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Historia del Arte

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El hombre arquitecto (I)

En todo caso, ya desde el comienzo, la información específica ha formado parte de la obra arquitectónica, al igual que las paradojas de la construcción: la pirámide tiene al descubierto sus hiladas de piedra, y los escalones que las recortan invitan a contarlas; las flechas y agujas de las obras góticas avivan en nosotros la sensación de ascensión vertical que niega la ley de las masas, hasta llegar a un punto máximo en que interiormente vacila la torre, y por lo que atañe a la arquitectura llamada clásica, con demasiada frecuencia se olvida que se basa en la estereotomía, presentada por hermosos paramentos y tan maravillosamente aprovechada en numerosas y difíciles soluciones de bóvedas, escaleras y saledizos de los grandes logros de Italia, Provenza y otras regiones. Es normal que a los edificios célebres se les atribuyan muchas cosas. «Nunca llueve en el templo de Venus en Pafos. Cerca de la estatua de Minerva que hay en la Tróada, no se pudre la carne de los animales sacrificados. En el mercado de bueyes de Roma no entra mosca ni perro alguno…

«En el matadero de Toledo no se ve en todo el año más que una mosca, y es tan blanca que causa placer el mirarla…» Quien recogió de textos antiguos estos hechos anecdóticos y legendarios no fue otro que León Battista Alberti, en el libro VI de su tratado; para él no era indiferente que una tradición de fuerzas mágicas acompañara las creaciones, como puede verse, sagradas o profanas, antiguas o más recientes. Formulado en términos modernos: apenas realizada, la arquitectura es competencia de lo imaginario por un movimiento invencible que en otro tiempo estuvo bastante bien controlado, pero que una increíble dejadez mental ha menospreciado —salvo unas cuantas excepciones notables— desde hace tres cuartos de siglo. Las leyendas envuelven a los «monumentos» o, más simplemente, a las novedades constructivas hasta el punto de quedar adheridas a ellas, como una herrumbre o una pátina, según los casos. Apenas vemos ya esas moscas blancas nacidas de la magia del lugar.

Todas las soluciones particulares nos interesan por la importancia o la sencillez de los recursos técnicos y de las fuerzas intelectuales y morales que se ponen en juego. Pero en las comparaciones entre los estilos, en la enumeración de las soluciones, en el recorrido a vuelo de pájaro a través de la arquitectura universal, una evidencia surge sin que haga falta provocarla: todas las concepciones arquitectónicas, todas las realizaciones, todos los edificios que se han tenido en cuenta, incluidos los conjuntos religiosos o civiles,
poseían un carácter elevado, sacralizado por la religión o por la historia —o, mejor aún, por ambas a la vez- y capaz, precisamente por ello, de ser objeto de analogía cósmica. Por una especie de necesidad interna, los conjuntos arquitectónicos memorables aparecían como maquetas del universo, de cielo y tierra, representados por la superposición de la semiesfera sobre el cubo; alineándose más sutilmente de acuerdo con los puntos cardinales-, elevando tejados con siluetas de animales, o incluso respondiendo con tal o cual disposición o emblema al orden de las estaciones, que todo lo gobierna. Etnólogos y mitógrafos han aportado una documentación muy abundante al respecto.

El lugar construido y dispuesto se convierte en centro, y es realmente necesario, si se habita en él, que el mundo gire en torno de ese centro, que debe recibir de él la vida y corresponderle. Lo vivido requiere siempre ese recurso analógico a los elementos que lo rodean; ignorarlo es el desastre. Pueden juzgarse bastante bien las características propias de una sociedad por la importancia dada a las escaleras y el tratamiento que se les da. Superposición de terrazas o pirámides escalonadas, largos accesos de gradas que imponen la evidencia de una elevación lenta, que hay que merecer, que hay que absorber con la respiración y la mirada en una renovación física. En la cúspide, como recompensa, el sanctasanctórum, el tesoro, el símbolo, o incluso… nada. Los accesos a las viviendas y a los templos nunca son indiferentes: delante de las antiguas casas niponas, el camino está formando zigzag, tanto para desalentar la llegada de los demonios como para hacer perder tiempo al enemigo. Y mucho podría decirse de las puertas.

