Las molduras y elementos horizontales que las componen se superponen armoniosamente. Aunque quizá lo más sorprendente de Angkor Vat es la enorme cantidad de bajorrelieves que suman varios kilómetros de representaciones de hombres y mujeres, animales, genios, titanes y dioses reflejando el gran drama de la manifestación cósmica.
Se trata de un inacabable tapiz de piedra, un elemento decorativo realmente original y sorprendente y de una gran potencia de sugestión mágico-religiosa. La extraordinaria calidad de su acabado recuerda ciertos marfiles preciosos. En los relieves de Angkor Vat se combina el delicado modelado de la carne viviente con la grandiosa inmovilidad hierática que evoca la escultura egipcia del Imperio Antiguo.
La escultura exenta del período clásico khmer no llega ni con mucho a la belleza única de los relieves de Angkor Vat. Las características de este tipo de escultura son, por regla general, mucho más sencillas. Así, los rostros aparecen casi cuadrados, el cuerpo tiene un modelado convencional y los labios están apretados en una mueca característica que lo que consigue es uniformizar en exceso las representaciones. Por otro lado, son típicas de esta época las estatuas de Buda sentado en actitud de meditación, protegido por la serpiente Naga.
Por último, el tercero de los períodos khmer citados anteriormente, el período barroco, está centrado en el reinado de Jayavarman VII (1181-1219). Este soberano se trata, sin lugar a dudas, de uno de los personajes mas fascinadores que se conocen de la civilización khmer. Jayavarman VII era un budista ferviente que hizo campaña activa en contra del brahmanismo que profesaron todos sus antecesores. De este modo, durante su reinado hizo escribir en una estela que» sufría de las enfermedades de sus súbditos más que de las propias, pues es el dolor público la causa del dolor de los reyes y no del suyo propio». Las estatuas que se han conservado de este hombre expresan la fuerza y energía que irradian de su frente y de sus labios apretados, pero fuerza y energía parecen veladas tras los párpados caídos como en meditación.
Entre las aportaciones que hizo Jayavarman VII al arte de su pueblo es preciso señalar que reconstruyó Angkor, que había sido asolada y destruida en buena parte por la invasión de los cham, y además llevó a cabo una ambiciosa y costosa de restauración de la mayoría de los monumentos del país. Al mismo tiempo, recubrió su reino de templos budistas, monasterios, refugios para los peregrinos y hospitales para sus súbditos. Por tanto, se trata éste de uno de los períodos más fecundos desde el punto de vista artístico de la historia del pueblo khmer. Pero su obra más extraordinaria fue el conjunto urbanístico de Angkor Thom («La Gran Capital»), ceñido por un recinto cuadrado de tres kilómetros de lado y centrado por el hoy mundialmente famoso templo del Bayón con sus torres enormes que llevan esculpidas caras humanas que representan al rey como bodhisattva, dominando las cuatro direcciones del espacio.
Son cuatro rostros gigantescos en cada torre que aparecen como protectores apacibles del universo. Angkor Thom era un templo-monasterio de grandes dimensiones en el que vivían millares de monjes, y cuyos inmensos recintos concéntricos contenían los palacios del rey y los centros administrativos del gobierno. Por tanto, era algo más que un simple edificio religioso, pues se trataba de un centro social y también religioso que concentraba el poder de la civilización khmer. En estos edificios del período barroco se encuentran las estatuas y relieves de temas budistas en los que figura la famosa sonrisa khmer. Son rostros con los ojos entornados que expresan la serenidad tranquila y fuerte del que está desligado de todas las cosas y siente una dulce compasión por el sufrimiento de todos los seres.
La civilización kmher se prolongó durante más de seis siglos y ha dejado excelentes muestras de su arte. En el siglo XIV los tai saquearon Angkor, que fue abandonado por sus habitantes. El clima tropical ayudó a que la selva recubriera todas las construcciones hasta el extremo de perderse memoria del lugar. Su descubrimiento en 1860 atrajo la atención de la Escuela Francesa de Extremo Oriente, que inició su restauración.

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