Las escuelas de imagineros

A partir de la segunda mitad del siglo XVI comenzaron a desembarcar en América Latina obras de arte europeo para decorar los nuevos edificios civiles y religiosos. Poco después llegaban también los primeros pintores y escultores, la mayoría de ellos procedentes de España, Flandes e Italia.
En el área andina, el paso del jesuita italiano Bernardo Bitti por Lima y Cuzco dio inicio a la difusión de los conocimientos artísticos europeos, en su caso de estilo manierista tardío. La posterior llegada de Mateo Pérez de Alesio y de Angelino Medoro, quienes trabajaron en Lima, Santa Fe de Bogotá y Quito, consolidó las influencias italianas sobre artistas posteriores, entre ellos Gregorio Gamarra, Lázaro Pardo Lago y Luis Riaño.
A esta corriente se superpusieron ya a mediados del siglo XVII las influencias flamenca y española, debidas a las obras enviadas desde España de los talleres de imaginería de Francisco de Zurbaran y Juan de Valdés Leal. Exponentes de esta fusión fueron los artistas Juan Espinosa de los Monteros, orientado a la corriente flamenca, y Martín de Lozaiza y Marcos Ribera, estos dos inspirados en la obra del pintor español José de Ribera.
A la labor de estos artistas se sumó la de los pintores indígenas, que desde el principio firmaron sus obras y trabajaron en colaboración con los artistas extranjeros. Los pintores de la escuela cuzqueña combinaron las formas decorativas indígenas con las europeas, sobre todo con las de la escuela flamenca, siempre ricamente decoradas en oro.
Sin embargo la consolidación de la pintura indígena como estilo diferenciado no se produjo hasta la irrupción de Diego Quispe Tito, nacido en 1611, quien se inspiró en los ejemplos derivados del manierismo, aunque su obra fue clave para la escisión entre las tendencias españolas y autóctonas.
El trazo fino, la influencia de los grabados flamencos, la abundancia de elementos decorativos en los trajes, rasgos que definen en su conjunto a la escuela cuzqueña de pintura, fueron precisamente los elementos que caracterizaron la obra de esta figura de la plástica andina. Otros pintores indígenas de interés fueron Casilio de Santa Cruz y Juan Zapata, este último inspirado en la obra de pintores españoles.
En Bogotá, ya en el siglo XVIII, destacó Gregorio Vázquez de Arce, el principal seguidor de la escuela sevillana de Murillo en América, junto con el mexicano Juan Rodríguez Juárez, en tanto que en Quito los mejores representantes de la pintura americana fueron Miguel de Santiago y Nicolás Javier de Goribar.
La trayectoria de la escultura ornamental, en un estilo extremadamente recargado, sería similar a la de la pintura. En México destacó el español Jerónimo Balbás, autor del retablo mayor de la iglesia del Sagrario; en Guatemala, Quirio Cataño y Juan de Chávez y en Quito, Bernardo Legarda. En Lima ejerció una notable influencia la obra del escultor de la escuela sevillana Juan Martínez Montañés.

Iglesia de la Compania, en Quito
Iglesia de la Compañía, en Quito. Detalle de la fachada de una de las obras maestras del barroco americano. Aquí todos los elementos son de procedencia europea, especialmente italiana: desde la planta del templo, copia exacta de la iglesia del Gesù, en Roma, hasta esta prodigiosa fachada iniciada en 1722 por Leonhard Deubler y terminada en 1765 por el jesuíta de Mantua, Venancio Gandolfi.