En cuanto a la escalera interior, reproduce la de las gradas exteriores, comprimiéndola. Se sigue tratando de ganar un nivel, sea en la comodidad clandestina de la escalera de caracol —que bruscamente el Renacimiento hizo transparente—, sea en la solemnidad de los tramos simples, dobles o triples que ocuparon a los constructores y lanzaron maravillosos desafíos a los decoradores hasta que empezó el reinado del ascensor. Pero a veces las cosas vuelven; por ejemplo, en Francia, a la gigantesca escalera de caracol de Chambord, a la escalera de Maisons-Laffitte, a la gran grada de la Ópera, hay que añadir la escalera automática externa del Centro Georges Pompidou.

Los temas particulares de la arquitectura tienen como fin manifiesto apoderarse de esa significación dispersa de lo construido, especificarla a través de las formas, estructura y apariencia, y revelar sus símbolos. El templo, la fortaleza y el palacio combinan siempre lo inaccesible y lo privilegiado mediante la relación del muro y la columna, de la puerta y el pasaje; la iglesia y el mercado cubierto acondicionan el lugar de reunión del pueblo, señalando en él las jerarquías, y los distintos puestos de orden y los itinerarios jalonados asocian en cruces de perspectiva las ideas de unidad y el cambio. Creemos que son siempre el interior y el exterior, el adentro y el afuera, lo que debe manifestarse en las estructuras y fundarse en la distensión del vacío o en la coagulación de muros y soportes en plena articulación. Y en muchas sociedades se debe contar además con las incrustaciones, hornacinas, estatuas e inscripciones; el muro es tablero de ornamento, antes de aparecer como tabique separador. Se agudiza el ingenio para hacer olvidar que es un soporte.

Lo admirable es que todos esos factores -más o menos numerosos, más o menos apremiantes— deban estar de todos modos mutuamente relacionados. La arquitectura es la administración de lo complejo. Tan ricos y desconcertantes son sus resultados a través del mundo, que en vano se buscará en todo el orden humano alguna manifestación concreta equivalente; acaso, en la vida corriente, la acción política, o, en el plano intelectual, el saber.

E incluso en estos casos tiene una presencia considerable lo que cabría llamar el paradigma del arquitecto. Así, hablamos instintivamente de construir o de reconstruir el saber, la sociedad, el porvenir, nuestras propias vidas. La ley arquitectónica representa en cierto modo la autoridad de la mente tal como debe -o debería- ejercerse. Y como se ha dicho a menudo, tarde o temprano encontraremos también la desconcertante analogía de la arquitectura y la música.

Algunos autores lo han comprendido. La literatura sobre arquitectura es una de las más abundantes y significativas que puedan encontrarse. A menudo atascados entre reglas y preceptos, los tratados se sitúan en la línea que responde a la tradición de un discurso cuya relación con la realidad cotidiana e histórica de lo construido no siempre está asegurada. Pero tantos textos, descripciones, cálculos y poemas tienen sin duda otra raíz. El propio Alberti, que inauguró en el Renacimiento una reflexión metódica —y ambigua- sobre la arquitectura, lo reveló un día. Uno de los remedios para la tristeza y el sentimiento íntimo de desamparo que a veces embarga el alma ante la sequedad de la inteligencia y lo pobre de la vida, dijo Alberti, es el ejercicio de imaginarse «algún edificio elaboradísimo y complacerse en disponer el máximo posible de órdenes y columnatas con gran variedad de capiteles y basas no habituales». La «investigación arquitectónica» ficticia -y como soñada- constituye un momento privilegiado de nuestra presencia en el mundo: participamos en la terrible organización que nos envuelve y le añadimos nuestro propio placer. No debería, pues, haber satisfacción más sería que la de estudiar arquitectura.

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