
A partir de su amistad con Güell, Gaudí aumenta sus encargos, incrementa sus honorarios, amplía su círculo de conocidos y vive un fructífero período de producción creativa que con el paso del tiempo y la experiencia adquirida consigue que el arquitecto vaya logrando ese lenguaje tan característico que lo define.
En 1883, su amigo Joan Martorell se enfrentó con una cuestión delicada que debía resolver: se trataba de encontrar un nuevo arquitecto que se hiciera cargo de las obras del templo de la Sagrada Familia.
Desde 1882, el templo que el fundador de los institutos de Filis de la Sagrada Familia, el padre Manyanet, había imaginado tiempo atrás tenía puesta la primera piedra.
Josep Maria Bocabella era el encargado de reunir el dinero para las obras, ya que al tratarse de un templo expiatorio sólo podía financiarse con donaciones de fieles, mientras que el arquitecto que llevaba a cabo el proyecto era Francisco de Paula del Villar, antiguo profesor de Gaudí en su época universitaria.
Al iniciarse los trabajos de la cripta, comenzaron a surgir discrepancias entre Villar y Bocabella, que desembocaron en la dimisión de Villar.
Joan Martorell -arquitecto asesor de Bocabella en esos momentos- propuso a Gaudí como encargado para dirigir las obras del templo, solución a la que Bocabella no puso ninguna objeción por dos motivos.
Por un lado, porque confiaba plenamente en el veterano arquitecto, y por otro, porque en un principio se trataba de un trabajo rutinario puesto que todos los planos del proyecto estaban totalmente terminados.
Desde ese momento, Gaudí compaginó los encargos que le iban surgiendo con las obras de la Sagrada Familia hasta que en 1914 decidió dedicarse en exclusiva a las obras del templo.
A partir de entonces y hasta su muerte, Gaudí no aceptará más trabajos y se alejará de todo aquello que pudiera apartarle de su obsesión: entregar su vida a la construcción de la que dijo en una ocasión que sena la primera catedral de una nueva serie.
El genial artista, que incluso llegó a trasladar su residencia a pie de obra para no tener que desplazarse y aprovechar más el tiempo, acabará sus días inmerso por completo en las obras del templo.
Solitario, triste y dejado, el viejo arquitecto había consagrado su existencia a Dios y a un proyecto que parecía no tener fin, pero que se vio truncado el 7 de junio de 1926 por un desgraciado accidente. Gaudí, convertido en un anciano tan descuidado en su aspecto físico que parecía un vagabundo, fue atropellado por un tranvía y quedó tendido en el suelo, herido de muerte.
Nadie prestó atención al supuesto mendigo. Solamente un hombre, el comerciante textil Ángel Tomás Mohíno -cuya identidad se ha conocido recientemente-, auxilió junto a otro viandante al herido. Tomás Mohíno intentó que alguno de los taxistas que pasaban se detuvieran para poder trasladar al accidentado a un hospital. No hubo fortuna.
Llevado finalmente al hospital de los pobres, el genio murió solo en una fría habitación tres días después del fatal accidente.
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