En 1889, cuando el obispo Pere Campins i Barceló conoció a Gaudí en las obras de la Sagrada Familia, quedó fascinado por su talento arquitectónico y artístico, pero sobre todo por su conocimiento de la liturgia católica, producto de sus conversaciones con el obispo de Astorga. Años más tarde, el Cabildo Catedralicio aprobó la propuesta de Campins de restaurar la Catedral de Palma, uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura gótica catalana, y éste no dudó en encargar las obras a Gaudí.
El ambicioso diseño del arquitecto pretendía enfatizar el carácter gótico de la edificación. Por un lado se cambiaron de sitio algunos de los elementos: se trasladó el coro de la nave al presbiterio y el pequeño coro trasero a una capilla lateral.
También se consiguió el permiso para mover el altar barroco y descubrir el antiguo altar gótico, dejando a la vista la silla episcopal y la capilla de la Trinidad. Y por otro lado, se dibujaron nuevas piezas que embellecían y ampliaban el espacio, de entre las que destacan las rejas, las luces o el mobiliario litúrgico.También se llevó a cabo un refuerzo estructural, ya que se había apreciado un pequeño pandeo en las columnas, donde se colocaron unos anillos de forja que servían para sostener luces.
La reubicación de los elementos dio un gran protagonismo al altar para el que Gaudí dibujó un baldaquino octogonal con referencias simbólicas: las esquinas aluden a las siete virtudes del Espíritu Santo y cincuenta pequeñas lámparas hacen referencia a la fiesta de Pentecostés. Además, se agregó esculturas de Cristo, Mana y San Juan en el crucero como alusión a la divina Redención. Se pensó en introducir otros grupos escultóricos, pero el arquitecto abandonó las obras antes de que se realizaran.
Se diseñaron nueve vidrieras, un rosetón y siete ventanales, dedicados al Regina de la letanía lauretana, aunque finalmente sólo algunos se colocaron en la catedral. El último que se diseñó se conserva intacto en la sacristía.
El proyecto que se planteó no sólo abarcaba la restauración del edificio, sino que también incluía reformas en alguno de los aspectos de la liturgia. Para los más conservadores, la intervención de Antoni Gaudí se tomaba demasiadas licencias, así que los problemas con el clérigo aparecieron enseguida, al igual que había ocurrido en Astorga. El arquitecto dejó la obra inacabada y desde entonces se concentró en la Sagrada Familia, donde no preveía restricciones a su afán creativo.

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