América del sur

Si en América del Sur el siglo XVII es el inventivo, el siguiente concentra, sin embargo, mucho mayor volumen de edificación. Lima, destruida a su vez por el terremoto de 1746 como no lo había sido nunca hasta entonces, va a ser reedificada -tal como era- por el Virrey, conde de Superunda, en un material tradicional ligero: la quincha, conglomerado de cañas, barro y cal que sirve para construir tabiques y techos. Salvo el elemento de "sengaño" que esto supone hay que convenir que las formas en sí mismas continúan su desarrollo normal como si fueran de ladrillo.
De estas reconstrucciones quizás el mejor ejemplo -en su totalidad- sea el convento de San Francisco. En cambio, el interior más rico, más variado por la calidad intrínseca de sus retablos fabulosos es, sin duda, el de la iglesia de San Pedro, que forma parte del convento de los jesuitas. Siempre sin salir de Lima y en el mismo siglo XVIII hay que anotar que el más suntuoso palacio urbano de toda Sudamérica es el llamado de Torre Tagle, siempre gallardamente en pie.
En el mismo Perú habría que mencionar a la ciudad de Arequipa, edificada en una piedra volcánica blanca, fácil de tallar, lo que da una arquitectura funcional de bóvedas, con detalles decorativos donde se puede ver cierta influencia indígena. Sin olvidar a Puno, con su catedral toda en granito rosa a cuatro mil metros de altura a orillas del Titicaca, elevada por la munificencia de un minero agradecido.
En los países al norte de Perú, hay que recordar la severa catedral neoclásica de Bogotá, la iglesia de San Francisco en Popayán y el castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena de Indias, la más imponente obra de ingeniería militar de todo el período colonial en el Nuevo Mundo. Uno de los más perfectos y unitarios templos de América -puramente europeo por otra parte- es la iglesia de La Compañía, en Quito: fachada refinadísima de un italiano; interiores copiados de San Ignacio de Roma, interpretados en madera dorada y pintada de rojo por ebanistas tiroleses.
En los países al sur de Perú habría que citar, en fin, la serie estupenda de iglesias del lago Titicaca, segunda floración de las del siglo XVI. En La Paz: San Francisco y el palacio de Diez de Medina (hoy Museo); en Sucre: San Felipe Neri; en Potosí: la desaparecida Compañía (de la que queda un curioso campanario) y San Lorenzo. Allí mismo y como ejemplo civil -muy retocado hoy- se encuentra La Moneda, donde se acuñaba el metal del Cerro y que es, indudablemente, después de las fortificaciones de Cartagena de Indias el mayor edificio laico de América del Sur.
El resto siempre ha sido más pobre. De la actual Argentina apenas si merecen recordarse la catedral de Córdoba y las Misiones jesuíticas de los guaraníes.
En el Paraguay: otras Misiones o Reducciones fundadas por la Compañía de Jesús (siempre interesantes urbanísticamente) y la extraña serie de iglesias en madera, como Yaguarón, en donde los constructores han vuelto a inventar el prototipo del templo dórico primitivo: sala rectangular cubierta por un techo a dos aguas que sirve para cubrir la celia y la galería de postes que rodea a toda la nave.
En cuanto a Brasil, dos episodios principales explican su arquitectura colonial. Uno tuvo lugar desde el siglo XVI al XVIII en el Nordeste: Recife, Olinda, San Salvador (Bahía) y Río de Janeiro. Allí, la influencia portuguesa es directa: no sólo se importa la mano de obra, sino hasta los materiales de construcción, la pecha Hoz que venía como lastre en la bodega de los buques. Al principio, las iglesias son modestísimas. En Bahía, en el siglo XVII, los jesuítas empiezan en 1657 las obras de su convento. La que fue su iglesia es hoy catedral de la ciudad: extraño y sobrio edificio con una bóveda a casetones realizada en madera que finge la mampostería. Más sinceros, en la misma ciudad, resultan los conventos de Santa Teresa (inaugurado en 1697) y el de San Francisco (1708-1723). Este último -muy italianizante- es un milagro de gracia y proporción, sobre todo por su claustro aéreo, blanco de cal, con un soberbio zócalo de azulejos y columnas de piedra ocre. El interior es literalmente la "gruta" dorada, sin un solo vacío.


Palacio de La Moneda, en Potosí
Palacio de La Moneda, en Potosí (Bolivia). La Legislatura del Estado Libre y Soberano de Potosí, constituido en 1824, creó la Casa de la Moneda que empezó a acuñar en 1828 con la plata procedente de los municipios de Charcas, Catorce y Cerro de San Pedro. En 1893 dejó de funcionar como tal para convertirse en el Palacio Monumental.

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