos, que requerían grandes cimbras.
La forma de las bóvedas es, por lo común, de medio punto o de cañón seguido, pero llevan a menudo unos arcos de refuerzo, que se llaman arcos torales y forman como las costillas del gran cilindro de piedra que cubre el edificio. Estas costillas, o arcos de refuerzo, características de la construcción romana, ya las encontramos en el Ninfeo de Nimes, el anfiteatro de Arles y sobre todo en edificios romanos de Oriente, cubiertos también con bóvedas.
No fue sólo la solución de cañón seguido con los arcos torales la única que emplearon los arquitectos de este período; también utilizaron la bóveda por arista y la cúpula. Cuando una iglesia tenía tres naves, a veces la central se cubría con bóveda cilindrica de cañón y las otras dos laterales, con bóvedas por arista, o bóvedas de cuarto de círculo, que contrarrestaban su empuje. La cúpula se levantaba en el mismo crucero, o sea la intersección de la nave longitudinal con la nave transversal o transepto, que atraviesa a aquélla formando cruz. Para estos tramos de encuentro de dos cañones seguidos, los arquitectos romanos emplearon muy a menudo la bóveda por arista, mas los constructores románicos prefirieron la cúpula; una cúpula tosca de piedra, a veces peraltada, que se manifestaba al exterior en forma de torre o cimborrio colocado en el centro de la iglesia. Sólo excepcionalmente algunas cúpulas románicas de Francia y España se presentan extradosadas, con su forma esférica u octogonal.

Claustro de la iglesia de San Pedro el Viejo
Claustro de la iglesia de San Pedro el Viejo, en Huesca. Construido sobre una primitiva iglesia mozárabe, es un ejemplo del arte románico provincial que da una maravillosa lección de escultura a través del excelente ciclo iconográfico de sus capiteles.

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