Durante el período de los siglos XVII y XVI, la llegada de los hicsos trastornó Oriente y mantuvo una barrera frente a las influencias egipcias, al mismo tiempo que aportaba al arte fenicio algunas características notables, en especial en la cerámica, que se distingue por su elegancia en la silueta ovoide de los vientres, la estrechez de los cuellos y los bordes semiabiertos. Algunos vasos de este período han conservado el lustre rojo o blanco, pero la mayor parte están decorados con motivos parecidos a los de la cerámica del Egeo (espirales, círculos concéntricos, triángulos opuestos en el vértice).
Tras la eliminación de los hicsos, los pueblos orientales se abrieron de nuevo a Egipto. En esta época de intercambios internacionales, el arte fenicio afirma su carácter distintivo. Destacan de este período la estela de Ugarit (siglo XIV a.C), de piedra caliza, en la que aparecen dos personajes, uno de ellos tocado con el gorro cónico, y la pátera de oro (siglos XV-XIV) con una escena de caza real que ya no es egiptizante, sino completamente oriental, y en la que se muestran, alrededor del motivo central, pequeños caballos lanzados al galope que arrastran un carro desde el cual el rey, un tipo semítico, tensa su arco contra una gacela mientras dos toros huyen y un tercero arremete contra el carro. La vivacidad de esta escena, que reproduce el instante mismo de la tensión de la carrera, es excepcional.
La pieza más importante encontrada en la costa fenicia de este período es el sarcófago de Ahiram, rey de Biblos, por sus diversas influencias artísticas y, en especial, por el texto grabado en él, primeras inscripciones en alfabeto fenicio arcaico (hacia 1300 a.C). Los leones, de cuerpo en relieve, muestran hasta qué punto había influido el arte hitita y cómo Ugarit -con la que en el siglo XIV se establecen relaciones comerciales y diplomáticas- también pesa, al igual que la influencia micénica aparece en los ritones o vasos zoomórficos.
De hecho, los barcos micénicos navegaban entre Fenicia y Egipto, y Ugarit era el principal puerto. Es característico del arte fenicio su capacidad de fundir y armonizar su propio arte con los motivos extranjeros. Un disco de marfil, procedente de Biblos, o las copas de oro decoradas con una roseta central rodeada de cuatro pares de grifos afrontados, son muestras variadas de la influencia egea en el arte fenicio.
El declive de los grandes imperios facilitó la expansión fenicia en el Mediterráneo. A finales del siglo IX fundaron Qurt Hadasht o «Ciudad Nueva», que luego los romanos llamaron Cartago. En el siglo VII estaban establecidos en las costas de Etruria, Sicilia, Galia y, sobre todo, de Iberia (hacia 1100 a.C. se establecieron en Cádiz); se lanzaron hacia el Atlántico, y en el siglo VI dieron la vuelta a África.
La expansión fenicia a lo largo de las costas mediterráneas constituye en la antigüedad un gran fenómeno histórico y cultural. El fundamento de esta expansión radica en la actividad comercial. El arte fenicio ha dejado muestras de su expresión en África, Sicilia, Malta, Cerdeña y la península Ibérica.
A comienzos del I milenio, época de la expansión fenicia, en especial a través de los habitantes de la ciudad de Tiro, la influencia egipcia se mantuvo a pesar de la posterior dominación asiría. El rey Tabnit de Sidón trajo de Egipto sarcófagos antropoides que se impusieron en las costumbres de la aristocracia, propagándose en todo el Mediterráneo e introduciendo un tratamiento helénico en la representación de los rostros.
Las colonias fenicias, intermediarias entre oriente y occidente, fomentaron la evolución estética de pueblos que, como los de la península Ibérica o las islas Baleares, sin ello, probablemente, se hubiesen mantenido al margen de las grandes corrientes artísticas.
En la península Ibérica se desarrolla hasta el siglo VI a.C., en todo el sur, una cultura orientalizante, gemela a la de Grecia y Cartago, y contemporánea de la de Etruria, que no deja de tener características propias a pesar de la marcada influencia fenicia; se la conoce con el nombre de cultura tartésica. No es fácil distinguir las importaciones comerciales de los productos fabricados en la Península, ni las producciones fenicias de Cádiz y de las restantes colonias, de las fabricaciones propiamente tartésicas.
El peso de la influencia fenicia, directamente o como mediadora entre el arte de Tartesos y las otras civilizaciones, es notable en la península Ibérica a partir del siglo VIII a.C, como se demuestra en los bronces que representan dioses fenicios (la diosa Astarté sentada en un trono, bronce encontrado en el Cerro del Carambolo en Sevilla).
El ajuar funerario de una tumba de Cástulo (jaén), la estatuilla de bronce con máscara de oro del dios egipcio Ptah encontrada en Cádiz, el carro votivo de Mérida (siglo VI a.C), los bronces oretanos de los santuarios de Despeñaperros, los jarros utilizados en los rituales funerarios hallados en La Aliseda (Cáceres), los marfiles de las tumbas de Carmona, los calderos de bronce de Cástulo (Jaén), adornados con motivos florales, o los magníficos ejemplos de orfebrería hallados también en La Aliseda, ofrecen testimonio variado de la influencia mediadora del arte fenicio en la cultura de la Península tanto desde el punto de vista iconográfico como técnico.
Joyas del Tesoro de Aliseda (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Fechado hacia el siglo VI a.C, este conjunto de joyas de oro es realmente magnífico. Está formado por una diadema afiligranada con bolitas pendientes de cadenillas, anillos, collares con piezas suspendidas de distintas formas y un par de arracadas fenicias caladas con decoración de flores de loto alternadas con palmeras asirias entre figurillas del buitre sagrado egipcio.
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