Los dos soberbios retratos de Sófocles y Demóstenes, aunque de diferente época (el de Sófocles parece ser algo más antiguo), demuestran el arte admirable de los escultores de Atenas para el retrato. El original del de Sófocles sería de bronce, acaso uno de los que adornaban el teatro de Atenas. La única copia que se conoce, en el Museo Lateranense, es de mármol, pero debe de reproducir exactamente el original; da idea perfecta del hombre intelectual, en completa posesión de todas sus fuerzas físicas y morales; está en actitud de reposo, distinta de aquella otra posición, con una pierna doblada, de los atletas heroicos y de las amazonas; distinta también de la posición de sensual abandono del Fauno de Praxiteles. El Sófocles del Vaticano apoya los pies en el suelo; el cuerpo, que no puede estar cansado por la propia naturaleza de su trabajo, se inclina hacia atrás en actitud contemplativa.
La estatua de Demóstenes es otro paso hacia el naturalismo. En su rostro se advierten ya las arrugas, la angustia del hombre ilustre que quiso defender con discursos la libertad de Atenas. Esta figura ha sido atribuida a un escultor llamado Polieuctes, y, pese a la mutilación sufrida, se supone que tenía las manos juntas, lo que debió de darle aún mayor impresión de dolorosa ansiedad. El manto no aparece doblado con aquella amplitud de pliegues del de Sófocles; resulta, en el de Demóstenes, más arrugado, como si se hubiera descompuesto con el gesto nervioso del orador.
Filosofía, drama, oratoria, he aquí las nuevas actividades que han sustituido a la victoria atlética o militar para justificar el retrato heroico. En la época helenística se hace popular un retrato imaginario de Homero, barbudo y con ojos estáticos de ciego. Los filósofos se representan en pie o sentados, con el manto, que es casi distintivo de su profesión. Sólo los cínicos, completamente desnudos, hacen alarde de haber renunciado a esta última prenda de abrigo. Un retrato de Menandro, de cara afeitada y boca entreabierta, indica con aristocrática displicencia el genio del gran poeta cómico. También el retrato de Epicuro, del cual se conservan varias copias, refleja, sin perder el parecido, la serenidad pensativa del fundador de la Escuela del Jardín. Otro retrato, seguramente de la época helenística, que antes se suponía de Séneca, pero que probablemente es el de Calímaco, el bibliotecario y gramático de Alejandría, muestra ya un verdadero «virtuosismo» en extremar las particularidades personales de la fisonomía. El bronce de las copias de este retrato, con sus reflejos metálicos, parece como si sudara.
Plinio hace referencia a una estatua de Aristónides, de Rodas, en la cual el artista, al fundirla, había ideado mezclar hierro con bronce, para que mediante el orín se volviera roja y produjera artificiosamente el efecto del remordimiento del retratado, culpable de la muerte de su hijo.
Otro retrato de Eutidemo, rey de Bactriana, extrema todavía más la nota del realismo: el monarca está representado sin etiqueta alguna, tocado con un sombrero de grandes alas que rodean su vulgarísima fisonomía.
En cambio, el retrato de un joven del Museo de Atenas muestra todo el refinamiento intelectual de esta época, que abundó en espíritus superiores, saturados de filosofía y literatura.
El retrato de Tolomeo Filométor, que se halla en el Museo de Nápoles, transmite la imagen de un hombre de temperamento inquieto, visiblemente abrumado por el peso del gobierno de un gran Estado.
Siguiendo este camino del naturalismo, el arte llegará a la predilección por lo decrépito y deforme, y hasta tolerará imágenes de cuerpos de conformación viciosa. Dos estatuas de viejos, del Museo del Capitolio, que representan a un pescador y una pastora, ella con un corderillo recién nacido, son harto expresivas de esta corriente. Estas figuras resultan más curiosas porque el arte griego, en lo antiguo, había experimentado cierto horror por la naturaleza humana fuera de su momento de plena juventud o viril madurez. Ahora estos griegos sienten inclinación, acaso en aras de la novedad, por los asuntos en que la vejez se manifiesta más groseramente. Debió de ser muy estimada una figura de vieja en estado de embriaguez (quizás un personaje de la Comedia Nueva ateniense), de la cual han llegado hasta la actualidad varias copias; destaca, sobre todo, cómo toda la dignidad del sexo, de la edad y de la naturaleza humana se han perdido por completo en aquellas carnes flojas.
Se reproducían con cierto placer hasta los casos anormales, y se demostraba interés en penetrar en el alma de los desgraciados contrahechos. Así lo muestra, muy particularmente, el retrato de Esopo, obra de Aristodemo, que no sólo parece maravilloso por su técnica, que tan bien demuestra la anatomía de sus entrañas comprimidas, sino que además revela magistralmente su capacidad de penetración psicológica.
Esta réplica de un original de Boetas de Calcedonia es característico por la forma piramidal del grupo.
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