Veamos, ahora, a través de qué evoluciones pasó el teatro griego antes de llegar a las obras de los grandes trágicos (Esquilo, Sófocles, Eurípides).
El primer salto es el que nos conduce desde la rudimentaria representación sacra al teatro ambulante de Tespis.
Pero la tradición nos dice que alrededor del siglo VI a. J.C. ya existían teatros fijos, de madera, con gradas. Y fue precisamente en este período (al parecer después de un incendio que destruyó uno de dichos teatros) cuando se construyó el primer teatro en piedra.
El criterio con que lo fue era opuesto al del teatro contemporáneo.
La representación se desarrollaba al aire libre, en el interior de una enorme semicírculo excavado en la roca formando gradas, donde tomaban asiento los espectadores.
Los arquitectos griegos procuraban construir sus teatros en una hondonada, de manera que las colinas de alrededor sirvieron de caja de resonancia a las voces y la música. Se servían, por lo tanto, de una acústica natural, de la cual, evidentemente, conocían a fondo las leyes.
Máscaras y símbolos
Por lo tanto, los espectadores se encontraban en posición más elevada en relación con el lugar en el cual tenía lugar la representación. Y dadas las proporciones de la grada, el actor, para ser reconocido a distancia, tenía necesidad de parecer mucho más alto de lo que era, necesitaba hacer mucho más bulto.
A esto se debió el empleo de un calzado especial, muy alto (los coturnos) y de pelucas especiales, gracias a las cuales el actor se transformaba en una especie de gigante.
Este gigantismo también pretendía ejercer un efecto psicológico: el de hacerle parecer más importante, ayudándole a convertirse en símbolo de la situación dramática que interpretaba, dando pie a un concepto elemental pero eficaz: a una elevada estatura física corresponde otra moral.
El simbolismo, como relación entre la realidad que se quiere representar y la invención a través de la cual el dramaturgo la representa, será, como iremos viendo, un elemento característico de todo el teatro.
Acentuaban este simbolismo otros dos elementos: la máscara y la mímica, o sea la manera de moverse. Todos los actores griegos empleaban máscaras. Un mismo actor podía interpretar primero a un personaje y después a otro.
Bastaba con que cambiara de máscara. En cuanto a moverse, éstos lo hacían con la mayor dignidad y sencillez; dignidad y sencillez que correspondía, como ya veremos, a las cualidades de la obra que representaban.
Pero la máscara caracterizaba al personaje incluso antes de que éste se moviera o que hablara, según fuera trágica o cómica (máscara risueña o máscara llorosa). Y no sólo esto, sino que también tenía una función puramente técnica, sirviendo de megáfono para ampliar la voz del actor.