En el siglo VII los árabes comenzaron su movimiento de expansión hacia el norte y el sur procedentes de su territorio desértico y en cumplimiento del mandato confiado por el Proieta: conquistar el mundo. Destruyeron el imperio persa de los sasánidas y usurparon al Imperio Romano de Oriente las provincias de Siria y Palestina. En el año 641 conquistaron Egipto y fundaron la ciudad de El Cairo.
Setenta años más tarde, el mercenario Tarik ocupó la lengua de tierra entre la península Ibérica y el monte que tomó su nombre Gebel al-Tarik (Gibraltar) aniquilando en la batalla del Guadalquivir, durante siete días, el reino del visigodo Rodrigo. En el año 755 el omeya Abderramán dio vida al califato de Córdoba.
Los árabes dominaron España durante siete siglos, pero su actividad arquitectónica, formadora de un nuevo estilo, no se difundió en toda la Península Ibérica. El límite de su área de influencia fue el Tajo, sobre cuyas orillas surgió Toledo. La ciudad árabe más septentrional fue Calatayud, en Aragón, donde floreció la célebre cerámica de oro de Toledo.
En el año 731 un ejército árabe avanzó hasta Tours y Poitiers donde fue rechazado por Carlos Martell.
La palabra árabe islam significa abandono a la voluntad de Dios, un concepto que es determinante para la civilización islámica, formada en simbiosis con la religión y acogida por numerosos pueblos muy diferentes entre ellos, como por ejemplo los iraníes, turcos, sirios, curdos, egipcios, bereberes.
La vida espiritual islámica en sentido lato (filosofía, ciencias naturales, matemática) influyó duraderamente sobre el pensamiento europeo. La arquitectura árabe se limitó sin embargo a los territorios gobernados efectivamente por los árabes, es decir la mitad meridional de España y las Baleares.
La técnica de construcción en ladrillo y el arte de la bóveda procedían de Oriente; la decoración consistía en motivos derivados completamente de Oriente Medio El lenguaje ornamental se enriqueció considerablemente gracias a la escritura árabe, la cual tenía función decorativa rellenando los espacios con los monogramas de Alá y el Profeta repetidos en series ininterrumpidas.
De aspecto agradable y casi ilegible por sus volutas, la escritura como ornamento tiene todavía el cometido de sustituir todo lo que el Profeta ha prohibido representar: la divinidad con semblante humano y en definitiva la figura humana en general.
El mundo islámico, en la medida en que sigue, además del Corán, el libro de leyes denominado Sunna (es decir «el uso») ignora completamente las imágenes. Para los chulas (es decir los separados), que no peregrinan a la Meca, la Sunna no tiene valor, y es a esta actitud a la que el mundo debe el encanto de las miniaturas persas.
En lo que respecta a la articulación del espacio, la arquitectura islámica ha aprendido mucho de Bizancio. La iglesia cristiana de Santa Sofía se convirtió en el modelo de muchas mezquitas. El patio porticado con algibe, como atrio de la mezquita, corresponde ciertamente (no bajo un aspecto cultural sino desde un punto de vista estructural), al claustro cristiano. Sin embargo el minarete es peculiar de la religión islámica.
Desde lo alto del minarete el muezzin invita a los fieles a la oración cinco veces al día. En la arquitectura islámica coexisten arcos de todo tipo. Los arquitectos árabes se complacen en fundir arcos de medio punto y capiteles.
Así surgió e! arco de herradura. Después se advirtió la necesidad de proporcionar al arco una altura independiente de su luz y se construyeron arcos en ojiva bastante pronunciados y con una gran luz. El arco árabe no tiene siempre curvas continuas.
A menudo los dos semiarcos se elevan primero curvándose, para continuar después con un perfil rectilíneo hacia un vértice más o menos agudo. También es frecuente el arco trilobulado, realizado de manera francamente desconcertante, conocido también en el tardo románico y que evolucionó posteriormente al arco polilobulado.

Es una forma puramente decorativa y que se presenta con innumerables variantes. Como su resistencia a la carga es limitada, el peso de la cubierta que debiera soportar está sostenido por un arco de medio punto construido a la antigua usanza.
El arco trilobulado es el elemento decorativo de la Gran Mezquita de Córdoba donde, colocado casi como un trenzado entre las delicadas columnas, confiere al espacio una singular sensación de ligereza.
Todas las formas arquitectónicas y decorativas proyectadas para la mezquita en honor de Alá reaparecen a escala más pequeña en los edificios civiles: se añaden preciosos trabajos de talla en madera para las rejas de ventanas y puertas, estucos y cerámicas para las pilastras de paredes o pavimentos, decorados con tal virtuosismo que no se pueden ver las líneas de junta.
En 1492 el Islam tuvo su fin en España. Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, conquistaron Granada para España. Boabdil-Abdallah, el último soberano árabe de España, tuvo que salir enseguida hacia África.
En Europa, la arquitectura islámica no se desarrolló en lo concerniente a los principios que la inspiraban, exceptuando los pocos casos en los que se imitó por parte de algún príncipe maniático por mostrarse original en su actividad de constructor.
Las formas decorativas de la arquitectura islámica vivieron durante largo tiempo y todavía no han desaparecido del todo en la cerámica, las telas estampadas y las tallas. Finalmente merece la pena recordar el arabesco, ese dibujo estilizado de entrelazado de plantas, ramas, animales o figuras fantásticas: un juego de líneas trazadas sin nexo ni construcción, pero sugestivas y agradables a la vista.
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